viernes, 14 de septiembre de 2012

La guerra idiota, Libro Segundo

El paso inexorable del tiempo ha dado plena confirmación a lo que ya se había advertido aquí y se ha estado señalando repetidamente desde hace varios años, a lo cual se le ha dado un seguimiento que aparece aquí actualizado con información nueva que apoya lo que se ha estado diciendo en repetidas ocasiones:

‘Una guerra sin sentido’
René González de la Vega
Revista PROCESO
19 de febrero del 2012

Recuerdo que en mis años de adolescencia acudí algunas veces a observar con cierta fascinación las filmaciones de westerns que se hacían por la zona de Chupaderos, cerca de la ciudad de Durango, tierra de mis mayores. Para mí –como para muchos otros– resultaba una verdad sabida que en las persecuciones entre vaqueros –los que vivían dentro de la ley– y cuatreros, siempre el caballo del bueno –sin fallar una sola vez– alcanzaba a galope tendido al caballo del malo, lo que permitía a aquél someterlo y entregarlo a la justicia. Mi padre me decía que era contraintuitivo o contra sentido pensar que había una relación directa entre la velocidad del caballo y la calidad moral del jinete. Con los años entendí que tenía toda la razón; nada tiene que ver una cosa con la otra.

Ya pasados los años acudí a la representación de una obra del teatro clásico en la que se valían de los artefactos o artilugios que utilizaron los antiguos griegos para montar sus obras escénicas, con el propósito de darle más realismo al montaje moderno. Durante el desarrollo de la pieza una grúa de madera, ubicada fuera del proscenio, levantaba a un actor que personificaba a un dios y elevándolo por las alturas, giraba y lo depositaba en el centro del escenario, como si viniera de arriba, seguramente del Olimpo. A ese efecto se le conoció más tarde como deus ex machina y significa, hoy en día, una incongruencia o falta de coherencia en la trama de la narración; estamos hablando de esos efectos tan manidos por autores y coreógrafos para introducir un factor inexplicable al hilo conductor y que logra fracturar la lógica interna de la secuencia; el abuso o la torpeza en el uso del recurso, dada su calidad externa, puede romper con una buena trama y el público muestra su descontento o desconcierto.

¿Cuántas veces nos pasó en las que disfrutando de un western veíamos azorados que unos pocos vaqueros luchaban a brazo partido –escudándose con un carromato volteado– contra una partida de indios que los asediaban con gritos y disparos, cabalgando frenéticos en derredor de ese grupo heroico que se defendía como podía y se sabía condenado a muerte?. De pronto, de la nada, sin aviso previo, se escuchaba el clarín de la caballería –tal vez el séptimo de Custer– que se aproximaba exuberante por la pradera, para apoyar a sus compañeros. Seguramente, metidos de lleno en esa narración, celebrábamos la salvación espontánea e inesperada de los vaqueros de aquel ataque de los indios, pero siempre quedaba la pregunta: ¿Cómo fue?

Ambos circunstantes, el “caballo del bueno” y la cuestión del deus ex machina, rondan estos días mis pensamientos cuando leo y vuelvo a leer las noticias sobre la violencia en México. Hay quienes piensan y aseguran que el caballo de Calderón –dadas las virtudes morales de su jinete– es más rápido que el de los narcotraficantes; ese es un pensamiento contraintuitivo o carente de sentido. Hay quienes vemos en esa guerra desatada por el Gobierno federal contra la delincuencia organizada –que ya cuenta bajas en todos los bandos posibles y por decenas de miles– una mera escenificación del gran teatro político que se justificó en un momento de debilidad gubernamental (2006) y se estimó necesaria para incrementar la legitimación –o sea, la gobernabilidad– del poder político. Al inicio (2006) se pensó en el viejo recurso del deus ex machina y se calculó que con un aumento de fuerza y de aparatos de guerra en la confrontación bastaría para vencer y salir airosos del problema. El “dios surgido de la máquina” bélica no funcionó como se esperaba. Ahora (2012) vivimos en el centro de una avalancha incontenible de violencia y ¡ay se perdió la gobernabilidad y con ello la ansiada legitimidad. Haber confiado en el recurso clásico del “dios surgido de la máquina” es un pensamiento contraintuitivo. En el centro de esta guerra, ya acosados por todos los frentes, no escuchamos ese clarín de guerra salvador, ni aparece la caballería en nuestro auxilio. El Plan Mérida se concibió (2008) muy probablemente como ese factor externo que nos redimiría y lamentablemente no llegó (2012) ni llegará, al menos como se esperaba. Ese pensamiento también es contraintuitivo o sin sentido alguno.

Muchos, ante las noticias de la guerra contra el narcotráfico y todas sus demás vertientes delictivas, y ante la propaganda gubernamental manipulada para hacernos creer que en verdad hay relación directa entre eficacia del mundo causal y sentido moral de las personas, y que hay –además– un dios que emergerá de la máquina de guerra, nos mostramos auténticamente escépticos. Nos sentimos muchos –eso sí– manipulados, y vemos el terror, mientras tanto, en los rostros mexicanos. ¿Algún día terminará esta guerra? ¿Quién la gana y quién la pierde? ¿Hay alguna estrategia de guerra, o sólo nos movemos reactivamente? ¿La guerra era inminente o fue creada? Hay muchas más preguntas en el ambiente.

Se antoja necesario un análisis, aun breve y nunca completo, de todo esto que nos pasa para así, tal vez, estar en condiciones de comprender y asumir respuestas, no sólo acciones. La primera cuestión que nos asalta en nuestras cavilaciones, por razón de terror y de un mínimo de compasión humana, es la cuestión de los muertos como causa directa de esa guerra de las Fuerzas Armadas contra la delincuencia organizada. Esa manipulación propagandística indica que los caídos –mayoritariamente– eran delincuentes, por tanto se lo merecían; o bien, puede asumirse que “algo” malo tendrían o hacían, y por tanto los asesinaron –hay “merecimientos” para ello, se insiste–. Los “daños colaterales”, como se denominan a los probables inocentes muertos en las refriegas o sin ellas, y sólo por estar en el lugar y momento equivocados, o por tener una fachada sospechosa, no “pintan” mucho en las cuentas finales y se responde que sí se han violado derechos humanos, pero en poca cantidad, como si lo cuantitativo fuera factor a considerar en estas cuestiones de los derechos.

Hay otro aspecto a estimar advertido en las grandes fosas de cadáveres encontradas en diversos predios de estados norteños: no se conoce quién o quiénes asesinaron a esas personas por cientos y después ocultaron –o trataron de hacerlo– sus cuerpos, amontonados, como veíamos en documentales sobre los campos de concentración nazis. Ahí es notable un dato que se ha dado a conocer: se trata mayoritariamente de migrantes nacionales o extranjeros, que se proponían cruzar la frontera norte. En los primeros casos de muertos en la guerra, desde luego que se sabe de crímenes atroces y de lesa humanidad que deben perseguirse y no quedar en la impunidad; en los segundos casos de las fosas, cuya excavación requiere de trabajos y maquinaria mayores, puede pensarse válidamente en actos de genocidio, dada la calidad y perfiles de las víctimas, siempre homogéneos, lo que significa sistematización, aunque se niegue.

En esta última cuestión existen –cuando menos– evidencias de omisión por parte de las autoridades en los esfuerzos de identificación de los cadáveres, investigación de los posibles delitos cometidos y sometimiento a la justicia de los probables responsables. Dicha inacción implica la integración de figuras típicas contempladas en instrumentos internacionales de los que México es parte, y que permiten encausar a quienes resulten responsables de la omisión del poder, así se amenace desde el poder a quienes creen que es posible ese juicio internacional, o es –para muchos otros, incluido yo– un mero testimonio, o como se dice internacionalmente, un statement, que se necesita ahora mismo.

La propaganda que tiende a generar una “conciencia de lo real” con criterio de verdad –que pretende ser absoluta– procura distribuir culpas desde un sólo mirador y estimar que si la violencia proviene del Estado se halla justificada, en tanto la otra, de quien provenga, es inmoral. Eso podría ser verdad bajo parámetros legales y constitucionales, pero en esto se hallan ausentes, pues el Ejército no cuenta con facultades para emprender funciones de policía y, además, el principio universalmente aceptado y conocido como Posse comitatus impide el uso de las Fuerzas Armadas en el propio territorio y contra la población autóctona, y el Ejército hace lo que sabe hacer (detener, enfrentar, hacer la guerra), pero el proceso constitucional que ordena investigar los delitos, perseguirlos, enjuiciar a los delincuentes y sancionarlos, ni siquiera integra su acción, ni su estrategia.

El argumento oficial esconde, además, algo que provoca azoro, pues se dice soslayadamente: si no intervinieran las Fuerzas Armadas en el conflicto, las personas iban –de cualquier manera– a morir a manos de los delincuentes; por tanto, es lo mismo matar que dejar morir. Este planteamiento no soporta el mínimo análisis moral. Simplemente se está optando por la peor de las respuestas y no por lo preferible desde una necesaria razón práctica que ahora parece tan extraviada.

Según los indicadores que se asumen para detectar falacias lógicas, en el caso mexicano podemos utilizarlos y asumir que en la lucha contra la criminalidad tratan de indicarnos como premisa 1: “si hay más fuerza habrá más muertos”; en la segunda premisa se afirma: “si hay más muertos entonces habrá menos fuerza”; por ende, se concluye con falacia: “si hay más fuerza entonces habrá menos fuerza”, eventualmente. Esto es, sigamos con la guerra, pues es moralmente correcto matar, para evitar más muertes. Eso no se sustenta ni siquiera desde un punto de mira utilitarista, que buscaría la mayor felicidad al mayor número de personas, o en sentido contrario, el menor daño al mayor número de personas, pues en cuestiones bélicas esta última presentación de la ecuación de Bentham resulta aún más evidente.

Se ha recurrido, también, al llamado sofisma populista en otras ocasiones, pues se atribuye la opinión propia de quien gobierna –síndrome de hybris de Owen– a la opinión mayoritaria de la población, y entonces todo lo afirmado debe ser cierto. Eso tendría que probarse, no sólo afirmarse.

Hemos hablado del consecuencialismo y bajo esa perspectiva se nos engaña al partir de un mero “Si A, entonces B”, pero adicionan inválidamente: “B, entonces A”. Así, llegan a la afirmación de la consecuencia, estructurando algo como: “las personas honradas no se ven involucradas en hechos de violencia” (Si A, entonces B). Sin embargo, agregan el “B, entonces A”: “si una persona se involucra en el hecho violento, no es una persona honrada”. De ahí que siempre los caídos en los hechos de violencia “abatidos por las Fuerzas Armadas” –según se dice en los propios comunicados oficiales–, sean presuntos delincuentes y merecían caer ante las armas del Estado, pues implican en sí y por sí la razón moral. Es ese caballo del malo que siempre es más lento que el del bueno. Deus ex machina.

Hemos escuchado hasta la saciedad que: 1. Alguien debía encarar a esta delincuencia, pues en años anteriores nada se hacía; y 2. La actividad antisocial y violenta es una herencia del pasado inmediato. Se encuentra en ambas afirmaciones una forzada correlación de causa y efecto, pues se piensa falazmente que si ocurre A (situación anterior) y correlacionadamente después ocurre B (violencia actual), entonces A ha causado a B. Se conoce como cum hoc, ergo propter hoc y se distingue por ser una conclusión prematura y sin bases ni evidencia; al admitirse diversas posibilidades de respuesta, amén de la presumida en la propaganda gubernamental, se toma esta presentación en tanto una falacia lógica, pues podría admitirse, por ejemplo, que B sea la causa de A, esto es, que la escalada de violencia del último lustro no es resultado de los puntos 1 y 2 anteriores, sino su causa, pues sería claro que una estrategia diferente y más eficaz para contener la violencia de años previos explicaría por qué la violencia actual no se justifica; esto es, lo que ahora se vive sería la causa para explicar la estrategia de años previos.

Simultáneamente podría ser que exista un tercer factor desconocido o no tomado en cuenta y que sea realmente la causa de la relación entre A y B. Así, podría decirse: “la escalada de violencia del último lustro responde a una decisión política para ganar legitimidad”, por lo que esa correlación entre la violencia y los supuestos 1 y 2 anotados no se establece directamente y sólo se trata de una apreciación subjetiva.

Podría ser que la trama de esta guerra contra el narcotráfico sea tan compleja, montada en una especial circunstancia temporal y espacial, y que hubiere pasado de una fase de desarrollo a otra muy novedosa, que entonces la relación entre A y B sería mera coincidencia. En cuarto lugar, puede pensarse que B sea la causa de A y, al mismo tiempo, A sea la de B, esto es, que se esté en presencia de una relación sinalagmática o sinérgica que permite catalizar los efectos.

En todo caso debe probarse primero el punto 1 que asevera que en fases anteriores del narcotráfico nada se hizo en décadas anteriores para combatirlo y parece, en demostración de lo contrario, que hay evidencia de respuestas concretas del Estado en ese sentido; y después el punto 2 que infiere herencias de violencia que debían atenderse; no obstante, los indicadores más duros de la estadística muestran que los índices delictivos, al concluir la primera mitad de la primera década del siglo, mantenían una tendencia a la baja.

En cuestiones de criminalidad, dadas las circunstancias de control, el delito no se desvanece, sólo se transforma o se mueve y esto, sin los cálculos adecuados, puede resultar peor que la situación anterior. ¿Es posible evitar el robo de vehículos a un 100 por ciento en una zona determinada? La respuesta podría ser afirmativa mediante los operativos pertinentes, pero debe siempre preverse que la delincuencia no desaparecerá y tan sólo cambiará, por ejemplo, dejando de robar automóviles, para ingresar al robo de casas-habitación. La cuestión entonces es: ¿qué es preferible en el control?

No es descabellado, sino necesario, repensar la estrategia militar. Por supuesto que llegados a este punto de confrontación y pérdida de control social en diversas zonas del país, ese cambio estratégico habrá de ser paulatino y no súbito. La cuestión sobre si era necesaria la intervención del Ejército y la Armada en funciones policiales debió ser tomada en consideración en su momento (2006) y no en éste (2012) en el que se ha llegado, en algunos lugares, a puntos de no retorno, al menos por ahora.

Que no nos confundan: la no intervención de las Fuerzas Armadas y la utilización de otras medidas menos radicales en estos menesteres no implica pactar nada, ni sucumbir ante los criminales, ni asumir una actitud resignada e impotente. Es, simplemente, buscar que la razón impere por encima de la fuerza. El Estado está obligado a actuar racionalmente y no impulsado por emociones o por motivaciones beligerantes injustificadas; eso parecería más bien un gobierno de los Neanderthal.

Es la hora llegada de reflexionar sobre las diversas experiencias mexicanas –no colombianas, no norteamericanas, no sicilianas– en materia de delincuencia organizada, y asumir una posición más parecida a la de Ulises, que se valió de inteligencia, astucia e imaginación, que a la de Hércules. El gobierno de Hércules no puede prosperar, pues sólo es un mito.

Quiza la cereza en el pastel, la nota que confirma el vil fracaso de la guerra de legitimación iniciada por Felipe Calderón, lo dá la siguiente nota:

Calderón planearía huir de México cuando concluya su mandato
Agencia APRO
20 de marzo del 2012

El presidente Felipe Calderón temería ser asesinado cuando concluya su mandato y planearía huir de México, rebeló Dolia Estevez, corresponsal de MVS Noticias en Estados Unidos.

La periodista informó que fuentes del gobierno de Estados Unidos le confiaron que en una reciente reunión entre Felipe Calderón y el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, el mandatario mexicano confesó su temor de ser asesinado por el narcotráfico. En respuesta, Lula ofreció a Calderón asilo político en Brasil.

El temor de Calderón, según Estevez, lo llevó a respaldar el procedimiento del expresidente mexicano Ernesto Zedillo de pedir inmunidad diplomática por la matanza de indígenas en la comunidad de Acteal en Chiapas.

La apuesta de Calderón sería sentar un precedente legal que impida juzgar a los expresidentes para así librarse de las posibles demandas en su contra por la guerra contra el narcotráfico.

Un grupo de abogados, académicos e intelectuales demandó a Calderón ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y lesa humanidad derivados de la muerte de más de 50 mil personas durante la guerra contra el crimen organizado.

Aparte, la Secretaría de Relaciones Exteriores calificó de información reservada la nota diplomática que entregó al departamento de Estado del país vecino para solicitar la ratificación de inmunidad de Zedillo.

Título: A disfrutar sus logros
Cartonista: Hernández
Fuente: LA JORNADA

Pues, ¿no que México ya era “más seguro gracias a las acciones emprendidas por el gobierno federal”? ¿No que ya se iba ganando la estúpida guerra? Si en realidad Felipe Calderón y sus comparsas de la derecha y la ultraderecha estaban “sembrando la semilla de un México más seguro” y los mexicanos ya viven en el país de las maravillas, ¿Por qué no se queda Felipe Calderón a vivir en Ciudad Juárez, o en Monterrey, o en Tamaulipas, o en Sinaloa? Su huida de México, no antes de entregarle la silla presidencial a Josefina Vázquez Mota, demostraría sin lugar a dudas que el enanito que fue sentado en la silla presidencial por los poderes fácticos era muy pero muuuyyyy valiente para mandar al Ejército a las calles de México para matar y morir, pero muy cobarde para enfrentar las consecuencias de lo que él mismo desencadenó sin pedirle parecer a ningún mexicano e inclusive ni siquiera al mismo Congreso de la Unión.

Faltándole menos de tres meses para entregar el poder, a Napoleón Felipe Calderón no le habrá caído bien que desde la misma frontera norte con Estados Unidos se proclamara la infausta guerra de su infecundo sexenio como una contundente derrota que también lo fue para el Ejército mexicano al cual sacó de los cuarteles para librar una batalla que de antemano se sabía inganable:

Cruzó 8 veces más droga a EU en los últimos 5 años
Joel González Palacios
EL DIARIO
12 de septiembre del 2012

El endurecimiento de la presencia policiaca y militar en la frontera sur de Estados Unidos ha fracasado, ya que si bien logró reducir el flujo migratorio, el trasiego de estupefacientes en los pasados cinco años ha crecido hasta 800 por ciento en casos como las metanfetaminas, afirmaron especialistas al periódico La Jornada.

Estas cifras demuestran que tanto el “blindaje” estadounidense como la guerra contra el narcotráfico en México fueron un rotundo fracaso, consideraron representantes de la sociedad civil en esta ciudad.

Adam Isacson, director del Programa de Política de Seguridad Regional de la Oficina de Washington sobre América Latina, dijo que resulta inexplicable que a pesar de tener una flota de cuatro aviones no tripulados o de que se haya incrementado hasta en cinco veces el número de agentes de la CIA, el FBI o la DEA, haya crecido el trasiego de mariguana, heroína y cocaína.

“Tampoco se justifica entonces que ese costoso despliegue se mantenga si el endurecimiento de la seguridad obedecía a posibles intentos terroristas por cruzar desde México o a una eventual ‘guerra civil’ a consecuencia de la violencia generalizada en México, supuestos que tampoco se han dado en los pasados 10 años”, advirtió al diario capitalino.

Rita Claverie, viceministra de Relaciones Exteriores de la República de Guatemala, y Louise Arbour, presidenta del International Crisis Group y ex alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, coincidieron en que México vive una crisis en materia de protección a los derechos humanos de los migrantes, que se refleja en la incapacidad del Gobierno federal para garantizar la seguridad de los mexicanos.

Gretchen Kuhner, directora del Instituto para las Mujeres en Migración, y José Antonio Guevara, tercer visitador de la Comisión de los Derechos Humanos del Distrito Federal, afirmaron que la ley de protección a indocumentados que promociona como un gran logro el actual gobierno, no sólo viola la Constitución en muchos de sus artículos, sino que su aplicación permite el abuso y la extorsión de las fuerzas policiacas en contra de quienes intentan cruzar la frontera con Estados Unidos.

Este enfoque restrictivo –combinado con nuevas medidas de seguridad cada vez más rigurosas– obliga a dichos migrantes a viajar en las sombras y exponerse a graves riesgos, los que en gran medida no existirían si se crearan mecanismos accesibles que permitieran su circulación legal por nuestro país, puntualizaron también Kuhner y Guevara.

Mencionaron que esto contrasta con la histórica flexibilidad que México mantuvo durante décadas frente al tránsito de los migrantes sin autorización hacia Estados Unidos.

Lamentaron que desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México haya decidido convertirse por voluntad propia, en el primer filtro de la población migrante en su tránsito hacia territorio estadounidense, sin que este cambio en su política exterior le haya redituado algún beneficio en su relación con Estados Unidos

A nivel local, representantes de la sociedad civil criticaron las estrategias de ambos países, pues a pesar del “blindaje” fronterizo que aplicó el vecino país, el flujo de drogas aumentó, mientras que la supuesta guerra contra el narcotráfico del Gobierno federal mexicano dejó miles de muertos.

“Nuestro gobierno nada más sirvió para darle fachada al escenario norteamericano, al establecer una aparente batalla en contra de las cárteles de la droga, pero que dio como resultado una enorme cantidad de muertos, desplazados y huérfanos”, consideró Armando González Baylón, miembro del Comité Juarense por la Democracia.

Comentó que contrariamente a algo positivo, la vigilancia en las fronteras de Estados Unidos y la guerra contra el narcotráfico encarecieron el costo de la droga y la convirtieron en un negocio aún más redituable. 

Laurencio Barraza, coordinador del Consejo Ciudadano por el Desarrollo Social, comentó que el reforzamiento de vigilancia por parte de los norteamericanos sólo obedece a prohibir la entrada a inmigrantes y terroristas, pero para nada a la introducción de drogas.

“¿Cuántas toneladas de cocaína han incautado del 2008 a la fecha? ¿Y quién las llevaba?”, cuestionó Barraza tras mencionar que la droga se ha encarecido en Estados Unidos, pero sigue pasando.

Victoria Caraveo Vallina, dirigente de Mujeres por Juárez, comentó que el aumento del trasiego de droga sólo confirma que la estrategia aplicada por el vecino país fue un fracaso total.

“Los datos son fríos y no hay más; eso nos demuestra que no son tan honestos los cuerpos policiacos que ponen ellos para resguardar la frontera, porque desgraciadamente siempre señalan de corruptas a las corporaciones en México, pero no ven sus propias fallas”, consideró.

En cuanto al tema migratorio comentado por los expertos citados por La Jornada, Caraveo atribuyó la disminución del flujo de migrantes al escaso trabajo y a la recesión económica en Estados Unidos, pero no a la vigilancia en las fronteras.

“Cuando hay trabajo y existen las condiciones les pueden poner (a los inmigrantes) las mejores trabas y de todos modos cruzan”, expresó.

Con lo anterior coincidió Héctor González Mocken, presidente de la Federación Chihuahuense de Colegios de Abogados.

“Esto ha traído como consecuencia que al mexicano ya no le llame la atención irse en búsqueda de otra oportunidad de vida a Estados Unidos, cuando sabe que las condiciones no han sido tan brillantes como lo eran en otros tiempos”, comentó el litigante.

Agregó que el consumo de droga en Norteamérica ha sido más intenso también por la frustración que tiene la sociedad norteamericana por los problemas en su economía.

Javier Cuéllar Moreno, decano del Colegio de Abogados Benito Juárez, consideró que la inutilidad y la hipocresía del supuesto combate al narcotráfico del régimen de Felipe Calderón serán condenadas históricamente como la guerra más mortífera y sangrienta de la última década a nivel mundial.

“El trasiego de la droga no fue tocado en cuanto a su monto, sino únicamente definió quiénes eran los que la iban a pasar y quiénes no”, aseguró.

Comentó que la administración del panista no libró una ofensiva contra todos los narcotraficantes, sino contra algunos, pues fue en este sexenio donde inclusive un capo se colocó en la lista de Forbes.

“Fue una guerra interesada contra algunos narcos, inútil y fallida, que comprueba que sólo le costó a  México ya casi 90 mil muertos y además desprestigió la gloriosa historia de las fuerzas armadas nacionales, al grado de colocarla en los primeros lugares en las quejas de violaciones a los derechos humanos”, señaló Cuéllar Moreno.