sábado, 9 de octubre de 2010

Versalles: deuda saldada

Pasando desapercibido para muchos, el 3 de octubre del 2010 tuvo lugar de manera silenciosa y sin muchas fanfarrias un acto que marcó el cierre del capítulo final de la Primera Guerra Mundial, un capítulo que había estado pendiente como una herida abierta que se rehusaba en sanar. El acto en cuestión fue el pago final de las reparaciones de los daños que Alemania aceptó pagar tras su rendición con la cual la Primera Guerra Mundial llegó a su conclusión. El anuncio anticipado del saldo de la deuda apareció publicado en medios como el siguiente:

Alemania liquida su deuda por la Primera Guerra Mundial
Notimex
29 de septiembre del 2010

El próximo domingo Alemania abonará el último pago por las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, 92 años después del Tratado de Versalles.

El último pago asciende a 70 millones de euros y fue incluido en el presupuesto anual del Estado con el fin de que coincidiese con el 20 aniversario de la reunificación.

Los vencedores de la Primera Guerra Mundial decidieron en el Tratado de Versalles que Alemania pagará 20 mil millones de marcos de oro para las reparaciones de la guerra, aunque la cifra aumentó a 296 mil millones de marcos de oro en la siguiente conferencia de Boulogne de 1920.

Muchos historiadores señalan a dichas imposiciones como uno de los factores que contribuyeron a la crisis económica alemana de los años 20 y al sentimiento de humillación que propició el auge del partido nazi.

Uno de los más críticos con el monto de la deuda fue el economista británico John Maynard Keynes, quien lo calificó como "una barbaridad" y “excesivo”. De hecho, en 1924 y 1928 se acordó aligerar los pagos.

Durante los años 20 varias crisis inflacionistas y el crack del 29 afectaron duramente a Alemania que tenía el gobierno denominado “la República de Weimar”, dependiente de préstamos extranjeros para poder pagar las imposiciones.

Por entonces, la decisión de Adolfo Hitler de revocar el Tratado de Versalles fue bastante popular entre los alemanes.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los aliados acordaron reducir a la mitad el monto de la deuda en la Conferencia de Londres de 1953, y hasta 1983 la República Federal Alemana abonó 14 mil millones de marcos para compensar los daños.

No obstante, una claúsula de dicha Conferencia establecía que los intereses de la deuda (125 millones de euros) se pagarían cuando Alemania se unificase, por lo que el cumplimiento de dicho compromiso se reanudó en 1996.

Gran parte del dinero de la deuda fue pagado a personas privadas, fondos de pensiones y grupos empresariales, según lo estipulado el 28 de junio de 1919 en Versalles.

De acuerdo con el periódico alemán Bild, “este domingo se cumplirá con la última factura y así terminará por fin la Primera Guerra Mundial para Alemania (...) al menos financieramente”.

Con el pago final a la deuda contraída por Alemania con motivo del Tratado de Versalles, no sólo se cerró en definitiva un capítulo trágico en la historia de la humanidad. También se vino abajo estrepitosamente por los suelos una más de las miles de mentiras a las que son tan afectos los pseudo-historiadores de la ultraderecha mundial en su propaganda chatarra y que han ido cayendo por su propio peso con el paso del tiempo, la falacia de que la deuda impuesta por los países vencedores sobre Alemania en el Tratado de Versalles era una deuda impagable. ¡Claro que la deuda era pagable! Obviamente, no se podía pagar en un solo día, pero de que la deuda era pagable hoy ya no existe absolutamente ninguna duda. Se acaba de terminar de pagar. Para apoyar la burda tesis de que los pagos económicos impuestos sobre Alemania por el Tratado de Versalles (al cual el pseudo-historiador revisionista reducto de lo más duro del fascismo español Joaquín Bochaca le dedica un capítulo entero en su libro La Historia De Los Vencidos) no se podrían saldar jamás, muchos pseudo-intelectuales de la extrema derecha gustaban de citar a tipos como el economista británico John Maynard Keynes. Por supuesto, durante el Gobierno de Adolfo Hitler no se abonó ninguna cantidad por este concepto. Pero eso sí, el economista John Maynard Keynes se equivocó rotundamente al afirmar que Alemania jamás terminaría de pagar, poniendo a los historiadores revisionistas del fascismo contemporáneo en el duro dilema de tener que darle un revisionismo más a sus propias obras revisionistas para evitar quedar en ridículo ante un auditorio mundial que se está dando cuenta de las mentiras tramposas con la cual construye su propaganda chatarra la extrema derecha de corte neo-Nazi.

Independientemente del hecho de que la carga de la factura por reparación de daños impuesta sobre Alemania por los países vencedores llevaba el estigma de la humillación de la derrota, un estigma que le facilitó enormemente a Adolfo Hitler su ascenso al poder al prometerle a los alemanes una dulce y terrible venganza, otro hecho que frecuentemente es pasado por alto es que los Tratados de Versalles no sólo impusieron sobre el vencido los costos de una enorme reparación económica de daños. También se impuso sobre Alemania la prohibición de llevar a cabo un rearme. Con justa razón, los negociadores de las potencias aliadas sentados en la mesa de negociaciones, teniendo en mente que fué al final de cuentas la agresiva tradición militarista alemana la que actuó como el principal detonante de la Primera Guerra Mundial, demandaron en forma unánime que Alemania desistiera de poder volver a convertirse en una amenaza militar para sus vecinos, comprometiéndose a prescindir de aquellos ejércitos y aquellos armamentos con los cuales Alemania sintiéndose superior creyó que podría imponerse sobre Europa. Y aunque los embajadores plenipotenciarios de Alemania aceptaron tal clásula comprometiéndose a que Alemania no volvería a constituírse nuevamente en una nación agresora, ¡cuán equivocados estaban quienes creyeron que Alemania cumpliría esta importantísima parte del pacto!

Al igual que como ocurre con el mitológico canto de las sirenas que llevaba a la perdición a quienes no se tapaban los oídos, Adolfo Hitler y su otrora ridículamente minúsculo partido Nazi aprovecharon el momento histórico para seducir a los alemanes con promesas luminosas como las que acostumbra hacer la extrema derecha a sus seguidores alrededor del mundo, prometiendo un “nuevo orden” que implícitamente llevaba consigo veladamente la promesa de una venganza dulce y terrible en contra de las potencias aliadas por la humillación sufrida por la derrota en la Primera Guerra Mundial, pese a que fue la misma Alemania militarista de Bismarck y Hindenburg la que inició tan desastrosa aventura militar que con la derrota de los rusos en la batalla de Tannenberg en 1914 prácticamente derrumbó a la monarquía zarista facilitándole a los bolcheviques el darle la puntilla al gobierno imperial de Rusia. Y en cuanto los Nazis llegaron al poder en Alemania, con el pretexto de que a ningún país se le podía negar el derecho de contar con un ejército para defender su propio territorio Hitler empezó con un rearme militar gigantesco que, además de crear numerosos empleos entre los trabajadores alemanes que estaban desempleados estimulando artificialmente con ello la economía, preparó a Hitler no para la defensa legítima del territorio alemán en caso de una invasión externa sino para llevar a cabo desde Alemania la invasión del resto de Europa, para lo cual estuvo construyendo y estuvo almacenando por años enormes cantidades de fusiles, granadas, bombas, tanques, submarinos, aviones, cohetes, lanzallamas, explosivos, buques de guerra, en fin, todo lo que se podía construír para garantizar el éxito de la conquista y el soguzgamiento de Europa. Sólo cuando Hitler dió inicio a su locura megalómana llevando a cabo la invasión de Polonia en 1939 el mundo entero se dió cuenta demasiado tarde de que Hitler se había armando hasta los dientes en violación directa a lo estipulado en el Tratado de Versalles.

El Tratado de Versalles no sólo había comprometido a Alemania a no volver a convertirse nunca más en un agresor abusivo y despiadado en contra de sus vecinos valiéndose de su poderío industrial. También a instancias del Tratado de Versalles se creó la Sociedad de las Naciones, precursora de la O.N.U., con la finalidad de que los conflictos y los diferendos entre las naciones se pudiesen resolver de manera pacífica a través de negociaciones diplomáticas evitando con ello que se repitiese la enorme tragedia humana que fue la Primera Guerra Mundial. Entendiblemente, Hitler de manera unilateral retiró a Alemania de la Sociedad de las Naciones por el obstáculo que esta representaba para sus agresivos planes expansionistas.

Si Hitler no hubiese llegado al poder en Alemania y se hubiese respetado el Tratado de Versalles al pie de la letra, es de pensarse que Alemania eventualmente se habría recuperado de su grave situación económica no fincando sus esperanzas sobre una economía para tiempos de guerra sino en una economía para tiempos de paz como hoy lo hace. Y eventualmente habría terminado de pagar la deuda contraída en el Tratado de Versalles, demostrando cuán equivocados estaban los propagandistas amateurs del fascismo en su afirmación de que la deuda era impagable.

En realidad, años antes de que Hitler llevara a cabo la invasión de Polonia desencadenando con ello la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia de Inglaterra y Francia estaban conscientes de que Alemania bajo el Nazismo se estaba armando hasta los dientes en una proporción desmesurada que iba mucho más allá de lo que se requería para contar con un ejército meramente defensivo. Al igual que como había ocurrido en el preludio de la Primera Guerra Mundial, era tan sólo cuestión de tiempo para que Alemania volviera a constituírse en un peligro para el resto de Europa. Si en el camino al rearme de Alemania en la década de los años treinta las potencias aliadas se hubieran juntado nuevamente para emprender una invasión en contra de Alemania obligándola a cumplir con su parte de lo pactado, es posible que la Segunda Guerra Mundial no habría podido llevarse a cabo al no poder contar Hitler con las enormes cantidades de armamento requerido para llevar a cabo sus planes de invadir al resto de Europa. Pero tras la enorme tragedia que había significado para las potencias vencedoras la Primera Guerra Mundial, ya no había estómago para volver a entrar en un nuevo conflicto con Alemania, y simplemente se dejó que Hitler continuara con la formación de sus legiones de hordas invasoras, pagando a un alto precio el haber ignorado la máxima romana que dice “si quieres la paz, prepárate para la guerra”.

La agresividad del militarismo alemán, sobreamplificada por el fanatismo inculcado por Hitler y sus secuaces entre sus embobados seguidores, tenía a fin de cuentas como uno de sus principales objetivos la invasión descarada de otros países con la finalidad de anexarse los territorios conquistados como botín de guerra, y para este objetivo de agresión el Tratado de Versalles -en el cual los alemanes habían empeñado su “palabra de honor” de que sería cumplido cabalmente al pie de la letra- representaba un estorbo. La siguiente fotografía de una publicación de propaganda Nazi para su distribución masiva publicada el 9 de junio de 1937 hace una referencia directa a la violación socarrona y directa que pensaba llevar a cabo Hitler de todo lo que se había pactado y aceptado acatar en el Tratado de Versalles:





Y como un preludio a la invasión de Polonia que se llevaría a cabo unos cuantos meses después, la siguiente fotografía nos muestra otra portada de propaganda Nazi del 8 de febrero de 1939 argumentando que 80 millones de alemanes vivían en “apenas” 580 mil kilómetros cuadrados, lo cual “no era suficiente”, esto sin contar con que cuando se había imprimido dicha “justificación” a las invasiones descaradas que Hitler estaba por llevar a cabo en contra de sus vecinos ya se había consumado la anexión de Austria:





La justificación Hitleriana para sus feroces guerras de invasión y anexión tomando de otros a sangre y fuego lo que no era de los alemanes (jurídicamente hablando, un robo) es, desde luego, la doctrina del espacio vital o lebensraum, un eufemismo para no llamarle saqueos a los latrocinios que los Nazis querían llevar a cabo a costillas de sus vecinos. (Este tramposo argumento Hitleriano de que el espacio con el que ya contaban no les alcanzaba a los alemanes siempre fue un argumento falso. De acuerdo a las estadísticas de julio del 2005, Japón con una densidad de población de 337 habitantes por kilómetro cuadrado había logrado convertirse en la tercera potencia económica mundial con un nivel de vida envidiable, una densidad de población ciertamente mayor que la de Alemania estimada también en el 2005 en 229 habitantes por kilómetro cuadrado, por lo que la afirmación Hitleriana de que ya no era posible seguir creciendo en el vasto territorio disponible “por falta de espacio” se debe tomar como una burda farsa, una más de las miles de falsedades en las cuales se basó el Nazismo repetidas como matraca por los revisionistas pseudo-historiadores falaces de hoy tales como Joaquín Bochaca).

Siete meses después de haberse impreso la propaganda anterior como “preparativo de guerra”, las hordas invasoras del Nazismo entraron en Polonia el 1 de septiembre de 1939 matando a millares de militares y civiles en algo que ya los mismos Nazis se relamían como un anticipo de la dominación total de Europa, entendiéndose esto como un preludio de la dominación mundial que Hitler pretendía llevar a cabo.

El rapaz criminal Adolfo Hitler no tenía absolutamente ninguna justificación en haber ordenado la invasión de Polonia (máxime que Polonia no había hecho absolutamente nada en contra de Alemania para justificar tal agresión) salvo el satisfacer sus apetitos megalómanos de dominio mundial (todavía hay uno que otro neo-Nazi tarugo que cree que la única finalidad de la Alemania Nazi era acabar con el comunismo a sangre y fuego sin esperar absolutamente nada a cambio excepto el agradecimiento del resto del mundo), como tampoco tuvieron los Reyes Católicos de España y sus hordas de Conquistadores saqueadores justificación moral alguna para emprender una invasión brutal del continente americano con el solo propósito de satisfacer sus voraces e insaciables apetitos de oro y plata (todavía hay uno que otro tarugo en las filas de la ultraderecha mexicana que aún se cree el cuento de que la única y principal motivación para llevar a cabo la Conquista de América por parte de los españoles fue el llevar a cabo “la evangelización de los indios y la salvación de las almas” incluyendo aquellos indios que terminaron trabajando y muriendo como mano de obra esclava en las minas que fueron prontamente abiertas por sus verdugos llegados del viejo continente. ¡Ja!). Tampoco tenía Hitler justificación alguna para violentar la “palabra de honor” empeñada por los alemanes en los Tratados de Versalles de que no volverían a convertirse en un peligro para el resto de Europa. Tras la invasión Nazi de Polonia, Winston Churchill comprendió que con una ultraderecha alemana carente de escrúpulos y de palabra de honor no quedaba ya más opción que luchar de frente en contra de tan grave amenaza, y aunque aún hay algunos tarugos de la ultraderecha mexicana y de la ultraderecha española que no se cansan de estarle inventando raíces judías a Churchill -para que “embone” dentro de la estrafalaria y desacreditada fantasía acerca de “la gran conspiración judía masónica comunista” para el dominio del mundo- enfadados de que Churchill se interpusiera entre Hitler y sus planes de invasión y expansión de la Alemania Nazi, lo cierto es que la acción decidida de Churchill proporcionó el tiempo valioso que los Aliados requerían para poder emparejarse con el enorme poderío militar amasado por Hitler para sus planes de conquista y dominación mundial.

Aunque el mendaz pseudo-historiador fascista español Joaquín Bochaca afirme que el Tratado de Versalles era “un tratado de odio y latrocinio”, lo cierto es que las potencias vencedoras, de haberlo querido, podrían haber borrado a Alemania del mapa de Europa al concluír la Primera Guerra Mundial. El que Hitler haya podido contar con un país vasto con amplios recursos desde el cual pudiera ensamblar su colosal plataforma de guerra debe tomarse como un reconocimiento a las potencias aliadas de que, pese a todo, tuvieron la caballerosidad de saber respetar la integridad de Alemania pese a los voraces apetitos expansionistas que la llevaron a declararle la guerra en primera instancia a sus vecinos. (Sin embargo, de haber sabido que Alemania daría a luz a la barbarie del Nazismo iniciando una guerra inhumana mucho más violenta y mucho más sangrienta y costosa que la Primera Guerra Mundial, es muy posible que las potencias aliadas habrían optado por repartirse entre sí el territorio alemán desapareciendo para siempre al agresor. Y de hecho, muchos historiadores suponen que la razón principal por la cual el dictador ruso Stalin se negó a retirar a las tropas soviéticas de la mitad de Alemania manteniéndola dividida territorialmente fue precisamente para evitar una segunda invasión alemana de Rusia ordenada por un dictador demente más megalómano aún que Hitler, una medida que aunque ciertamente controversial le dió muy buenos resultados a los soviéticos ya que desde 1945 hasta el año de 1990 en el que Alemania llevó a cabo su reunificación no hubo hostilidades en Europa. ¡Casi medio siglo de paz! ¡Ni siquiera la misma Alemania desde los tiempos del imperio prusiano experimentó un período tan prolongado de paz con sus vecinos, tiempo que los alemanes aprovecharon para mejor ponerse a trabajar en el engrandecimiento de su economía convirtiéndose en una de las principales potencias económicas mundiales!)

Dicho sea de paso, otro mito falaz repetido una y mil veces por la propaganda chatarra del neofascismo que está siendo diseminada y promocionada en los países de habla hispana por grupos tales como los núcleos más duros del Franquismo (en España) y la Organización Nacional del Yunque así como la sociedad clandestina de extrema derecha Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara (en México) es aquél según el cual los líderes de las potencias aliadas (a todos los cuales les han inventado ancestría judía para ponerlos a tono con la fantasía ultraderechista de “la gran conspiración judía masónica comunista”) complotaron y conjuraron para entregarle al comunismo la mayor cantidad posible de territorio europeo. Como ya se dijo arriba, fueron los mismos alemanes quienes tras la destrucción casi total del ejército imperial ruso en la batalla de Tannenberg prácticamente le entregaron el poder a los revolucionarios rusos. Si hubiera sido cierta la fantasía de que adondequiera que llegaban las tropas rusas enviadas por Stalin llegaban para quedarse en forma permanente sin intención alguna de salirse jamás, Stalin jamás le habría dado la orden a sus generales de retirar las tropas rusas de Austria después de haber tomado la misma capital de Austria, Viena, el 13 de abril de 1945. La ocupación soviética de Austria duró diez años, pero terminó pacíficamente sin necesidad de tener que disparar una sola bala cuando el Canciller conservador Julius Raab (no-judío ni masón ni comunista) visitó Moscú el 12 de abril de 1955 con la finalidad de llevar a cabo las negociaciones que culminaron el 15 de mayo de 1955 con el Tratado del Estado Austriaco (Staatsvertrag). El tratado entró en vigor el 27 de julio de 1955 y adquirió plena vigencia cuando el 25 de octubre de 1955 las tropas soviéticas abandonaron Austria definitivamente. ¿Y por qué razón aceptó Stalin retirar sus tropas pacíficamente de Austria devolviéndoles a los austriacos la plena integridad de su territorio, pese al enorme sacrificio en términos de millones de vidas que tuvo que pagar Rusia para poder responder a la invasión iniciada por Hitler? Pues por la sencilla razón de que no se consideraba a Austria como una amenaza para la paz europea y la supervivencia de Rusia, considerándola por el contrario como una víctima más del Nazismo. El Tratado Staatsvertrag fue respetado al pie de la letra por Stalin garantizándole con ello a los austriacos su plena libertad e integridad territorial, a diferencia del comportamiento mostrado por el Nazismo hacia el Tratado de Versalles pese a que los alemanes habían empeñado su “palabra de caballeros” de que cumplirían al pie de la letra con todos los términos de lo acordado en Versalles. La posibilidad de que pudiera resurgir el Nazismo en Alemania y de que bajo la dictadura de otro criminal tan rapaz como Hitler se pudiera emprender otra “guerra de conquista” en contra de Rusia fue más que suficiente para mantener a los soviéticos con los pelos de punta por varias décadas. Habiendo sido a fin de cuentas la Segunda Guerra Mundial una agresión hostil iniciada por la Alemania Nazi con la cual Hitler tenía todas las intenciones del mundo de apoderarse de Rusia (y posteriormente, del mundo) reduciendo a los rusos a la condición de esclavos, desde el punto de vista militar los soviéticos tenían todo el derecho del mundo de pagarle a los alemanes con la misma moneda borrando de la faz del planeta a la parte de Alemania de la cual habían logrado apoderarse y reubicando a toda su población hacia Europa del Este en forma tal que en todo el territorio alemán no quedase un solo alemán ni quedase rastro alguno de la cultura alemana, haciéndole de este modo a los alemanes exactamente lo mismo que lo que Hitler tenía planeado hacer con los rusos en caso de haber ganado la guerra. Pero no lo hicieron, porque nunca fue esa la intención. El objetivo de los estrategas rusos era hacer todo lo que pudiesen hacer para impedir que Alemania pudiera ser nuevamente la causante de otra gran guerra, una Tercera Guerra Mundial que se habría llevado a cabo con bombas atómicas. Lo cual, afortunadamente, se logró a costa de mantener a Alemania dividida en dos partes por espacio de casi medio siglo.

Con el pago final de los gastos por reparaciones de guerra contraídos en los Tratados de Versalles, los alemanes esperan dejar atrás esa época que siempre les ha traído muy malos recuerdos. Sin embargo, el enorme cargo de culpabilidad que cayó sobre ellos porque sus progenitores no supieron ni quisieron respetar su palabra de caballeros dada solemnemente en los acuerdos pactados en Versalles, sobre todo la cláusula de que Alemania no volvería a constituírse nunca más en un agresor de sus vecinos, eso es algo con lo que les guste o no les guste van a tener que cargar con ello sobre sus conciencias y en su memoria histórica por el resto de sus vidas, del mismo modo que los turcos y sus descendientes van a tener que vivir por el resto de sus vidas con el remordimiento en su conciencia histórica como nación por el genocidio armenio que sus ancestros cometieron, del mismo modo que los españoles de hoy y sus descendientes van a tener que vivir por el resto de sus vidas con el remordimiento en su conciencia histórica de los genocidios que se llevaron a cabo en el recién descubierto continente americano a manos de los Conquistadores saqueadores enviados por los “muy devotos” y “muy religiosos” Reyes Católicos el dizque muy respetuoso de la vida humana Fernando II y su esposa Isabel, hordas invasoras armadas hasta los dientes (muy al estilo de Hitler) sedientas de oro y plata. Definitivamente, hay deudas que no pueden ser saldadas con ninguna cantidad de dinero, porque no existe castigo humano alguno que pueda estar a la altura de los crímenes cometidos cuando se trata de crímenes de lesa humanidad como los que cometieron Hitler y sus cómplices, los turcos otomanos, y los emisarios en el continente americano que fueron enviados por una España autoproclamada devotamente católica y cristiana.