Agendas ocultas
Empezaremos por afirmar aquí categóricamente sin temor a incurrir en error alguno que la guerra en contra de las drogas emprendida por Felipe Calderón a los pocos días de haber asumido la Presidencia de México metiendo al Ejército en esa loca aventura jamás fue una guerra ni de México ni de los mexicanos, desde un principio fue una guerra iniciada desde los Estados Unidos 40 años atrás con la intención de que otros países como México y Colombia pagaran con su cuota de sangre y su economía los costos humanos de dicha guerra.
La “guerra contra las drogas” empezó, para ser precisos, el 17 de junio de 1971, o sea exactamente hace 40 años, a partir de una proclama emitida por el entonces Presidente Richard Nixon emanado del derechista Partido Republicano:
Y de hecho, fueron dos guerras las que se desenvolvieron bajo Richard Nixon, ambas igualmente desastrosas para los norteamericanos: la guerra de Vietnam y la“guerra contra las drogas”. La primera terminó en una senda derrota que sepultó el mito de la invincibilidad militar norteamericana, y la segunda también resultó ser no solo una guerra perdida sino una verdadera pesadilla que terminó por alcanzar a los vecinos del Sur, a los mexicanos.
De Richard Nixon lo menos que se puede decir es que fue quizá el Presidente más corrupto en toda la historia de la Unión Americana (es el único que ha renunciado a su cargo). Aunque su renuncia -forzada por las circunstancias- se debió a causa del escándalo de Watergate, existe la sospecha generalizada de que Nixon incurrió en otros crímenes que nunca fueron investigados. Y nunca fueron investigados porque su sucesor, el también Republicano Gerald Ford, lo primero que hizo en cuanto tomó posesión de su cargo tras la salida de su defenestrado antecesor fue extenderle un perdón por cualquier delito que hubiera cometido mientras fue Presidente. No sólo lo perdonó por los actos ilegales en que incurrió en el asunto de Watergate, lo perdonó por cualquier delito que hubiera cometido mientras fue Presidente, extendiéndole un cheque en blanco. La aceptación Nixoniana del perdón presidencial concedido por Gerald Ford conlleva una admisión implícita de culpabilidad (aquél que es realmente inocente no tiene necesidad de andar aceptando indultos ni perdones de nadie a sabiendas de que no habrá pruebas ni testimonios en su contra y que el paso del tiempo terminará por reivindicarlo). Y nadie sabe hasta la fecha de que otras cosas se le perdonó porque se trató precisamente de un cheque en blanco. De cualquier modo, haciendo gala de cinismo e hipocresía hasta el final de su existencia, Nixon negó haber tenido algo que ver en el asunto que acabó con su Presidencia, pese a su aceptación del indulto presidencial concedido por Gerald Ford (en 1915, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos en un caso célebre decidió que la aceptación de un perdón equivalía a una admisión implícita de culpabilidad). Esta era la calidad moral del defenestrado ex-Presidente que hace 40 años inició la “guerra contra las drogas” que Felipe Calderón hizo suya a costillas de la sangre y las vidas de 40 mil mexicanos. (El pueblo norteamericano le cobró la factura a Gerald Ford por el indulto presidencial que le otorgó a Nixon votando en su contra en las siguientes elecciones presidenciales, instalando a Jimmy Carter en su lugar en la silla presidencial.)
Lo peor del caso es que, en la proclama de su “guerra contra las drogas”, muchos analistas han llegado a la firme conclusión de que Richard Nixon tenía otras intenciones ocultas que no tenían absolutamente nada que ver con “salvar a la juventud norteamericana de las drogas”. Uno de tales analistas es el irlandés Fintan O'Toole, el cual en un artículo elaborado el 13 de agosto de 1999 bajo el título “Drug war invented by Nixon to extend his power” (Guerra contra las drogas inventada por Nixon para aumentar su poder), señala lo siguiente:
¿Quién recuerda hoy que los conspiradores de Watergate (G. Gordon Liddy, John Ehrlichman, John Mitchell, Egil Krogh y otros) estuvieron entre los padres de la “guerra contra las drogas”? Su invención y manipulación del entendimiento del problema de las drogas estuvo en el corazón del intento de Nixon de construír un aparato privado de seguridad para extender su poderío más allá de sus límites democráticos.
La guerra contra las drogas empezó como un asunto de política cínica. Nixon obtuvo la Presidencia en 1968 principalmente sobre una campaña de “ley y orden”. Prometió combatir al crimen en las calles y volver seguro a los Estados Unidos.
Una vez en su puesto, pronto descubrió que el Presidente no tenía un verdadero control sobre la procuración de justicia y que tendría que contender para su reelección en 1972 ante la evidencia contundente de que la criminalidad continuaba creciendo y que todo su discurso duro no conducía a ninguna parte. La solución consistía en crear un pánico acerca de las drogas e inventar una guerra en contra de la heroína con la cual el Presidente podía ser el héroe. (¿Suena parecido a lo que está sucediendo en México?)
Los hombres que se volverían famosos a través de Watergate fueron conjurados para la creación de esta guerra. Empezaron por fabricar una emergencia, insistiendo en la existencia de una “epidemia” que de hecho había llegado a su cresta antes de que Nixon llegara a la Presidencia y que de hecho estaba ya declinando. En 1971, la administración de Nixon afirmó que el consumo de heroína era responsable por 18 billones de dólares al año por crímenes en contra de la propiedad. De hecho, el total de todo el crimen en contra de la propiedad en los Estados Unidos en 1971 fue de 13 billones de dólares.
Del mismo modo, el número total de adictos a la heroína fue ampliamente exagerado. Los datos para 1969 demuestran que había 68 mil adictos en los Estados Unidos. Estos mismos datos, sin embargo, fueron reinterpretados “estadísticamente” para incrementar las cifras primero a 315 mil y después a 559 mil. Retrabajando precisamente el mismo conjunto de datos, los hombres de Nixon produjeron un aumento en diez tantos en el número de adictos en dos años. Este incremento fue aceptado sin corroboración por los medios y por el Congreso.
Entonces, con el verdadero golpe maestro, las mismas cifras fueron reconfiguradas para demostrar que había 150 mil adictos. Esta “reducción” masiva fue entonces citada como prueba del enorme éxito de la guerra contra las drogas. Al término “valor en la calle” (del costo de la droga) le fue dado valor de curso corriente como una manera de glorificar estos triunfos aparentes.
La guerra contra las drogas de Nixon diseminó grandes dosis de farsa. Un drogado Elvis Presley fue inducido como miembro honorario del Buró de Narcóticos y Drogas Peligrosas. Un aparato para “oler” heroína -conspicuamente oculto en una van de acampamiento Volkswagen con un esnórquel saliendo por el techo- fue enviado a Marsella en la creencia de que podría localizar los laboratorios en donde la morfina estaba siendo convertida en heroína. El mapa intrincado de los laboratorios de heroína que produjo terminó resultando ser un mapa de los restaurantes de Marsella: el “oledor” era incapaz de distinguir los humos emitidos por la heroína de aquellos emitidos por las ensaladas.
Pese a estos y otros fiascos, sin embargo, la guerra contra las drogas se enraizó en la imaginación del público. En lugar de ser entendida como un problema de salud social, la drogadicción fue definida como un problema de ley y orden. Las películas y la televisión popularizaron la imagen de las drogas alrededor del mundo y moldearon la manera en la cual la mayoría de los países respondieron al problema del abuso de drogas.
Había, sin embargo, una agenda oculta. Nixon quería por encima de todo el tener su propia agencia de seguridad privada, más allá del control del FBI, la CIA o cualquier otra agencia oficial del gobierno, que pudiera investigar filtraciones, interceptar comunicaciones telefónicas y recopilar inteligencia acerca de sus opositores internos y externos.
G. Gordon Liddy cocinó la brillante idea de que la mejor manera de hacerlo era establecer una agencia bajo el disfraz de la guerra contra las drogas. ¿Quién, después de todo, se quejaría de una poca de ilegalidad en la causa de proteger a las familias de los Estados Unidos de la plaga de la heroína?
Nixon le ordenó a John Ehrlichman y a Egil Krogh establecer lo que sería llamada la Office of Drug Abuse Law Enforcement. Los conspiradores de Watergate que llegaron a ser conocidos como “los plomeros” -Liddy y Krogh, quienes habían sido las figuras principales encabezando la guerra de la administración contra las drogas, Howard Hunt, quien fue reclutado de la CIA, y otros- fueron reunidos, una versión preliminar de esta putativa agencia antinarcóticos. Krogh, el coordinador oficial de la guerra contra las drogas de Nixon, era también, en su capacidad no-oficial, el cabecilla de los “plomeros” que organizó el allanamiento Watergate.
Liddy, el más colorido y notorio de “los plomeros”, fue el asistente de Krogh. Hunt era un consultor sobre el problema de las drogas al Concilio Doméstico del Presidente. Esencialmente, los criminales encubiertos y los guerreros contra las drogas de Nixon eran la misma cosa. Como lo pone Edward Jay Epstein en su formidable investigación de 1977 titulada Agencia del Miedo (Agency of Fear), “la nueva guerra contra los opiáceos proporcionó” la cobertura perfecta para esta toma del poder:
Lo aberrante es que mucho tiempo después de que estos individuos fueron encontrados y enviados a prisión, la retórica y las imágenes en que ellos fueron pioneros en la manipulación del asunto de las drogas ha retenido su poder.
Por una ironía suprema, estos criminales moldearon un aspecto fundamental de la aplicación de leyes alrededor del mundo. La noción de que la drogadicción tenía que ser combatida como una guerra entre el Estado y los traficantes de drogas, más que como una enfermedad social se enraizó sin que hasta la fecha haya podido ser abandonada.
Fue un legado Watergate tan insidioso que muy poca gente recuerda sus orígenes. Solo hoy, después de décadas de desperdicios y fracasos, se ha vuelto posible pensar acerca del abuso de drogas en términos distintos a los que fueron inventados por los pillos de Nixon.
Fue así como una pandilla de conspiradores que incurrieron en actos ilegales y que llevaron a cabo acciones gigantescas de encubrimiento sobre crímenes aprovechándose de sus altas posiciones gubernamentales y cuyos integrantes terminaron como criminales convictos purgando penas de prisión, recurriendo al peregrino y tan moralista como astuto pretexto de emprender una “guerra” contra las drogas, complotaron para ayudar a crearle al Presidente más amoral en la historia de los Estados Unidos una super-agencia gubernamental de control y espionaje a su servicio incondicional con facultades extralegales y sin una clara rendición de cuentas ni al Congreso ni a la CIA ni al Departamento de la Defensa ni a nadie excepto al mismo Nixon, precisamente el Presidente que envió a la flor y nata de la juventud norteamericana a morir en una guerra civil lejana en Indochina alegando que la caída de Vietnman significaría la caída de toda Asia bajo la órbita del comunismo (lo cual nunca ocurrió). “Salvar” a la juventud norteamericana de caer en la drogadicción para enviarla a morir peleando en un frente de batalla al otro lado del mundo, esa era la filosofía Nixoniana, al igual que la ideología Nazi de criminalizar el aborto con la intención de “salvar” a los no-nacidos sólo para terminar enviándolos tiempo después a morir en el frente de batalla peleando hasta la muerte como soldados al servicio del megalómano y expansionista Hitler. Esta es la clase de gente que a fin de cuentas terminó fijando la agenda de la actual “guerra” contra las drogas en la cual el mismo Felipe Calderón ha fincado sus locas esperanzas de legitimación y gloria. Posiblemente podríamos encontrar mayor honestidad en unas ratas de alcantarilla que en tipos de esta ralea.
Sobre el fracaso de una “guerra” cuyos verdaderos orígenes a fin de cuentas tuvieron más que ver con mezquinas ambiciones megalómanas de poder y control del que muy posiblemente fue el Presidente más corrupto en la historia de los Estados Unidos que con un verdadero espíritu de atender con seriedad un problema social, existen pocas dudas ante el cúmulo de evidencias contundentes acerca del fracaso de esta “gran cruzada” de orígenes cínicos. Veamos lo que nos tiene que decir el siguiente analista:
Hasta los policías lo dicen: hay que legalizar las drogas
Leo Zuckerman
17 de junio del 2011
La asociación de oficiales encargados de aplicar la ley y que están en contra de la prohibición de las drogas (en inglés Law Enforcement Against Prohibition o LEAP) agrupa a “más de 40 mil personas en 80 países”. Ahí se encuentran “policías, fiscales, jueces, agentes del FBI/DEA, custodios, oficiales militares y otros que han luchado en la principal línea de combate en la guerra contra las drogas y que por tanto conocen de primera mano que la prohibición sólo empeora la adicción a las drogas y la violencia asociada a los mercados ilícitos”. Son oficiales que se encuentran en servicio o ya retirados. También hay civiles que apoyan la causa.
A propósito del 40 aniversario de las famosas palabras del entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, que declaró una guerra en contra de las drogas, LEAP ha publicado en su sitio de internet (www.leap.cc) un documento titulado “Terminar con la guerra contra las drogas: un sueño de ley aplazado”. En éste encontré una serie de citas de policías que vale la pena reproducir:
• “La guerra contra las drogas ha sido, sin duda, la política social más devastadora y disfuncional desde la esclavitud” (Norm Stamper, ex jefe de la policía de Seattle).
• “La legalización no sería una panacea inmediata para curar todo el abuso de las drogas. Pero lo que la legalización haría es quitarles unos 500 mil millones de dólares de esta industria a los cárteles y a las pandillas” (Terry Nelson, agente retirado de la U.S. Border Patrol, Customs, Dept. of Homeland Security).
• “Si construir prisiones fuera nuestro objetivo, sería una buena razón para dejar las leyes sobre las drogas tal como están. Pero ciertamente no es un objetivo mío como contribuyente y profesional de la aplicación de la ley que soy” (Richard van Wickler, superintendente de correccionales del condado de Cheshire, NH).
• “Me duele saber que hay una solución para prevenir esta tragedia y que no se hace nada por ignorancia, terquedad, miedo sin fundamento y codicia” (Neill Franklin, comandante retirado de narcóticos de la policía del estado de Maryland y Baltimore).
• “Nuestras fallidas políticas en contra de las drogas no han dejado otra cosa más que campos de muertos, comunidades arrasadas y saqueo a familias de grupos minoritarios, así como el sometimiento de generaciones de estadounidenses a la pobreza, violencia, a una profundización de la desesperanza, en la que ni siquiera el niño más fuerte puede crecer sin cicatrices que lo determinen el resto de sus días” (Leigh Maddox, capitán retirado de la policía del estado de Maryland).
• “Cuando nuestras políticas gubernamentales nos han llevado al punto de que apresamos a hombres de raza negra a una tasa seis veces mayor que en la Sudáfrica atroz del Apartheid, es hora de reconocer que esto tiene raíces racistas” (Matthew Fogg, U.S. Marshall en retiro).
El martes, LEAP reunió a una serie de policías, jueces y custodios para manifestarse en Washington en contra de la prohibición de las drogas a propósito del 40 aniversario de la declaración de guerra de Nixon. Esta gente, que es la que ha tenido que aplicar la política pública, está convencida de que la prohibición ha fracasado. Lo dice con elocuencia:
“Creemos que la prohibición de las drogas es la verdadera causa de la mayor parte del daño social y personal que históricamente ha sido atribuido al consumo de las drogas. Es la prohibición lo que ha hecho que la mariguana valga más que el oro y la heroína más que el uranio, mientras que se les ha dejado a los criminales el monopolio del suministro. Impulsadas por las enormes ganancias de este monopolio, las bandas criminales corrompen y se matan entre ellos, así como a agentes del orden y a niños. Su comercio no está regulado y, por tanto, está más allá de nuestro control”.
Es importante recalcar el hecho de que, gracias a las revelaciones hechas públicas en tiempos recientes, tomadas de las grabaciones controversiales (las “cintas de Nixon”) que terminaron por hundir a Nixon (él mismo ordenó la instalación de las grabadoras para grabar todo lo que se dijese dentro de la Casa Blanca sin el conocimiento ni el consentimiento de los que estaban siendo grabados), hoy se sabe que Nixon no sólo era un paladín de las derechas norteamericanas, era de hecho un ultraderechista encubierto que compartía muchas de sus fobias con los ultraderechistas encubiertos de la Organización Nacional del Yunque que hoy se están apoderando del gobierno de México. Era antisemita, de eso no hay ya duda alguna, pero también era homofóbico hasta la médula de sus huesos, de eso hay ya pocas dudas. Y de hecho, parecía estar convencido acerca del viejo mito ultraderechista conspiratorio de “la gran conspiración judía masónica comunista”, lo cual resulta irónico viniendo precisamente del conspirador número uno enquistado en la silla presidencial de la misma Casa Blanca. Si no estableció relaciones diplomáticas con Hitler para terminar entregando a los Estados Unidos al Nazismo fue porque cuando Nixon se convirtió en Presidente Hitler ya estaba muerto y el Nazismo alemán virtualmente (no totalmente) aniquilado (precisamente durante la administración de Richard Nixon, el centro motor de la conjura nacional de la ultraderecha mexicana para infiltrar al gobierno federal paulatinamente hasta apoderarse por completo de él con la instalación de un gobierno paralelo secreto bajo control de agentes encubiertos de la extrema derecha de México, centro motor centralizado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, construyó su principal plataforma de operaciones que es hoy el campus de la Universidad Autónoma de Guadalajara, empleando para esta vasta expansión que les elevó cientos de veces su nivel de peligrosidad fondos multimillonarios de dólares proporcionados por el gobierno norteamericano, sin que el Congreso norteamericano ni el pueblo norteamericano fueran debidamente informados acerca de la raigambre neo-Nazi de lo que estaba siendo financiado en México por la administración Nixoniana con consecuencias funestas para los eventos políticos a largo plazo en México, y sin que los judíos de Norteamérica a quienes la ultraderecha mexicana con fines de propaganda falsamente les atribuye un poderío fantástico pudieran hacer algo al respecto para frenar en seco esta grave amenaza cuando aún era tiempo para frenarla sin incurrir en derramamientos innecesarios de sangre; este es otro de los viles legados de Richard Nixon que parece haber escondido mucho más de lo que mucha gente supone). Sigue siendo un misterio quién o quienes le pudieron haber metido esas ideas estrafalarias en la cabeza al hombre que en su momento fue el Presidente del país más poderoso del mundo, pero hay una posibilidad que no ha sido investigada a fondo de que en su juventud sus indoctrinadores neo-Nazis le hayan trastocado la cabeza con literatura revisionista como el fraude literario Los Protocolos de los Sabios de Sión y las obras de los literatos ultras por excelencia, Henry Ford, Salvador Borrego, y “Traian Romanescu”. De cualquier manera, su venenoso antisemitismo encubierto no le impidió al hipócrita y doble-cara Richard Nixon cortejar el voto judío con tal de llegar a la Presidencia apoyado por los mismos en contra de los cuales destilaba pestes a escondidas, una actitud típica de muchos ultraderechistas contemporáneos que manejan a su propia conveniencia una doble moral y una doble personalidad con lo cual mientras que por un lado fingen ser “grandes amigos” de todos aquellos que sean judíos o que estén emparentados con algún judío por el otro -y a escondidas como acostumbran hacerlo los cobardes- destilan un antisemitismo rabioso en la creencia de que tales actitudes pueden ser compaginadas de alguna extraña manera con la valentía y firmeza de carácter de los verdaderos caballeros que no esconden nada porque no tienen nada que esconder (esto es lo mismo que hizo en vida el Zar de la Ultraderecha mexicana radicado en Jalisco y Rector perpetuo de la neofascista Universidad Autónoma de Guadalajara, Antonio Leaño Alvarez del Castillo, el cual mientras que por un lado con los signos de dólares en ambos ojos les abría las puertas de par en par a los judíos norteamericanos que fueran a cursar sus estudios en su escuela de Medicina llevando en los bolsillos los emolumento$$$ requerido$$$ para pagarle sus e$trato$férica$$$ colegiatura$$$ por el otro lado fundaba tanto en Jalisco como en todo México asociaciones secretas como los Tecos y el Yunque así como grupos paramilitares como el Pentatlón y sus fuerzas de choque inspiradas en las criminales tropas de asalto Nazis para “atacar y castigar a los malditos judíos cuando les llegue su hora” recurriendo para su reclutamiento de imbéciles a propaganda antisemita neo-Nazi financiada por él mismo para lavarle por completo el cerebro a todos los alucinados que permitieron que este hombre materialista y envilecido los trastocara deformándolos espiritualmente, un infame monstruo de maldad cuyo ego lo llevó a ordenar la construcción de su propia estatua en el corazón de su emporio para ensalzarse a sí mismo y para que se le pudiese rendir pleitesía y debido culto “nacionalista” después de su muerte, un alacrán que mientras que por un lado negaba públicamente que en su centro “educativo” se promoviese cosa alguna que tuviera que ver con antisemitismo y neo-fascismo por el otro lado en sus aquelarres “nacionalistas” clandestinos se regodeaba elaborando chistes crueles y pornográficos de muy mal gusto en contra de los judíos de México y del mundo entero mofándose de la religión judía, de la cultura judía, de las tradiciones judías y añadiendo como complemento de sus mofas hirientes a los homosexuales, a los izquierdistas, a todos los open-minded, y a cualquiera que no estuviera de acuerdo con su manera estrafalaria y reductivista de pensar, pero eso sí, convirtiéndose en poderoso multimillonario a costillas de los dólares de los contribuyentes norteamericanos y a costillas del feroz fanatismo radical antisemita promovido por él mismo en su universidad que nació como una cuna clandestina de asesinos).
Pero la creación de una super-agencia policiaca autorizada para vastas acciones de espionaje e interceptaciones telefónicas y de cualquier otro tipo así como investigaciones y detenciones arbitrarias a ser llevadas a cabo no sólo en territorio norteamericano sino inclusive fuera de los Estados Unidos no parece haber sido la única razón que llevó a Richard Nixon y a su pandilla gangsteril de cuello blanco a proclamar la “guerra” contra las drogas”. Según el intelectual norteamericano Noam Chomsky, esta “guerra” estuvo sesgada desde el principio ya que fue la coartada perfecta para criminalizar la formidable oleada de disidencia juvenil norteamericana de los años sesentas y setentas: pacifismo, activismo por los derechos civiles, por los derechos de la mujer, hipismo, etc., como también fue una coartada para criminalizar a la gente por el color de su piel (las “clases peligrosas”, como señalan algunos autores de derecha ultraconservadora), esto último confirmado por las estadísticas que indican que los afroamericanos son arrestados por delitos relacionados con drogas diez veces más que los blancos, y a pesar de que constituyen sólo un 14 por ciento de la población total de ese país contribuyen con un 37 por ciento de los arrestos por delitos que tienen que ver con enervantes (con los hispanos sucede algo semejante).
El costo económico de la prolongación continuada del complot urdido por los pillos que llegaron a la Casa Blanca ha resultado estratosférico para el pueblo norteamericano, incluso superior al de sus guerras militares en el exterior, y tal vez sea el factor principal que ha llevado al otrora país más rico del mundo a su quiebra técnica. Tan sólo el gobierno norteamericano ha gastado un billón de dólares en la guerra contra los enervantes y cada año se calcula que gasta entre 15 mil y 40 mil millones. Para apoyar el combate en otros países ha gastado más de 46 mil millones de dólares, sobre todo en México y en Colombia. Para arrestar a quienes cometen delitos no violentos relacionados con droga ha gastado 40 mil millones de dólares y para mantenerlos encarcelados en prisiones federales 450 mil millones. Al comenzar la “guerra”, en 1971, había 10 millones de consumidores habituales de droga en los Estados Unidos; hoy se cuentan entre 20 y 25 millones y se agregan 8 mil cada día. Por otro lado, el consumo mundial se sigue expandiendo. Tan sólo entre 1998 y 2008, el consumo de opiáceas se incrementó en más de 34 por ciento, el de cocaína, en un 27 por ciento y el de mariguana, en un 8 por ciento, y para qué hablar del consumo de fármacos lícitos que es un problema que aterra a los expertos en salud pública. Además de los pobrísimos resultados, hay que considerar el altísimo costo humano de la guerra Nixoniana. Gracias a ella, se ha disparado el número de internos en las prisiones de los Estados Unidos de 300 mil en 1972 a tres millones 300 mil actualmente. Este país, con sólo el 5 por ciento de la población mundial, representa, participa, sin embargo, con el 25 por ciento del total de prisioneros en el planeta. El costo anual por prisionero llega a los 47 mil dólares, lo que tiene a algunos estados, como el de California en una quiebra técnica. Y por gastar en prisiones se reducen los presupuestos de health care (atención médica) y educación, reproduciendo así el círculo vicioso: desatención a los jóvenes que lleva a la drogadicción y a la delincuencia, que a su vez genera más gasto en prisiones, un cuento de nunca acabar. Por eso al cumplirse 40 años de la truculenta e insensata guerra iniciada por Nixon, se levantaron voces de todas las coordenadas políticas para exigir el fin de ella, por fallida e inútil, no sólo de organizaciones civiles de amplia base social, como la Drug Policy Alliance, sino también de funcionarios del establishment norteamericano, como Paul Volcker ex presidente de la Reserva Federal y el ex secretario de Estado, George Shultz, pasando por cantantes progresistas como Willie Nelson y Sting, creciendo día a día en cantidad y en calidad el número de voces que exigen la despenalización de las drogas.
El problema es que la mentalidad prohibicionista e hipócrita que declaró y prosigue esa guerra estúpida se ha contagiado y se ha impuesto más allá de las fronteras norteamericanas. La declaratoria bélica de Calderón promulgada en diciembre de 2006 casi suena como si estuviera pronunciada en Inglés, más cuando se apoya en los fondos de la Iniciativa Mérida que terminaron resultando ser una insultante limosna en comparación con los desproporcionados costos que le ha ocasionado a México la adopción sumisa de esa guerra extranjera. Seguramente los costos astronómicos de la “guerra de Nixon” (hoy “guerra de Calderón” asi como política oficial del PAN-Gobierno) fueron los que llevaron al editorialista Sergio Sarmiento a observar en un artículo suyo (publicado el 24 de junio del 2011 bajo el título “Las sintéticas” lo siguiente: “El presidente Calderón dijo en Guatemala que Centroamérica requiere de 35 mil millones de dólares al año para combatir las drogas y no la limosna de 600 millones que ha ofrecido la secretaria de estado de la Unión Americana, Hillary Clinton. Los 35 mil millones de dólares, sin embargo, serían suficientes para erradicar la pobreza. Sólo un loco dedicaría este monto a una guerra imposible de ganar en vez de a la eliminación del principal problema regional”. Mucho más útil y mucho menos costoso habría sido el invertir esas cantidades obscenas de dinero en programas de investigación científica tales como el desarrollo de la vacuna anticoca, pero esto tiene la enorme “desventaja” para las minorías hipócritas ultraconservadoras instaladas en el poder de removerles su principal pretexto para mantener funcionando super-agencias gubernamentales que a cambio de pisotear las Constituciones en cada país y servir como instrumentos de control y represión política no han sido de ninguna utilidad para disminuír los índices de farmacodependencia y acabar de tajo con cárteles de la droga como el Cártel de Sinaloa. De hecho, hoy, 40 años después de Nixon, si el problema de las drogas no existiese varios de los políticos más amorales y corruptos del planeta buscarían crearlo para así poder usar tal cosa como pretexto para llevar a cabo acciones escondiendo sus propios apetitos megalómanos de poder y control.
¿Cómo es posible que un solo hombre, el maquiavélico cuan diabólico Richard Nixon, haya logrado engañar al pueblo norteamericano hasta el grado de llegar a ocupar la Presidencia de su país? A lo cual se le podría agregar: ¿cómo es posible que un solo hombre, Hitler, haya podido mantener engañado al pueblo alemán con un fraude literario (Los Protocolos de los Sabios de Sión) que ni siquiera nació en Alemania sino en la Rusia Zarista, presentando dicho fraude literario como cosa cierta? Bueno, en realidad, ni todo el pueblo alemán ni todo el pueblo norteamericano fueron engañados por estos buitres rapaces. En toda sociedad, siempre hay una élita pequeña de seres privilegiados, seres pensantes, analistas críticos, que se dan cuenta de lo que realmente está sucediendo detrás del telón. El problema es que estas mentes superiores rara vez representan ni siquiera la centésima parte de la población total, y no les es fácil quitarles la venda al 99.9 por ciento de la población restante. En esto basan su efectividad los políticos amorales y corruptos. Y por esto mismo consideran a la élite pensante y liberal como su peor enemigo, al grado de que en la España del dictador fascista Francisco Franco hubo quien proclamara con el visto bueno del Generalísimo, “¡Mueran los intelectuales!”.
Es importante darles rostros a varios de los hampones que estuvieron detrás de la fabricación de la “guerra contra las drogas” que el líder principal de esta pandilla de cuello blanco, Richard Nixon, postuló como doctrina oficial de su gobierno aquél aciago 17 de junio de 1971:
John Mitchell
E. Howard Hunt
John Ehrlichman
G. Gordon Liddy
John Dean
Jeb Stuart Magruder
Egil Krogh
Charles Colson
John Paisley
Robert Mardian
Quienes traten de defender a estos cuervos tal vez dirán, “bueno, sí, hicieron cosas malas por las cuales tuvieron que pagar ingresando con sus huesos a las filas de la población carcelaria de los Estados Unidos, pero sus intenciones en la guerra contra las drogas que le planificaron a Nixon eran buenas”. Pero es el caso que, como hemos visto arriba, las intenciones de este clan de conspiradores nunca fueron buenas desde el preciso momento en que la motivación principal de la guerra contra las drogas no era preservar a la juventud norteamericana de la amenaza de la drogadicción sino lograr la creación de una super-agencia encubierta con facultades extralegales para así ayudarle a Richard Nixon a convertirse en un virtual dictador de corte fascista precisamente en el seno de la democracia más grande del mundo. Afortunadamente, como suele ocurrir en situaciones como éstas, a veces hay alguien cuya conciencia le impide ser cómplice activo o pasivo de actos criminales de gran envergadura (actos equiparables con el delito de traición a la Patria por el cual en otros países los culpables terminan en el paredón de fusilamiento o en la horca), y en el caso del (ultra)derechista Richard Nixon su talón de Aquiles fue Deep Throat, cuya identidad hoy se sabe que se trata de William Mark Felt, con quien el pueblo norteamericano tiene una deuda de gratitud al haber sido la pieza clave que contribuyó a desenredar la madeja culminando en el colapso total de todos los conspiradores incluyendo el mismo jefe de la conspiración, el rapaz Tricky Dicky que no se pudo salir con la suya.
Aquí se amerita hacer una aclaración. En sus tractos revisionistas, los ideólogos fundamentalistas de la extrema derecha argumentan que como uno de los dos periodistas investigadores del periódico Washington Post (Carl Bernstein) era judío, pues según ellos esto prueba “en definitiva” que la caída del “Presidente nacionalista y Republicano” Richard Nixon se debió a “una conjura judía” porque “les estorbaba en sus planes de promoción del marxismo alrededor del mundo”. Pero si bien Carl Bernstein es judío, su colega de trabajo Bob Woodward no lo es. Y a fin de cuentas, la pieza clave para el descubrimiento espectacular de la mayor acción de encubrimiento llevada a cabo desde las más altas esferas del gobierno federal en la historia de la Unión Americana, el verdadero héroe de la historia, fue Mark Felt, que tampoco era judío. Sin Mark Felt, Nixon y su camarilla de cuervos se habrían salido con la suya y tal vez el mundo de hoy sería muy diferente tomando en cuenta lo que movía a Nixon y los criminales que lo rodeaban. De cualquier modo, las fantasías de este tipo urdidas por la ultraderecha revelan los extremos de distorsión a los que están dispuestos a llegar los neo-Nazis con tal de darle algo de credibilidad a su enajenante propaganda.
En resumen, no sólo el creador original de la “guerra contra las drogas” tenía su propia agenda secreta que nada tenía que ver con el quijotesco e inalcanzable ideal de lograr un mundo con cero drogadicción. Cuarenta años después de la proclama, su émulo y discípulo Felipe Calderón también tenía sus propias razones ocultas para emprender en México su propia “guerra contra las drogas” que nada tienen que ver con el refrito oficialista repetido una y mil veces “para que la droga no llegue a tus hijos”. Desde el principio, y así se ha destacado aquí en trabajos previos, se trató de una guerra de legitimación para que Felipe Calderón pudiera adquirir con acciones espectaculares de alto impacto mediático la legitimidad que no pudieron darle los pocos que votaron por él en lo que muchos suponen que se trató de una elección de Estado coronada por un fraude electoral perfectamente bien planificado y ejecutado. Metió al Ejército mexicano en un verdadero desastre sin medir las consecuencias, y sólo su soberbia y vanidad le han impedido a Felipe Calderón el poder abrir los ojos para darse cuenta de que al arrancar su gobierno con su primera gran acción con su primera agenda oculta, abrió, como bien lo dijera Elena Poniatowska, la Caja de Pandora, para enorme desgracia no tanto de Felipe Calderón que ha seguido disfrutando su posesión (por no llamarle usurpación) de la silla presidencial por más de cuatro años protegido en su seguridad a todas horas del día por el Estado Mayor Presidencial sino de los 40 mil mexicanos (detrás de los cuales hay un igual número de viudas y unos 10 mil huérfanos en el mayor desamparo) que hoy son cadáveres gracias a su guerra de legitimación.
Quizá lo más extraordinario es que, además de la agenda oculta del propio Felipe Calderón, varios de los que le rodean, infiltrados emanados de la Organización Nacional del Yunque y los Tecos de la UAG incrustados dentro del PAN y dentro del gobierno de México, tienen también su propia agenda secreta, la instalación de un gobierno paralelo secreto en México, agenda oculta en la cual Felipe Calderón es un mero partícipe circunstancial de carácter temporal que les ha sido útil en el sexenio en el que le ayudaron a apoderarse de la silla presidencial pero que muy pronto dejará de serlo para darle paso a otros aún más megalómanos y ambiciosos que él.
¿Habrá que esperar otros 40 años para terminar en México con la “guerra” iniciada por Calderón? ¿No bastarán los 40 mil muertos y los 10 mil desaparecidos en tan sólo 54 meses para ponerle un alto? ¿No sería sano para la nación comenzar a debatir ya si es conveniente o no la despenalización de las drogas? ¿Cuántos más costos económicos en un país en el que campean la pobreza y el desempleo, cuántos más costos humanos hay que seguir aguantando antes de gritar: “paren esa guerra fallida que nos está matando a todos”? Bueno, pues mientras el PAN y el Yunque sigan en el poder con sus propias agendas ocultas, la pesadilla no terminará; y ambos tienen todas las intenciones de seguir apoderados de la silla presidencial por los siglos de los siglos sin ofrecerle al pueblo posibilidad alguna de alternancia. Estos grupúsculos tienen sus propios intereses y sus propias prioridades, al igual que en los tiempos de Nixon en los que la camarilla en el poder tenía otras cosas en mente que no tenían absolutamente nada que ver con el bienestar del pueblo norteamericano por el cual hipócritamente decían velar proclamándose como sus “salvadores”.
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