Roosevelt y el fin del prohibicionismo
¿Hay algo que puedan aprender en las lecciones del pasado los gobernantes soberbios como Felipe Calderón que abusando de la autoridad de su cargo son muy dados a iniciar golpes espectaculares que terminan revirtiéndose trágicamente? Desde luego que sí, y la guerrita de legitimación de Felipe Calderón en contra del narco no es la excepción. Para ello, sólo tenemos que voltear los ojos hacia los Estados Unidos y situarnos en una época diferente, a principios del siglo pasado. Para poder racionalizar una explicación al por qué las cosas andan tan mal en México tras la declaración de Felipe Calderón de su guerra de legitimación en contra de la delincuencia organizada a tan solo unas cuantas semanas de haber tomado posesión de su cargo -tras haber entrado por una puerta trasera en el Congreso de la Unión para poder ser declarado como Presidente-, tan sólo se tiene que ver el por qué las cosas andaban tan mal en los Estados Unidos cuando entonces, al igual que hoy en México, los puritanos moralistas y ultraconservadores de derecha que le echaban la culpa al alcohol de todos los males habidos y por haber lograron que se prohibiera la manufactura, la distribución y el consumo del alcohol, desencadenando con su prohibicionismo puritano una ola de criminalidad nunca antes vista así como la proliferación de grupos delincuenciales armados hasta los dientes.
Empecemos con la lectura del siguiente editorial:
Ignorancia e intereses en la matanza
Humberto Musacchio
Revista Siempre!
6 de noviembre del 2010
Si alguien quiere saber por qué está perdida la llamada guerra contra el crimen organizado basta con leer las declaraciones de quienes desde sus oficinas están al frente de esa campaña bélica, como el señor Alejandro Poiré Romero, quien cobra como secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional pese a su rotunda ignorancia en lo que se refiere a las funciones que le han sido encomendadas.
El señor Poiré dice que legalizar el consumo de drogas no terminará con la violencia y las actividades ilícitas de los delincuentes que trafican con sustancias prohibidas, pues “son empresarios del crimen” que no dependen sólo de la venta de estupefacientes, sino que también se dedican “al contrabando, la piratería, el secuestro, la extorsión, así como al tráfico y trata de personas”.
El citado funcionario se sorprendería si estudiara un poco lo ocurrido en 1933, cuando se levantó la prohibición para producir y vender bebidas alcohólicas en Estados Unidos, pues en su mayoría los grandes capos y sus pandillas, quienes perdieron el mercado de bebidas embriagantes, pasaron a la legalidad y se convirtieron en ciudadanos respetables al invertir sus enormes capitales en la apertura y el funcionamiento de casinos en la ciudad de Las Vegas, lo que fue un apoyo inmenso a la reconstrucción de la economía estadounidense, devastada por el crack de 1929.
Para las almas buenas de Estados Unidos la ebriedad era del todo reprobable y el consumo de alcohol representaba algo así como la puerta de ingreso al pecado. Sin embargo, Franklin D. Roosevelt, un verdadero estadista, tuvo los arrestos para levantar la prohibición, negociar a trasmano con las mafias, declarar una amnistía de hecho y terminar con el baño de sangre en que estaban sumidas Chicago y otras ciudades, pues al pasar a la legalidad los traficantes de alcohol abandonaron otras actividades delictivas.
Para apreciar los alcances de la legalización de la mariguana, cabe citar un estudio publicado por la revista The Lancet, según el cual el alcohol –debemos suponer que ingerido sin moderación– es más peligroso que otras sustancias. En una escala de riesgo de uno a cien, el alcohol tiene 72 puntos, la heroína 55, la cocaína 27, el tabaco 26 y la cannabis 20. El estudio, de los científicos David Nutt y Leslie King, evaluó el efecto de diez sustancias en las relaciones familiares, los daños físicos y sicológicos al consumidor y a terceros y el costo que implica para la salud pública, el sistema policiaco y de prisiones, el ausentismo laboral y la pérdida de productividad.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el consumo de alcohol –excesivo, se entiende– causa dos y medio millones de muertes por problemas cardiacos o hepáticos y cáncer, accidentes de tránsito y suicidios, además de los homicidios en que está de por medio el trago. En el mundo, el consumo de alcohol es el tercer mayor indicador de riesgo de muerte prematura y de incapacidad.
Con todo, los fundamentalistas del prohibicionismo insisten en su cerrazón pese a que las evidencias actúan en su contra. Por ejemplo, los 28 mil muertos por la guerra de Calderón no han podido impedir el aumento en la producción de drogas, pues el cultivo de mariguana creció más de 35 por ciento y se dobló el de amapola mientras aumenta el consumo de drogas. Lo que explica actitudes como la del señor Poiré es que la matanza se ha convertido en fuente de empleos y jugosos presupuestos para quienes viven de la represión. Ese es el punto.
Antes de este editorial, otro conocido analista ya había comentado lo siguiente:
Droga y violencia
Sergio Sarmiento
Jaque Mate
4 de noviembre del 2010
“La prohibición va más allá de los límites de la razón porque pretende controlar por legislación los apetitos de un hombre y hace crímenes de cosas que no son crímenes”.
Abraham Lincoln
Alejandro Poiré, vocero del Consejo de Seguridad Nacional, afirmó este 2 de noviembre: “Legalizar la droga no pone fin a la violencia asociada con el crimen organizado. Legalizar la marihuana, particularmente cuando esto se hace a nivel local o de manera unilateral o aislada en el contexto internacional, no disminuirá la criminalidad ni la violencia en México... Ampliar su consumo en mercados relevantes como Estados Unidos, sin medidas que impacten significativamente el mercado y la cadena productiva de las drogas, genera mayores estímulos económicos para los criminales”.
Poiré no cita ninguna fuente o estudio para sustentar su argumento de que la legalización genera mayores estímulos económicos o violencia. La declaración parece un simple esfuerzo por descalificar los esfuerzos sociales por descriminalizar el uso recreativo de la marihuana.
No hay, sin embargo, indicaciones de que las drogas legales generen incentivos económicos para los criminales o promuevan la violencia. En los Países Bajos el consumo de la marihuana no se persigue legalmente, pero los índices de violencia son muy bajos. No ha habido tampoco alzas en la violencia en los 14 estados de la Unión Americana en los que se ha legalizado el uso médico de la marihuana. De hecho, si bien en California se trató fallidamente, con el referéndum del 2 de noviembre, de legalizar la marihuana para uso recreativo, hace ya tiempo que su venta es legal para propósitos médicos, lo cual ha permitido que se pueda adquirir con sólo una receta médica sin que su comercio haya generado actos de violencia.
La única experiencia histórica que tenemos de las consecuencias sobre la violencia de la legalización de un producto prohibido tuvo lugar en 1933 con el fin de la prohibición de bebidas alcohólicas en Estados Unidos. Pero en lugar del incremento que pronosticaría Poiré, hubo una caída muy importante de la violencia.
No es lógico que un estado de la Unión Americana modifique por sí solo la prohibición de las drogas o de una en particular, como la marihuana. Si los esfuerzos por lograrlo se están haciendo a nivel local y por miembros de la sociedad, es porque ningún dirigente internacional ha mostrado el liderazgo que tuvo Franklin D. Roosevelt en 1933 al impulsar la legalización de las bebidas alcohólicas.
La descriminalización de las drogas es indispensable por razones pragmáticas, ya que la experiencia nos sugiere que una vez terminado el mercado negro que genera la prohibición la violencia desaparece gradualmente. También hay razones éticas, sin embargo. Ningún gobierno tiene el derecho a castigar a una persona por utilizar una sustancia que no le hace daño a nadie más que a ella.
Con el paso del tiempo el mundo optará, no tengo duda, por legalizar las drogas o cuando menos las menos dañinas, como la marihuana. Cuando esto ocurra recordaremos las declaraciones de Poiré con la misma incredulidad con la que hoy vemos las afirmaciones de los activistas de la temperancia que al defender la prohibición de 1919 a 1933 generaron un periodo de extraordinaria violencia en Estados Unidos.
Es importante tomar nota de que los poderosos grupos moralistas puritanos de los Estados Unidos que en su momento lograron que se prohibiera la producción y el consumo de todo tipo de bebidas alcohólicas arguyendo falsamente que eso traería al país una nueva era de pureza moral y virtuosidad muy al estilo de las derechas y las ultraderechas, aunque autoproclamándose muy cristianos de hecho en su fundamentalismo puritano fueron mucho más lejos que incluso los primeros cristianos y el mismo Jesús, ya que fué precisamente Jesús de Nazareth quien obrando su primer milagro público a instancias de su madre María convirtió el agua en vino en las bodas de Caná iniciando formalmente su ministerio, como podemos leerlo en los Evangelios en el Evangelio según San Juan (San Juan, 2: 1-11):
“Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino, Jesús le respondió: Mujer, ¿qué nos va a tí y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga. Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los Judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas: Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”.
Si el alcohol realmente hubiese sido un “gran Satán” que lleva a los hombres a su perdición, Jesús ciertamente jamás habría convertido el agua en vino, aunque se lo pidiera su propia madre María. Al emprender una “santa” cruzada en contra de las bebidas alcohólicas yendo en contra de la voluntad de las mayorías, los fundamentalistas ultraconservadores de Estados Unidos se hicieron a sí mismos “más Papistas que el Papa”. Ya ni siquiera entraremos en detalle sobre cómo pudieron oficiar los sacerdotes católicos sus Misas en los Estados Unidos durante los tiempos del Prohibicionismo, máxime que una parte fundamental de la Eucaristía en la Misa incluye la ingesta del vino de consagrar que efectúa el sacerdote como parte del memorial que el mismo Jesús pidió a sus seguidores que se llevase a cabo en su memoria, porque tratar de dialogar con fundamentalistas ultrapuritanos de derecha y ultraderecha siempre ha sido una pérdida lamentable de tiempo, tan lamentable como tratar de dialogar con una piedra sin cerebro.
Para acabar de tajo con la locura que significaba el prohibicionismo del alcohol derivado del Acta de Volstead impulsada por los grupos puritanos moralistas ultraconservadores de la Unión Americana -algo equivalente a la Organización Nacional del Yunque en México y a los Tecos de la ultraderechista Universidad Autónoma de Guadalajara pero sin el antisemitismo fascista que hoy distingue a estas dos organizaciones clandestinas- se requería de alguien que tuviera la estatura de un gran estadista capaz de darse cuenta que la única salida a la locura era la legalización de las bebidas alcohólicas, dándole palo a la obstinada terquedad con la cual los moralistas fundamentalistas norteamericanos se oponían a la legalización del alcohol. Y ese gran estadista fue Franklin Delano Roosevelt, quien luchando denodadamente en contra de la derecha radical norteamericana logró convencer al electorado norteamericano y al Congreso que no había otra salida más que la legalización del alcohol.
Antes de la llegada de Roosevelt a la Presidencia, el factor fundamental en haber logrado la prohibición de las bebidas alcohólicas en los Estados Unidos lo fué el Movimiento por la Temperancia, fundado para convencer a las personas a abstenerse del alcohol. Esta organización ultrapuritana demostró que cuando una minoría se organiza y hace mucho ruido -al igual que los Nazis en Alemania cuando apenas comenzaban- puede llegar muy lejos imponiendo su voluntad y su fundamentalismo sobre las grandes mayorías recurriendo incluso a la fuerza del Estado, al poder del César. Poco después, la Unión de Temperancia Cristiana de las Mujeres juró no solamente prohibir el alcohol y las drogas sino también mejorar la moral pública (¿?). La Liga Anti-Bares fue formada en 1893 y eventualmente se convirtió en una poderosa fuerza política para aprobar la prohibición nacional sobre las bebidas alcohólicas. Mujeres, dueños de fábricas y “reformadores progresivos” influenciados por la propaganda moralista puritana llamaron a prohibir el alcohol, viéndolo como el “destructor de familias y matrimonios,” promotor de malos hábitos laborales y catalizador del comportamiento degenerado. Las sociedades de temperancia que habían iniciado un ataque total contra el licor y la vida suelta vieron Sus esfuerzos culminados con la aprobación de la 18ª enmienda, que “prohibía la manufactura, venta y transporte de licores alcohólicos.” Los efectos finales de los esfuerzos del Movimiento por la Temperancia, al igual que todas las “bien intencionadas” agendas de las derechas radicales norteamericanas y del resto del mundo, resultaron ser desastrosos. Inicialmente une empresa legitima, la producción de alcohol, fue transferida desde las viñas, cervecerías y destilerías a una banda de gangsters y contrabandistas, y el crimen organizado creció muchísimo al igual que como hoy ha crecido en México con un gobierno de derecha ultraconservadora en el poder al cual le deben hoy lo que son.
Tomando responsabilidad de sus decisiones, el Presidente Franklin Delano Roosevelt emitió en abril de 1933 una Orden Ejecutiva redefiniendo el porcentaje de alcohol que podía ser manejado legalmente, al parejo de otros esfuerzos con los cuales se llevó a cabo la enmienda constitucional para llevar a cabo la aniquilación de la nefasta Era de la Prohibición, enmienda constitucional que ya había sido presentada el 14 de febrero de 1933 por el Senador Blaine de Wisconsin, y aprobada dos días después por el Senado en una votación de 63 a 23.
No escapa de algunos historiadores el hecho de que, en sus esfuerzos por impedir a toda costa la legalización del alcohol, los grupos moralistas ultraconservadores norteamericanos que habían estado detrás de la implementación de la prohibición del alcohol estuvieron usando esencialmente los mismos argumentos que los que hoy utilizan el Presidente Felipe Calderón y sus propagandistas para mantener una prohibición total en México sobre cualquier posible legalización de la mariguana, argumentando que si se legaliza la mariguana “aumentará el crimen y las cosas empeorarán”. Al decir de las derechas y las ultraderechas de México, si se legaliza la mariguana ello marcará prácticamente el inicio del Apocalipsis. Pero en el juicio histórico que hoy se le puede aplicar a Felipe Calderón inclusive desde antes de que termine su descalabrada administración, puede concluírse que este hombrecillo extremadamente vanidoso y soberbio incapaz de admitir equivocación y error alguno jamás tuvo ni siquiera en sueños la estatura de estadista que tuvo Franklin Delano Roosevelt para darse cuenta de los pasos que tenían que darse para hacer manejable un problema inaguantable de criminalidad, porque una cosa es hacer un problema social manejable y tolerable y otra cosa muy diferente es tratar de acabarlo quijotescamente volviéndolo a la larga inmanejable e intolerable.
A partir del momento en que el Presidente Roosevelt acabó de tajo con la estúpida era del prohibicionismo impuesta sobre toda la sociedad norteamericana por una minoría ridícula de fundamentalistas hipócritas salidos de lo más conservador de la derecha norteamericana -moralistas norteamericanos que hoy encuentran cobijo entre las filas del Partido Republicano al igual que los Yunquistas y los Tecos de la UAG hoy encuentran cobijo en el Partido Acción Nacional de México-, Roosevelt se ganó gratuitamente el odio de los incipientes fascistas de México de los años veinte, los cuales no perdieron tiempo en achacarle una supuesta ancestría judía para hacerlo parte de esa mítológica “gran conspiración judía masónica comunista” que es el tema central en que basan toda su propaganda chatarra que promueven desde la clandestinidad.
Pero no sólo tuvo que luchar Franklin Delano Roosevelt en su época en contra de los grupos de las derechas radicales dentro de su país que insistían en mantener a toda costa la Era de la Prohibición. El destino lo obligó a tener que enfrentar a los países del Eje unificados en torno a la ultraderecha alemana (irónicamente, en Alemania no hubo jamás algo equiparable a la prohibición del alcohol en los Estados Unidos, quizá no sólo a causa de la terrible experiencia norteamericana sino también por los innumerables problemas que le habría ocasionado a Hitler el tratar de prohibirle a los alemanes la cerveza a la que son tan afectos y a la cual ven inclusive como parte integral de su alimentación diaria).
El siguiente artículo contiene algunos datos de interés histórico que pueden ser cotejados y corroborados a través de Internet, el cual nos detalla que, interesantemente, hubo grupos poderosos que apoyaron a Roosevelt en su aniquilamiento de la Era del Prohibicionismo, pero no por las razones que Roosevelt defendía sino por otras razones que tenían que ver más con sus propios y mezquinos intereses:
Fascistas de entonces y de ahora, al acecho del legado de FDR
Jeffrey Steinberg y John Hoefle
Executive Intelligence Review # 8
27 de febrero del 2009
El 31 de octubre de 1936, el presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR), quien hacía campaña para su primera reelección, pronunció su discurso de cierre de campaña, antes de las elecciones de noviembre, ante una nutrida y entusiasta multitud en el Madison Square Garden en la ciudad de Nueva York.
“Durante doce años” declaró el Presidente, “esta nación se ha visto afligida por un gobierno que no oye nada, no vé nada y no hace nada. La nación volteaba a ver al gobierno, pero el gobierno desviaba la vista. ¡Nueve años de mofa con el becerro de oro y tres largos años de calamidades! ¡Nueve años de sufrimiento y tres años viviendo de limosnas! ¡Nueve desquiciados años de espejismos y largos años de desesperación! Poderosas influencias luchan hoy por restablecer este tipo de gobierno, con su doctrina de que el mejor gobierno es el más indiferente”.
“Por casi cuatro años, han tenido ustedes un gobierno que en vez de cruzarse de brazos se ha remangado la camisa. Continuaremos con nuestra camisa remangada”.
“Tuvimos que pelear en contra de los viejos enemigos de la paz, los monopolios financieros y empresariales, la especulación, una banca imprudente, antagonismo de clases, sectarismo, lucro con las guerras. Han llegado a considerar al gobierno de Estados Unidos simplemente como un apéndice de sus propios asuntos. Ahora sabemos que el gobierno del dinero organizado es igual de peligroso que un gobierno del crimen organizado”.
FDR afirmó orgullosamente: “Nunca antes en toda nuestra historia han estado tan unidas estas fuerzas en contra de un candidato, como lo están hoy. Son unánimes en su odio en contra mía, y yo les acepto ese odio”.
La American Liberty League
FDR no hablaba en abstracto de alguna conspiración amorfa de los peces gordo de Wall Street. Se refería específicamente a la American Liberty League (ALL, o Liga Americana por la Libertad), una organización fundada en 1934 con el objetivo explícito de destruir el Nuevo Trato (New Deal), derrotar a FDR en su campaña por la reelección en 1936 e imponer abiertamente el fascismo en Estados Unidos, valiendose de lo que fuera, boletas electorales (¿al estilo México?), golpe militar o asesinato de ser necesario.
Los dirigentes de la Liga Americana por la Libertad no eran chusmas camisas pardas o racistas sureños, aunque sin dudarlo financiaron a esos pandilleros pretendientes a fascistas. Eran los gigantes de Wall Street y los grandes monopolios industriales y de materias primas estadounidenses: los Morgan, los du Pont, los Pew, los Harriman, los Mellon, los Weir, los Warburg, los Rockefeller. Están clasificados, por su odio a FDR y todo lo que él representaba, como enemigos del pueblo estadounidense y de la Constitución Federal, con su cláusula sobre el Bienestar General.
Para cuando Roosevelt pronunció su discurso en el Madison Square Garden, el Comite McCormack-Dichstein (oficialmente, la Comisión Especial de la Cámara de Representantes para Investigar las Actividades Nazis en Estados Unidos) había dado a conocer su informe final. Ese documento de febrero de 1935, basado ampliamente en el testimonio del general Smedley Darlington Butler, concluye: “Se ha obtenido evidencia que muestra que ciertas personas han hecho intentos por establecer una organización fascista en este país. No hay dudas de que estos intentos se discutieron, se planearon y pudieron haberse llevado a cabo cuando y si, sus partidarios financieros lo consideraran conveniente”.
Aunque el informe final de la comisión McCormack-Dickstein no menciona por nombre a la American Liberty League —en gran parte debido a que temían represalias— uno de los principales conspiradores, mencionado por Butler y otros testigos, en sus testimonios ante la comisión, ampliamente publicitados, fue Grayson Mallet-Prevost Murphy, tesorero de la Liga.
Murphy, director de Guarantee Trust, Anaconda Copper, Goodyear y Bethlehem Steel, controlados por Morgan, había estado en París en 1919 para la fundación de la Legión Americana, y le había metido $125,000 dólares de su propio bolsillo a la organización, varios de cuyos dirigentes fueron después mencionados por Butler como parte medular del plan para montar un golpe de Estado fascista en Washington, a favor de los intereses Morgan y sus círculos aliados industriales y en Wall Street.
Ya para 1922-1923 el comandante nacional de la Legión Americana, coronel Alvin Owsley, declaraba: “Si alguna vez fuera necesario, la Legión Americana está lista para proteger las instituciones e ideales de nuestro país, así como los Fascisti le hicieron frente a los destruccionistas que pusieron en peligro a Italia. No se olvide que los Fascisti son para Italia lo que la Legión Americana es para Estados Unidos”.
Uno de los agentes desplegados por Murphy y Robert Sterling Park, heredero de la fortuna de la máquina de coser Singer, a quien se le asignó la tarea de reclutar al condecorado general Butler al complot del golpe de Estado fascista, fue Gerald MacGuire. A fines de agosto de 1934, según el testimonio de Butler ante la comisión McCormack-Dickstein, se reunión con MacGuire en el Hotel Bellevue en Filadelfia, en donde MacGuire, recién desempacado de un extenso viaje por Europa, dió más detalles sobre el complot de golpe de Estado y desplegó plenamente su carácter abiertamente fascista. MacGuire le dijo a Butler que la “organización de veteranos” que querían que él presidiera, estaba modelada en la Croix de Feu (Cruz de Fuego) francesa, un grupo notorio de veteranos franceses de la I Guerra Mundial profascistas. “Ahora, esa es nuestra idea para Estados Unidos, levantar una organización como esa” le dijo MacGuire a Butler.
Para mejorar sus credenciales con el general, que todavía tenía sus dudas, MacGuire se jactó de que, cuando estaba en Europa, buscando una organización que fuera modelo de su plan, estuvo trabajando desde las oficinas centrales de J.P. Morgan Y Harjers en París, la sucursal francesa del Banco Drexel Morgan original, establecido en el siglo 19.
Aunque los intereses Morgan pretendían imitar el modelo de la Croix de Feu —que fracasó en varios intentos de golpe de Estado en Francia en los 1930— su objetivo indisputable era establecer una dictadura de financieros fascistas al estilo de Mussolini, en los Estados Unidos. El senador republicano por Pensilvania, David A. Reed, un personaje prominente en la Liga, había pronunciado un discurso en el pleno del Senado estadounidense en mayo de 1932, en donde declaraba: “Yo no envidio con frecuencia a otros países por sus gobiernos, pero yo digo que si hubo un momento en que este país necesitara un Mussolini, ese momento es ahora”.
Durante un tiempo, la ALL estuvo estigmatizada por sus vínculos con el complot de golpe de Estado fascista puesto al descubierto por el general Butler y la comisión McCormack-Dickstein. Pero, en vísperas de las elecciones presidenciales de 1936, la Liga lanzó una campaña propagandística viciosa en contra de FDR y el Nuevo Trato.
Orígenes contra la prohibición
La American Liberty League era aparentemente una organización nueva cuando se anunció su fundación mediante un comunicado de prensa, en agosto de 1934, cuando el presidente Roosvelt regresaba de sus vacaciones en Hawaii. Pero, de hecho, la ALL no era más que un refrito de la Asociación en Contra de la Enmienda Prohibicionista (AAPA por siglas en inglés), una organización patrocinada por los grandes negocios y Wall Street, dedicada a revocar la Enmienda 18ava, que prohibía la producción y venta de bebidas alcohólicas. La AAPA fue el frente de los mismos intereses británicos y de J.P. Morgan que después habrían de lanzar la Liga por la Libertad.
¿Por qué atacar la prohibición? Según los propios materiales y avisos publicitarios de la AAPA, y una investigación del Senado de E.U., la prohibición de las bebidas alcohólicas en Estados Unidos había ocasionado que se dispararan hasta las nubes los impuestos a los ingresos personales y de las corporaciones, para compensar por la pérdida en los ingresos fiscales del licor legal. La pandilla de Wall Street detrás de la AAPA alegó que se debía legalizar de nuevo el licor e imponerle impuestos altos, lo que permitiría eliminar los impuestos a los ingresos y de todas las corporaciones.
El 5 de diciembre de 1933 se ratificó la Enmienda 21ava a la Constitución, aboliendo la Enmienda 18 ava., que había establecido la Prohibición en enero de 1919. La AAPA cerró unos pocos meses después, y poco después de esto, abrió sus puertas la Liga de la Libertad Americana, prácticamente con los mismos funcionarios y los mismos patrocinadores de Wall Street, en un piso completo del edificio de la Prensa Nacional en Washington D.C., llegando a tener un equipo de 200 personas de tiempo completo en sus mejores tiempos. Esta vez, el objetido de la pandilla Morgan no era rechazar los impuestos a los ingresos personales y de las corporaciones, sino el Presidente de los Estados Unidos y sus odiadas políticas del Nuevo Trato.
La pandilla de Morgan
Entre 1934 y 1940, la Liga de la Libertad Americana libró una campaña de calumnias sin cuartel en contra de Roosevelt. Financiados por algunas de las familias anglófilas más ricas de Estados Unidos, encabezados por los du Pont, los Mellon, los Pew y los Morgan, se dice que la Liga recabó $1.2 millones de dólares, especialmente en sus primeros años de operación. En términos de dólares de 2008, medidos en PNB per cápita nominal, esos $1.2 millones valdrían hoy más de mil millones de dólares.
Treinta por ciento de todos los fondos de la Liga de la Libertad provinieron de Irénée, Lammot y Pierre du Pont. El cuarto gran financiador de la Liga fue John Raskob, el director ejecutivo de J.P. Morgan, General Motors, y du Pont, quien se había convertido en el presidente del Partido Demócrata (1928-32) y había encabezado la campaña para negarle la candidatura presidencial a FDR en la Convención de Chicago en junio-julio de 1932.
El presidente de la Liga era el protegido de Raskob, Jouett Shouse, subsecretario del Tesoro con Woodrow Wilson, dirigente de la Asociación en Contra de la Enmienda Prohibicionista, junto con Raskob, y que había encabezado la pelea en contra de FDR en la plenaria de Chicago en 1932. El secretario de la Liga era el capitan William H. Stayton, fundador de la AAPA y su presidente, y presidente honorario de J.P. Morgan. El tesorero era el ya mencionado financiero promotor del golpe fascista, Grayson Mallet-Prevost Murphy.
El comité ejecutivo de la Liga incluía a Irénée du Pont, y John W. Davis, abogado de J.P. morgan y candidato presidencial por el Partido Demócrata en 1924, a quien Eugenics News de la familia Harriman calificó de “mejor dotado por herencia” a ser presidente.
Otros directores fueron: Alfred E. Smith, exgobernador de Nueva York, y precandidato presidencial en el partido Demócrata en 1928 y para entonces, un agente propiedad total de J. P. Morgan, quien también encabezó la campaña para bloquear el nombramiento como candidato de FDR en 1932; Pauline Sabin, heredera de Sal Morton y esposa de Charles Sabin, presidente de Guarantee Trust; y el banquero de Nueva York James Wolcott Wadsworth, Jr.
La Junta Nacional de Asesores estaba encabezada por Frederic Reneé Coudert, fundador del bufete jurídico de J.P. Morgan. Coudert Brothers; Edward Francis Hutton, fundador de la casa de corretaje E.F. Hutton, presidente de General Foods, y director de Manufacturers Trust Company y de Chrysler Motors; y el abogado de Filadelfia James Montgomery Beck, quien también estuvo implicado en el complot de golpe de Estado fascista denunciado por el general Butler. Beck, un adversrio del federalismo y promotor radical de los derechos de los estados (frente a la nación), era un anglófilo tan rabioso que, en 1914, había sido elegido al asiento Inglés en Gray's Inn, Londres, el primer extranjero en recibir ese honor en 600 años.
Coudert, Beck y Davis habrían de lanzar la Comisión de Vigilancia de los Abogados de la Liga de la Libertad Americana, junto con Raoul Desvernine, asesor jurídico de U.S. Steel, y después, presidente de Crucible Steel. La Comisión de Vigilancia era un grupo de 50 a 60 de los más prestantes abogados de Wall Street, que encabezaron el asalto en contra del Nuevo Trato acusándolo de anticonstitucional, lo cual solo se puede caracterizar como un repudio escandaloso a la claúsula sobre el Bienestar General contenida en el Preámbulo de la Constitución de Estados Unidos.
La manipulación de los forjadores de la opinión pública
Mientras que financiaba toda una sopa de letras de grupos populistas “de base” por los derechos de los estados y otros grupos racistas contrarios a FDR, la American Liberty League centró la mayor parte de sus energías en un ataques propagandísticos contra FDR, aprovechando su acceso a los medios informativos, a los poderosos bufetes de abogados de Wall Street y las enormes capacidades de cabildeo en el Congreso contra el Nuevo Trato.
Con cofre de efectivo relativamente inagotable, la ALL imprimió unos 135 panfletos de distribución masiva entre agosto de 1934 y septiembre de 1936. Los panfletos se enviaron a los despachos en Washington de 350 periódicos, a todas las asociaciones de prensa, a los directores de periódicos y editorialistas claves, a todos los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, y a 7500 bibliotecas universitarias. Innumerables estaciones de radio ofrecieron tiempo gratis a los voceros de la Liga.
Para el 15 de enero de 1936 los ataques al Presidente Roosevelt iban en crescendo, cuando en vísperas de la campaña electoral presidencial de ese año, la Liga patrocinó un banquete en el Hotel Mayflower de Washington, D.C. Se anunció como el inicio de un ataque frontal contra FDR y el Nuevo Trato, con el objetivo de negarle a Roosevelt la postulación presidencial del Partido Demócrata en 1936, o garantizar su derrota en las elecciones de noviembre. El orador principal fue el otrora aliado polítido de FDR, Al Smith, convertido ahora en títere de Morgan. El salón del Mayflower se llenó por completo, con unas 2000 personas, que se acomodaron hasta la entrada del hotel, y la diatriba de Smith se difundió por radio nacionalmente.
Smith se lanzó con un vicioso ataque personal contra FDR, y lo acuso de tramar un complot comunista contra Estados Unidos. Con tono vociferante, Smith dijo que “solo puede haber una capital, Washington o Moscú”. Y siguió con la perorata: “Solo puede haber el aire puro, claro y fresco de una América libre, o el aliento apestoso de la Rusia comunista. Solo puede haber una bandera, la de las barras y las estrellas, o la bandera de la Unión de los Soviets sin dios. Solo puede haber un himno nacional, The Star-Spangled Banner or La Internacional”.
El discurso de Smith le lanzó el guante a FDR: El Nuevo Trato era una intervención socialista par impedir que los mercados libres resolvieran de modo “natural” la crisis. Las nuevas instituciones reguladoras, que crearon un red de seguridad social para la población en general, eran una violación de la Constitución. Los ataques recorrían todo el espectro político, desde acusar a FDR de ser más fascista que Mussolini o Hitler, hasta de ser más comunista que José Stalin.
El archivo de los panfletos y volantes de la American Liberty League, los discursos y programas de radio, los muestran hasta la fecha, como el manantial de todos los ataques contra Franklin Roosevelt y su Nuevo Trato, es decir, su enfoque aa la economía política desde la perspectiva del Sistema Americano.
Roosevelt y sus aliados respondieron duro hasta hacer retroceder a Smith y a la Liga, tachándolos de “monarquistas económicos” y señalando a Smith, Raskob y Shouse como traidores a la nueva causa demócrata. FDR encabezo el contrataque, jactándose constantemente de que para el era un orgullo que los piratas de Wall Street y las finanzas internacionales lo considerasen su mayor enemigo. Cuando los demócratas se reunieron en Filadelfia el verano de 1936, FDR fue postulado para la reelección por proclamación abrumadora a viva voz.
En noviembre de 1936, FDR derrotó al candidato republicano Alf Landon por la diferencia más grande en la historia del país. FDR ganó el 60.8% del voto popular, ganó el Colegio Electoral por una mayoría aplastante de 528-8, y solo perdió en dos de los 48 estados, Maine y Vermont.
Luego de la victoria de Roosevelt, los vástagos de la Liga decidieron acelerar a toda máquina la guerra económica y política en contra del Nuevo Trato, metienda demandas judiciales, sosteniendo los ataques propagandísticos contra los gastos del Nuevo Trato, y sosteniendo los ataques personales más viciosos contra el Presidente. A pesar de todo esto, y a pesar de los ataques de Wall Street a los programas de FDR, que llevaron a una reducción del ritmo de creación de empleos y hasta un retroceso temporal de la recuperación económica entre 1937 y 1938, para 1939 el despacho de Estadísticas Laborales estimaba que, en la cúspide del Nuevo Trato, de 1933 a 1937, las medidas de Roosevelt habían generado un promedio de 7.1 millones de empleos al año, entre proyectos de federales de infraestructura, empleos en el sector privado, la producción de la necesaria carta de materiales para la producción en general, y en bienes y servicios para el sector consumidor. La nación se había transformado, mediante programas tales como la Comisión del Valle del Tenesí, que había sido uno de los blancos de ataque más vicioso en uno de los folletos de la Liga.
Formalmente, la liga termino sus operaciones en 1940. Pero, con la muerte de FDR cinco años después, resurgió en personajes como Dean Acheson (quien había reununciado al Departamento de Hacienda de FDR como parte de los esfuerzos de la Liga para hundir a Roosevelt desde dentro del Partido Demócrata y de su propio gobierno) quien sería una figura dominante en el gobierno de Truman y líder de la pandilla Morgan-du Pont que resurgió.
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Los herederos políticos de la American Liberty League han salido de su tumba, en particular desde las elecciones presidenciales de noviembre de 2008 y la partida del régimen de Bush y Cheney. Durante los ocho años de Bush y Cheney, la facción pro fascista de las elites estadounidenses habían gozado su mayor tajada de poder en décadas. El propio George W. Bush es nieto de Prescott Bush, banquero de Harriman, una vez senador estadounidense y líder de la facción anglófila de Wall Street que financiaron el ascenso al poder de Hitler en Alemania y que luego financiaron el rearme de la Alemania nazi para la guerra.
Ahora, con la mayor ciris financiera de la historia, que sobrepasa al Gobierno de Obama, los nuevos activistas de la Liga encabezan ahora un ataque contra el legado de Franklin Delano Roosevelt. El objetivo es claro: Garantizar que el Presidente Obama no salga con una solución como la de FDR a esta crisis todavía mayor.
Sin embargo, el rencauche de la maquinaria propagandística de la American Liberty League no empezó el 20 de enero con la toma de posesión de Obama. Diez años antes, cuando el entonces Presidente Bill Clinton, junto con su Secretario de Hacienda Robert Rubin, se enfrentaba con una cadena de choques financieros globales, comenzó a promover la necesidad de una “nueva arquitectura financiera global”, para aplastar la especulación desenfrenada, se montó un ataque vicioso contra la Presidencia, algo sin precedentes desde la época de la perorata de Al Smith contra FDR. Y como en los 1930, los demócratas chaqueteros, encabezados por el vicepresidente Al Gore y el senador por Connecticut Joseph Lieberman, trataron de hundir a la Presidencia de Clinton desde adentro.
Sucesores de la Liga
Antes de que la Liga cerrara sus puertas, ya sea había creado una nueva red de organismos de Wall Street; todavía existen, a la fecha, para hacer el trabajo sucio de la ALL. En 1938 se fundó la American Enterprise Association (AEA) con executivos de General Mills, el Chemical Bank y Bristol Meyers, junto con Raymond Moley, quien desertó del Nuevo Trato y se paso a la causa de la Liga. Pronto establecieron oficinas en Washington, D.C., con el nombre de American Enterprise Institute (AEI), para garantizar se diera marcha atrás con el Nuevo Trato, la movilización de Roosevelt durante la guerra y las medidas regulatorias, después de que terminara la guerra.
Hoy, el AEI, junto con la fundación Heritage Foundation y el Instituto Cato, son los motores de la campaña para poner en la picota a la tradición de FDR, otra vez de nuevo con las mismas mentiras que llenaron las páginas de los panfletos de la Liga.
Emblemático de esta campaña son dos libros recientes, sacados de los archivos de la propaganda de la Liga, que pretenden destruir a FDR y a quienquiera que hoy este considerando modelar un programa en el éxito del Nuevo Trato y de la movilización del Arsenal de la Democracia en la Segunda Guerra Mundial.
En 2003, el propagandista libertario del Insituto Cato, Jim Powell, escribió “FDR's Folly—How Roosevelt and His New Deal Prolonged the Great Depression” (La necedad de FDR: Como Roosevelt y su Nuevo Trato prolongaron la Gran Depresión). El libro se produjo bajo la dirección exhaustiva de Milton Friedman y James Buchanan, dos personajes prominentes de la Sociedad Mont Pelerin en pro del fascismo, y lo promovieron dos figuras prominentes del Instituto Cato, David Boaz y Ed Crane.
En 2007, Amity Shlaes, que había sido periodista del Financial Times de Londres y del Wall Street Journal, y para ese entonces miembro del American Enterprise Institute, escribió The Forgotten Man—A New History of the Great Depression (El hombre olvidado: una historia nueva de la Gran Depresión), en el que ella también destroza a FDR y al Nuevo Trato, por “prolongar la Gran Depresión” por interferir en los mercados financieros. Su alegato, igual que el de Powell, lo sacó casi palabra por palabra de los productos de la Liga. Su libro lo publicó la compañía HarperCollins del protegido de lord Beaverbrook, Rupert Murdoch. Este, junto con Richard Mellon Scaife, de la familia Mellon (Andrew Mellon, Secretario de Hacienda en los 1920, fue miembro de la Liga), financian al AEI, la Heritage y al Cato, junto al Pew Charitable Trust, el fideicomiso familiar de J. Howard Pew de Sun Oil, miembro del Consejo de Asesores y del Comité Ejecutivo de la Liga.
Así como el levantamiento de la ultra-puritana y ultra-moralista prohibición al alcohol cortó de tajo una situación social que era ya verdaderamente intolerable e insostenible, hay razones de peso para suponer que un levantamiento similar a las restricciones en la prohibición de la producción y el consumo de la mariguana podría tener efectos profundos positivos en el marco de la desastrosa cuanto inútil guerra que está llevando a cabo Felipe Calderón con un despilfarro de recursos mucho más criminal que el “gran Satán” de hoy la mariguana. Pero ello será de tema de otro trabajo posterior de Spectator. Lo que sí es un hecho es que antes de que una medida tan trascendental se puede llevar a cabo, habrá que enfrentarse primero con una minoría mucho más fundamentalista y mucho más obstinada y terca que la minoría ultra-puritana y ultraconservadora con la cual se tuvo que enfrentar el Presidente norteamericano Roosevelt.
1 Comments:
Esto va para un comentarista que se identifica a sí mismo con el apellido de LeMaitre:
Spectator se siente halagado por las felicitaciones dispensadas por LeMaitre el 3 de noviembre del 2010, el cual afirma que Spectator es una inspiración para LeMaitre y muchos otros... tras lo cual mete como parte de sus comentarios su enlace llamando a los lectores de Spectator a que visiten su blog. ¡Vaya! ¿Realmente creía LeMaitre que Spectator habría sido tan estúpido como para hacerle promoción gratuita a LeMaitre sin checar primero bien y a fondo sus materiales? Desde luego que Spectator ya repasó todo lo que fue subido por LeMaitre a ese enlace. Material, desde luego, como el que incluyen los revisionistas fascistas de la ultraderecha española desde los tiempos del Generalísimo Francisco Franco, no hay nada nuevo en ellos. En cuanto Spectator tenga tiempo disponible, responderá una a una las observaciones formuladas por LeMaitre. Pero Spectator no le hará propaganda gratuita a LeMaitre, porque Spectator no es tan imbécil como para caer en trampas endulzadas con halagos. Mientras Spectator se toma el tiempo necesario para responderle a LeMaitre, Spectator le recomienda que lleve sus materiales al periódico Ocho Columnas en Guadalajara, México. Posiblemente allí si encontrará eco promocional y una audiencia receptiva. También se los puede hacer llegar a Salvador Borrego, pero se tiene que apurar para hacerlo antes de que se muera el Sr. Borrego que ya no es ningún jovencito. Y de seguro Pedro Varela en Barcelona con gusto le publicará todo a LeMaitre; él se especializa en ese tipo de materiales, aunque como ya se apuntó previamente, no hay nada nuevo en ellos que no se hubiera promocionado en la España negra del Franquismo.
Y en cuanto al felón convicto Bernard Madoff, a Spectator ese hampón le es irrelevante porque carece de peso en los objetivos hacia los cuales Spectator tiene apuntados sus fusiles.
De cualquier manera, Sr. LeMaitre, como dicen los norteamericanos: nice try.
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