jueves, 18 de agosto de 2011

Cuando el comunismo triunfó en China

Entre las versiones revisionistas-negacionistas de la historia mundial redactadas febrilmente por los ideólogos de la ultraderecha que todo lo reinventan sentados en un sillón mientras ven la televisión o se toman un café, hay una historieta según la cual durante la Segunda Guerra Mundial los Nazis alemanes, los ultraderechistas italianos y los militares japoneses, todos ellos fascistas, estuvieron luchando heroicamente aunque por separado en contra del marxismo, específicamente, en contra de “la gran conspiración judía masónica comunista”, agregando revisionísticamente que el triunfo del comunismo en China se debió a causa de la derrota de los japoneses inflingida por los invasores norteamericanos al servicio entonces de “la gran gran conspiración judía masónica comunista” que le impidieron a los heroicos soldados japoneses tomar en sus manos el control de China para poder acabar con la insurgencia comunista que estaba encabezando el líder chino Mao Tse-Tung. En algunos tractos y panfletos de la extrema derecha, esta historieta va más lejos al ser salpicada mentirillas aún más grandes afirmándose la supuesta existencia de “judíos chinos” (sin presentar pruebas excepto la palabra de los mismos pseudo-historiadores de la ultraderecha) que controlaban tras bambalinas al naciente partido comunista de China. ¡Hasta llegaron a inventarle ancestría judía al máximo líder revolucionario chino Mao Tse-Tung! (no se sabe que Mao haya pisado una sola sinagoga judía en toda su vida ni que haya hecho una sola visita al Estado de Israel así fuese como mera cortesía diplomática):





Esto es lo que los revisionistas-negacionistas nos quisieran hacer creer a todos. Pero la realidad es muy distinta a como la pintan, ocultando hechos, ocultando datos, tergiversándolo todo, como acostumbran a hacerlo con la esperanza de que sus incautos lectores se tragarán la “píldora” completita sin indagar el asunto más a fondo. Este tipo de reinterpretaciones mendaces de la Historia las podemos encontrar en abundancia en la obra de un pseudo-historiador revisionista tan falso como el falaz Salvador Borrego Escalante que jamás mencionó en las primeras publicaciones de su gran mamotreto “lavador de cerebros” Derrota Mundial al monje loco de Rusia Rasputín (el cual ni era judío ni era comunista ni era masón):





que tuvo un papel trascendental en la corrupción de la monarquía rusa y el debilitamiento del imperio conduciéndolo inevitablemente al colapso sin que el inepto y torpe Zar Nicolás II se atreviera a tomar en sus manos el asunto enviando a Rasputín al paredón de fusilamiento o al exilio (el lugar ideal en el cual Salvador Borrego pudo haber citado a Rasputín en su obra Derrota Mundial, si es que realmente hubiera tenido la sana intención de ser un historiador neutral e imparcial, habría sido el Primer Capítulo de su libro, en la primera sección titulada “Aurora roja (1848-1919)”, algo que nunca tuvo intención de hacer por razones obvias). El mismo Salvador Borrego al ir publicando ediciones posteriores de su libro fue revisando y reinterpretando los eventos que se sucedían en China, poniendo estas revisiones y reinterpretaciones al final de su cada vez más voluminoso mamotreto siempre tratando de explicarlo todo bajo la luz de “la gran conspiración judía masónica”, hasta que al entrar el tercer milenio se le hizo bolas el engrudo y ya ya no supo como seguir pegando las piezas de su rompecabezas de forma tal que pudieran dar una imagen así fuese chueca de lo que él llamaba “la gran conspiración”.

Volviendo a China, la cruda realidad es que los verdaderos culpables del triunfo del comunismo en China fueron los mismos militares japoneses aliados con el tirano alemán Adolfo Hitler, los mismos que supuestamente estuvieron “combatiendo heroicamente al marxismo” en China.

Esto nos remite a un personaje importante, el General Chiang Kai-Shek:





que era el líder de las fuerzas anti-comunistas agrupadas en torno al Kuomintang. Es un hecho histórico generalmente aceptado entre los historiadores neutrales, los historiadores imparciales, los que no mienten (a los cuales la extrema derecha despectivamente se refiere como los constructores la verdad “oficial” dizque construída por “judíos perversos reinterpretándolo todo” cuando son los mismos propagandistas de la ultraderecha los que reinterpretan y distorsionan casi todo en lo que pueden meter sus manos), que antes de que los japoneses emprendieran su invasión de China, el General Chiang Kai-Shek ya tenía prácticamente acorralados a los comunistas (esto ocurrió entre 1934 y 1935 cuando Chiang Kai-Shek obligó a los comunistas a replegarse abandonando sus bases en el sur y el centro del país forzándolos a establecer otras bases nuevas en el noroeste, lo cual ocurrió cuatro años antes de que Hitler en Europa empezara la Segunda Guerra Mundial con su invasión descarada de Polonia en abierta violación a lo que Alemania se había comprometido en el Pacto de Versalles), y era tan solo cuestión de unos cuantas semanas o meses para que Chiang Kai-Shek les diera la puntilla barriéndolos por completo de la faz del planeta. El comunismo chino “casi” estaba acabado. Sin embargo, justo cuando el General Chiang Kai-Shek como buen torero estaba a punto de dar la estocada final como buen matador, justo en ese momento los militares japoneses emprendieron la invasión de China (esto sucedió en 1937, mucho antes de que Estados Unidos entrara a la Segunda Guerra Mundial tras la invasión japonesa a Pearl Harbor llevada a cabo por los envalentonados militares japoneses el 7 de diciembre de 1941) incurriendo en una cantidad grotesca de barbaridades y atrocidades no muy diferentes a las que estarían cometiendo las hordas Hitlerianas en Europa. Ante la amenaza común, el General Chiang Kai-Shek y el líder comunista chino Mao Tse-Tung hicieron a un lado sus diferencias y unieron sus fuerzas para repeler la agresión japonesa. Pero estando tan debilitados como estaban los comunistas, el mayor peso del esfuerzo militar defensivo recayó no sobre los hombros de los comunistas sino sobre los hombros de Chiang Kai-Shek, cuyas tropas sufrieron una cantidad enorme de bajas ante la superioridad militar y la ferocidad del invasor. Es entonces cuando se dió la intevención norteamericana en la Segunda Guerra Mundial a raíz de los bárbaros bombardeos japoneses llevados a cabo en contra de la población de Pearl Harbor, lo cual constituyó ni más ni menos que una declaración forma de guerra de los fascistas japoneses en contra de Estados Unidos. En cierta forma, los militares japoneses cometieron exactamente el mismo error que el que cometió Hitler, el cual teniendo abierto un frente de guerra occidental (en contra de los ingleses y los norteamericanos) decidió abrir otro gran frente de guerra oriental con su invasión a Rusia dándole al esfuerzo bélico alemán el “beso de la muerte”.

¿Por qué -seguramente se habrá preguntado Chiang Kai-Shek en sus momentos de soledad- si Hitler pese a que dice que es anticomunista, se puso del lado de mis enemigos los militares japoneses, forjando el Eje Roma-Berlín-Tokio, siendo que justo cuando yo estaba por obtener un triunfo total sobre los revolucionarios comunistas de China la invasión de Japón a mi patria descalabró por completo lo que hubiera sido mi más grande triunfo? Aunque la respuesta seguramente ya la sabía: siendo Hitler un invasor agresor hasta la médula (al igual que los Conquistadores de la España católica que cayeron como aves de rapiña sobre una población indígena que no estaba preparada ni para la invasión ni para la esclavización que siguió a la invasión), podía simpatizar con los militares japoneses que también eran agresores e invasores al igual que él, lo podían “comprender mejor” a él y él los podía “comprender” mejor a ellos que Chiang Kai-Shek que simplemente era anticomunista. De modo que, más que tratarse de una lucha quijotesca entre comunistas y anticomunistas, o de una lucha “entre el bien y el mal” como siempre han querido interpretarlo los ideólogos de la extrema derecha (poniendo a los comunistas como los malos, naturalmente), lo que sucedió en esos tiempos era en realidad una lucha entre intereses, ambiciones desbordadas, sueños alocados de gloria, zonas de influencias geo-políticas, militarismos fuera de control, y cinismo e hipocresía en abundancia. El apoyo dado por Hitler a los militares japoneses fue tan incondicional y tan grande que no es posible olvidar que fue el mismo Hitler el que -en lo que ha sido calificado como otro más de sus garrafales yerros- sin medir las consecuencias le declaró la guerra a los Estados Unidos la tarde del 11 de diciembre de 1941 (cuatro días después del ataque japonés a Pearl Harbor) en un discurso rabioso de 88 minutos dado en el Reichstag en Berlín en apoyo absoluto de sus colegas fascistas en el Lejano Oriente. Unas dos horas después del discurso incendiario de Hitler dado en Berlín, el Ministro Nazi de Asuntos Exteriores Joachim von Ribbentrop le entregó una nota diplomática al encargado de asuntos norteamericanos en Berlín, Leland B. Morris, confirmándole que los Estados Unidos serían atacados por la Alemania Nazi con todos los recursos militares a disposición de Hitler, lo cual arrojó a los Estados Unidos a una guerra no sólo con Japón sino con una Alemania Nazi que ya se estaba preparando para la invasión de Rusia. Y así, sin pensarlo (¡literalmente!), Hitler arrojó a los alemanes a un nuevo frente de guerra en apoyo de los mismos militares japoneses que irónicamente le impidieron al General Chiang Kai-Shek acabar con los revolucionarios comunistas en China. Aunque los tractos de la extrema derecha nunca se han cansado de criticar hasta el cansancio al Presidente Roosevelt por meter a los Estados Unidos en la guerra, irónicamente si Estados Unidos hubiera entrado unos años antes en una guerra en contra del fascismo japonés en apoyo del General Chiang Kai-Shek (lo cual de todas formas le habría traído a Estados Unidos una declaración de guerra de parte de la Alemania Nazi), Chiang Kai-Shek podría haber terminado con lo que había empezado barriendo por completo a los revolucionarios comunistas e instalándose como dictador vitalicio de China. Para los comunistas chinos y aunque no deseada, la intervención militar de Japón en China fue como una bendición que les hizo llegar un salvavidas sin el cual tal vez habrían terminado muy mal. (Lo único que falta ahora es que los pseudo-historiadores revisionistas traten de armar otra nueva trama argumentando que la invasión japonesa de China fue la consecuencia de una “gran conspiración” que seguramente incluyó “actos provocativos de guerra” y trampas no mencionadas por lo que la ultraderecha llama “la historia oficial”, actos y trampas urdidas inteligentemente por “judíos con caras de chinos” para poder salvar así al comunismo chino de Chiang Kai-Shek).

Al irse a pique las ambiciones fascistas de los militares japoneses tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la situación en China “casi” regresó a la situación que había antes de la invasión japonesa de China. Sin embargo, las circunstancias en realidad eran ya muy diferentes. Las tropas de Chiang Kai-Shek habían sido diezmadas por el agresor llegado de Japón, con los pertrechos militares prácticamente agotados. Y este fue el momento de enorme debilidad que fue aprovechado oportunísticamente por Mao Tse-Tung para emprenderla en contra de las tropas de Chiang Kai-Shek, obligando a las agotadas fuerzas de este último a replegarse hasta la isla de Taiwán de donde ya no pudieron salir para emprender una nueva lucha en contra de los comunistas.

El Japón fascista aliado de Hitler, con su intervención militar en China, entregó en bandeja de plata al gigante asiático al comunismo. Ninguna “gran conspiración judía masónica comunista”, ningún complot de “la camarilla Rooseveltiana” (como acostumbra llamar Salvador Borrego sardónicamente a todos los consejeros y asesores del Presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt al cual le colgó una ancestría judía de la cual los historiadores norteamericanos en las universidades e instituciones de educación superior aún siguen esperando inútilmente las pruebas), ninguna ayuda de los rusos que pronto tendrían sus propios problemas al entrar las tropas Nazis a su territorio con afanes de conquista. Simple y llanamente, fueron los mismos “salvadores japoneses” de China quienes con su excesivamente brutal guerra de agresión le impidieron a Chiang Kai-Shek terminar su tarea de acabar con los comunistas que aún le quedaban por liquidar, entre ellos Mao. Si Japón no hubiera invadido descaradamente a China, si hubiera respetado la soberanía de China dejándole a los chinos resolver sus propios problemas, muy posiblemente Chiang Kai-Shek habría levantado su brazo victorioso y posiblemente habría implantado en toda China un gobierno dictatorial vitalicio como el que eventualmente implantó en Taiwan. Pero ya no pudo.

¿Y con estas cosas, todavía los ultraderechistas del orbe insisten en que la expansión del comunismo en el lejano Oriente se debió a causa de una “gran conspiración judía masónica comunista” que en estos tiempos resulta menos creíble que una historia de extraterrestres?

De cualquier modo, y a largo plazo, el enorme sacrificio pagado por los chinos en términos de sufrimientos y costo de vidas humanas no fue en vano. El día de hoy China es ya una super-potencia mundial preparándose para emprender misiones espaciales hacia la Luna y destacando entre las naciones del orbe por el acelerado aumento en la prosperidad de sus ciudadanos, con una economía tan sólida que inclusive los mismos norteamericanos dependen de ella para poder mantenerse a flote, y con un potencial militar que hará imposible que los japoneses puedan pensar nuevamente en la posibilidad de otra invasión de China o que China pueda ser humillada como fue humillada por Inglaterra a causa de las guerras del opio. Esas cosas ya no volverán a suceder nunca más. Y ciertamente tienen mucho mejor control de su soberanía que la que tiene México por culpa de un PAN-Gobierno que en poco más de una década terminó por entregarle al gobierno de Washington la poca soberanía que aún le quedaba. Sin la ayuda de la China comunista, la economía de Estados Unidos se habría ido ya desde hace algún tiempo a pique.

La siguiente fotografía es sumamente reveladora:





Se trata de un módulo espacial Tiangong-1, lanzado al espacio exterior por un cohete Larga Marcha 2FT1 desde el centro espacial Jiuquan, como parte de un ambicioso plan mediante el cual la China comunista se está posicionando como toda una super-potencia mundial en materia aeroespacial. En cambio, en México, tras casi 11 años de gobiernos de una derecha ultraconservadora a la cual le gustaba presentarse como una opción sensata en contra de la alternativa comunista, el único logro que pueden presumir los que detentan el poder son el haber convertido a México en el país con la ciudad más violenta del mundo, y en haberle dado al país cerca de 50 mil cadáveres en la guerra de legitimación emprendida por el hombrecillo al cual promocionaron mediáticamente en el 2006 como la mejor alternativa en contra del izquierdista al que acusaban de ser todo un peligro para México”.

Por increíble que parezca, todavía hay ultraderechistas ilusos en México que aún sueñan con “liberar” a China del comunismo, que aún anhelan “salvar a los chinos de su esclavitud marxista” (con todo y que parodiando a sus proto-héroes los Nazis alemanes afirman de vez en cuando entre ellos que “las peores razas del mundo son la china, la negra y la judía”). Sí, “salvar” a China del comunismo, para que la China comunista una vez liberada de su comunismo termine en algo parecido a lo que es hoy el México co-gobernado por el Partido Acción Nacional y la ultraderecha, para que pueda ser un país en el que ya no se le pueda aplicar la pena de muerte a los narcotraficantes y a los criminales de la peor ralea “por respeto a sus derechos humanos”, para que China pueda ser un país en donde puedan operar libremente emporios audiovisuales desinformadores como TELEVISA en México al servicio de intereses particulares mezquinos enriqueciendo ampliamente a los dueños de dichos monopolios, para que China termine siendo un país en el que el dos por ciento de la población pueda aspirar a apoderarse del noventa por ciento de la riqueza nacional dejándole a los demás las migajas para que se las repartan como puedan entre sí, para que China pueda ser un territorio en el que puedan operar libremente y con la más absoluta impunidad instituciones educativas universitarias privadas como la Universidad Autónoma de Guadalajara en donde se promueva entre el estudiantado una ideología neo-fascista antisemita basada en millares de mentiras y tergiversaciones y en donde se pueda aterrorizar al estudiantado con el gobierno volteando sus ojos hacia otro lado y desde donde también se pueda promover la fundación de sociedades secretas de ultraderecha, para que China pueda terminar siendo un país con su soberanía supeditada a los caprichos e intereses de un gobierno extranjero, para que China termine igual que México con una democracia simulada enmascarada con guerras sucias como la sucia elección presidencial del 2006 con sociedades secretas de ultraderecha como el Yunque y los Tecos extendiéndose por todo el territorio chino como plaga para ejercer el poder desde las sombras ocultando sus rostros y ejerciendo un gobierno secreto paralelo al gobierno oficial, y para que China pueda ser un país a merced de los poderes fácticos que la estarían saqueando al igual que como lo están haciendo en México las fuerzas ocultas que están unificadas en torno a la extrema derecha de México. En pocas palabras, una China ultraderechizada en lugar de la China comunista de hoy. Sí, ese sería el sueño dorado de ideólogos trastornados como el morenazi Salvador Borrego Escalante.

Se antoja difícil que los chinos tengan muchas ganas de terminar igual que México, viendo cómo le ha ido a México, especialmente tras el ascenso al poder de la derecha conservadora en el año 2000. No se antoja factible que los chinos quieran ser “salvados” del comunismo. Ciertamente no al precio enorme que están teniendo que pagar todos los mexicanos.