El Torquemada mexicano
Con la muerte en la más completa y absoluta impunidad ocurrida el 26 de enero del 2012 de Miguel Nazar Haro:
quien fuera el paranoico represor a cargo de la ya desaparecida Dirección Federal de Seguridad y al cual muy posiblemente también se le había lavado el cerebro con los cuentos chinos de “la gran conspiración judía masónica comunista”, se fueron a su tumba muchos secretos sucios que posiblemente habrían refundido en prisión a otros como él en otros países en donde por mucho menos los condenan a prisión vitalicia si bien les va o al paredón de fusilamiento si mal les va.
Nazar Haro fue una de las piezas principales en el tablero de ajedrez de la geopolítica sucia que dieron continuidad a la terrible matanza llevada a cabo en Tlatelolco en 1968, dando rienda suelta a sus más bajos y perversos instintos criminales en contra de gente que no estaba en condiciones de poder defenderse ni huír del demonio encarnado tan admirado entre las filas de la ultraderecha mexicana por haber sido dizque “un auténtico anticomunista defensor del cristianismo y del mundo libre”.
Encima de todo, el Torquemada mexicano era, al igual que los ultraderechistas de México que se esconden en el anonimato de las sociedades secretas para conjurar y maquinar sus maldades, un cobarde que negaba hasta lo más obvio cuando se veía acorralado, en lugar de tener la hombría de reconocer y aceptar valientemente sus obras y sus hechos ante el acoso de los reporteros:
No ha sido posible confirmar de alguna manera la información manejada en el submundo de las sociedades secretas de la extrema derecha mexicana de que Miguel Nazar Haro mantenía una comunicació constante y cercana con el Zar de la Ultraderecha Antonio Leaño Alvarez del Castillo; este es uno de esos secretos que estas dos serpientes terminaron llevándose a su sepulcro.
El siguiente trabajo reseña un perfil bastante aproximado de este hombre siniestro cuya sola mención aún provoca pesadillas a los sobrevivientes de lo que la extrema derecha de México en el seno de sus sociedades secretas llama “la insurgencia marxista que fue gloriosamente derrotada por el paladín de la defensa de las libertades en México Don Miguel Nazar Haro”:
Nazar Haro, el guardián feroz, paranoico, prepotente
Jorge Carrazco Araizaga
Agencia APRO
30 de enero del 2012
Gente del sistema, implacable represor y torturador legendario, un viejo y acabado Miguel Nazar Haro, exdirector de la Federal de Seguridad, murió la semana pasada. Pese a que su estrella decayó hace más de 30 años y estuvo brevemente preso dos veces, nunca fue cabalmente castigado por los crímenes de lesa humanidad que cometió durante los años de la guerra sucia, en gran medida gracias a la protección que le dieron los gobiernos del PRI (que lo crearon) y del PAN.
Feroz guardián del régimen del PRI, Miguel Nazar Haro murió el pasado jueves 26 a los 87 años bajo la protección del gobierno panista. Su profundo sentido de omnipotencia y frialdad, sus rasgos paranoides y su tendencia a manipular lo llevaron a justificar la actuación violenta que lo caracterizó como uno de los de más temidos represores durante la guerra sucia en México.
La tortura, secuestro y desaparición forzada de personas que pesaron sobre él a su paso por la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS) y de la organización paramilitar Brigada Blanca las pudo superar no sólo por su “coeficiente intelectual superior al promedio” –según su perfil criminológico– sino por la protección que recibió de los “gobiernos del cambio y del combate a la delincuencia” del PAN.
Los numerosos testimonios sobre sus actuaciones en los setenta y ochenta en defensa de la seguridad del sistema político del PRI se diluyeron en las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR).
Su principal protector fue el general retirado Rafael Macedo de la Concha, quien como titular de la PGR durante el gobierno de Vicente Fox anuló a una inoperante Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). Lo hizo a través de su coordinadora general de Investigación, Marisela Morales Ibáñez, actual titular de la Procuraduría, a propuesta de Felipe Calderón.
No fueron los únicos que participaron en su exoneración. El camino a la impunidad se lo allanó la Secretaría de Seguridad Pública federal, que en 2004 elaboró un peritaje que lo clasificó como una persona con “baja capacidad criminal y alta adaptabilidad social”.
A pesar de identificar rasgos narcisistas y paranoides y un profundo sentido de grandiosidad y omnipotencia, su “baja peligrosidad” fue el principal argumento que aportó el gobierno de Fox para terminar con los nueve meses de prisión que pasó en el penal de Topo Chico, acusado del secuestro y desaparición, en 1975, de Jesús Piedra Ibarra, hijo de la activista y actual senadora Rosario Ibarra de Piedra.
“Baja peligrosidad”
El perfil criminológico era necesario para sacarlo en definitiva de la cárcel. Mientras purgaba prisión preventiva en el penal de Topo Chico, una sospechosa reforma al artículo 55 del Código Penal Federal fue aprobada en la Cámara de Diputados. La modificación estableció que los mayores de 70 años pueden cumplir la prisión preventiva o definitiva en su domicilio, siempre y cuando no sean peligrosos ni prófugos.
Elaborado en noviembre de 2004 por el Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la SSP federal, el peritaje fue benévolo con el expolicía que entonces tenía 80 años y quien llevaba décadas identificado como uno de los principales actores de la represión política en México.
Hijo de inmigrantes libaneses que llegaron al país hace casi un siglo, en 1920, Miguel Nazar Haro nació en Pánuco, Veracruz el 26 de septiembre de 1924. Estudió la secundaria en una escuela católica, el Instituto Potosino, en San Luis Potosí. Acabó el bachillerato y se quedó en los primeros estudios de medicina y derecho.
De acuerdo con su perfil psicológico siempre buscó ser una persona reconocida y poderosa. Encontró el camino en 1950 cuando ingresó al entonces Servicio Secreto de la Policía del DF. Tres años antes había sido creada la DFS, la policía política del régimen priista con la que tanto se identificó.
Su primera tarea como policía fue infiltrar a la oposición al régimen. Lo hizo especialmente en 1952 durante la campaña presidencial del general revolucionario disidente del régimen Miguel Henríquez Guzmán, quien compitió contra el candidato oficial, Adolfo Ruiz Cortines.
Desde fines de esa década estableció una estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos, que lo capacitó en The Institute for Law Enforcement Admnistration (ILEA). En 1960 se incorporó a la DFS y fue asignado a la seguridad de los padres del entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. La DFS formaba parte de la estructura de la Secretaría de Gobernación.
En 1965, con Díaz Ordaz recién llegado a la Presidencia de la República, el entonces director de la DFS, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios le dio la encomienda de infiltrar a los movimientos subversivos. Luis Echeverría Álvarez había sustituido a Díaz Ordaz en Gobernación.
Frío y distante, según su perfil psicológico, Nazar Haro buscaba la perfección y ascenso laborales. En 1970 dio un paso importante cuando fue designado subdirector de la DFS y responsable del “grupo especial” de la policía política, ya en el gobierno de Echeverría. En 1976 ese grupo especial operativo se convirtió en la Brigada Blanca, una fuerza de más de cien efectivos de distintas corporaciones policiales y militares para “combatir” a los grupos subversivos, urbanos y rurales, surgidos tras las matanzas estudiantiles de 1968 y 1971.
En 1978 ya en el gobierno de José López Portillo, asumió la dirección de la DFS. Fueron años de su esplendor como de policía del régimen. Ahí permaneció hasta enero de 1982, tres años antes de que la corporación desapareciera derruida por el narcotráfico y la corrupción.
Él mismo contribuyó a su destrucción. En 1982 el FBI lo acusó formalmente de formar parte, desde 1975, de una banda integrada por agentes de la DFS dedicada al robo y contrabando de autos. La justicia estadunidense emitió una orden de arresto en su contra. Su permanencia en la DFS era insostenible. Renunció en enero de ese año y en abril fue detenido en San Diego por el FBI. Salió bajo fianza de 200 mil dólares.
La prensa estadunidense publicó que Nazar Haro pudo regresar a México porque había sido informante de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) mientras dirigió la DFS.
Autoritario, rígido y patriarcal, el policía que trabajó para el régimen autoritario del PRI era frío y distante, incluso con su familia, reveló el perfil psicológico al que este medio tuvo acceso (Proceso 1466).
Siempre tuvo la convicción de que los demás no podían realizar ciertas tareas y funciones. El peritaje lo definió como una persona con un sentido de grandiosidad y omnipotencia, que buscó el éxito ilimitado y el poder con frialdad emocional; con poca o nula empatía; con una autoestima elevada al grado de sentirse único.
El paranoide
En sus rasgos paranoides su perfil lo describió como una persona desconfiada hacia los otros, con problemas de celopatía y preocupación por los actos de su esposa, hijos y amigos, a quienes vigiló de manera estrecha.
También lo identificó como reacio a relaciones personales íntimas. Por el contrario, buscaba ser parte de grupos sumamente cerrados y altamente cohesionados. “El sujeto mostró una gran actitud defensiva… tratando de mostrar una autoimagen convencional, negando defectos individuales e intentado aparecer como una persona libre de conflictos personales”.
A sus 80 años su perfil psicológico indicaba que su escala paranoica evidenciaba “a una persona que actúa con buena dosis de desconfianza hacia las actividades de los demás”, mientras que en sus relaciones interpersonales manifestaba “una gran dificultad para establecer relaciones que se caractericen por ser profundas, afectivas y duraderas”.
El peritaje de la SSP federal anotó que el expolicía “intentó manipular la entrevista psicológica, desvirtuándola al hacer comentarios como: ‘mejor platiquemos’ o ‘¿de dónde viene usted?’
Cuando sentía que las cosas se salían de su control reaccionaba violentamente. Los médicos que lo examinaron reportaron que cuando no lograba controlar la entrevista “sus impulsos se mantienen subcontrolados… con el riesgo de que ante un evento que él perciba como desestabilizador o estresante, corre riesgo de manifestar un acto abrupto”.
Refirieron que eso pasaba durante la aplicación de las pruebas cuando se levantaba de forma brusca después de sentir que no avanzaba y “aventaba el lápiz sobre la mesa”.
Acostumbrado a ejercer el control, mantenía la calma cuando, sin previo aviso, era sometido a las evaluaciones. Cooperaba con los médicos, pero cuando le hacían preguntas comprometedoras se mostraba evasivo, pretextando problemas de oído.
Pero en todo momento justificó sus actos como policía. Así quedó establecido en su perfil: “El ambiente laboral donde se desempeño contribuyó a satisfacer su necesidad de reconocimiento y ambición de poder, donde ejerció acciones severas y rígidas, sin importar los medios para lograr sus fines, racionalizando todo ello para justificar su proceder”.
Tras dos meses prófugo, fue detenido en febrero de 2004 en la Ciudad de México e internado en el penal de Topo Chico, en Nuevo León, acusado de la desaparición de Jesús Piedra Ibarra. Nueve meses después, a fines de noviembre de ese año fue liberado bajo el beneficio de prisión domiciliaria y trasladado a la Ciudad de México.
El titular del juzgado Cuarto de Distrito en Materia Penal de Nuevo León le otorgó el beneficio. Sin considerar a la Femospp, la PGR –a cargo entonces de Macedo de la Concha– apresuró el traslado. La mañana del domingo 28 de noviembre de 2004 envío un avión de la institución por el expolicía. Nazar Haro regresó a su casa del Distrito Federal escoltado por agentes de la AFI.
Marisela Morales declaró que si no lo hubieran hecho de inmediato, el titular de la PGR habría caído en desacato judicial. Su fidelidad al régimen autoritario del PRI le fue compensada por los gobiernos del PAN.
La paranoia exhibida por sujetos como Miguel Nazar Haro con sus delirios de persecusión es típica de aquellos alucinados de la ultraderecha que están honesta y sinceramente convencidos en la supuesta realidad de la fantasía de la “gran conspiración judía masónica comunista” para el dominio planetario y que viven todas sus vidas mirando hacia atrás de sus espaldas temerosos de que “ellos” puedan llegar en cualquier momento a “ajustar cuentas” con ellos. Esta es precisamente la clase de gente que admira y adora la extrema derecha mexicana que se dice cristiana y católica, gente como Miguel Nazar Haro, Heinrich Himmler, Augusto Pinochet, Adolfo Hitler, y demás basura histórica. Es precisamente la clase de gente que buscan reclutar para sus fuerzas de choque en las sociedades secretas como la sociedad Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara y la Organización Nacional del Yunque.
El siguiente analista presenta otra perspectiva similar sobre este personaje nefasto:
La muerte de Nazar Haro resucitó una polémica criminal
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
Revista Siempre!
4 de febrero del 2012El que no conoce la verdad es un ignorante.
Pero el que la conoce y la llama mentira es un criminal.
Bertolt Bretch
La muerte del legendario represor Miguel Nazar Haro, ocurrida el 26 de enero en el Distrito Federal, provocó la resurrección de la polémica en torno a la sobrerreacción gubernamental de 1968, impune acto de barbarie oficial que carcome la historia de la vida nacional ante la complacencia de los gobiernos emanados del aparato represor en que se transformó el movimiento que dio origen al Partido Nacional Revolucionario.
Con la desaparición física del ex titular de la abominable Dirección Federal de Seguridad, reaparecen la sordidez que caracterizó su sistemática represión en contra de la ingenuidad estudiantil y la legitimidad de los movimientos de ferrocarrileros, médicos y magisterial que, creyentes en la vigencia de los contenidos socialistas que animaron a la Revolución Mexicana, actuaban en defensa de sus derechos básicos, enfrentándose a la perversidad nutrida por la corrupción e impunidad, que torció el camino de la gesta revolucionaria en aras de mezquinos intereses, cuyos dramáticos resultados sustentan la debacle nacional que hoy vivimos.
Hoy, como en 1968, la clase política gobernante obedece a intereses totalmente ajenos al pacto que los mexicanos refrendamos y enriquecimos con la Constitución decretada el 5 de febrero de 1917 y cuyo nacionalismo generó, desde esa fecha, la animadversión del estamento gubernamental estadunidense, cuya agenda anexionista —diríamos ahora integradora— se frustraba ante postulados irreductibles y antagónicos a los esquemas de avasallamiento previstos por el Destino Manifiesto que, desde los albores de la República Mexicana delineó el presidente Monroe para el continente americano.
La defunción de Nazar Haro, artífice de la guerra sucia, obliga a recuperar la polémica desatada por el fallecido en torno a la activa participación del gobierno de los Estados Unidos en la construcción de un escenario devastador transmitido al inestable e inseguro Gustavo Díaz Ordaz, que le llevó a creer a pie juntillas la existencia de una conjura comunista para derrocarlo, al tiempo que desde la embajada gringa se animaba la megalomanía del secretario Echeverría, a fin de propiciar la barbarie con la que se actuó el fatídico 2 de octubre en Tlatelolco.
El otrora titular de la Federal de Seguridad afirmaba que el propio embajador estadunidense acudió a las instalaciones de la Secretaría de la Defensa Nacional para azuzar al general secretario Marcelino García Barragán a dar un “golpe de Estado” y asumir la presidencia de México, y que a tan descabellada pretensión el militar respondió con un mexicanismo desplante y un determinante rechazo a las veladas ambiciones anexionistas del embajador yanqui.
Esta suerte de confesión, nunca desmentida, complementa las revelaciones publicadas recientemente en el libro novelado de las memorias del hombre clave de la CIA en México, Winston Scott, quien identifica a Díaz Ordaz y a Echeverría como Litempo 1 y 2, informantes de alto nivel de la agencia de inteligencia gringa, a la que desde esa época, Nazar Haro servía.
Del memorial de Scott —magistralmente complementado por el periodista Jefferson Morley— se acredita que la estrategia yanqui de los años 60 buscó, por todas las formas posibles, doblegar a los mexicanos a fin de lograr su anuencia para instalar bases de operación en territorio mexicano para, desde aquí, lanzar un ataque a la Cuba socialista ante el fracaso de la invasión a Bahía de Cochinos.
Tras la debacle, las agencias estadunidenses incrementaron sus presiones hacia México a fin de contar con un dique al riesgo comunista que representaba la isla caribeña.
Esta trama es un hecho irrefutable y ello obliga a conocer la verdad histórica del involucramiento estadunidense en uno de los actos más reprobables de la historia de México.
La impunidad de casi cinco décadas —en torno a la represión del 68 y consecuentemente de la guerra sucia— así como la simulación gubernamental han permitido una profundización de la injerencia yanqui en la vida pública de México y hoy, al igual que como ocurrió en la administración de Díaz Ordaz, la inmoralidad ha facilitado el avasallamiento y la imposición de autoritarismos adecuados a las modas represivas de los Estados Unidos y por instrucciones de ellos hemos pasado del combate al comunismo a la guerra contra el narcotráfico, con su consecuente cauda de ignominia y de víctimas inocentes.
Persistir en la simulación y en el ocultamiento de la verdad deja al pueblo en la ignorancia, pero a quienes la conocen y la llaman mentira, los ratifica —según la sentencia de Brecht— como verdaderos criminales.
Veamos otro trabajo que seguramente pasará a formar parte del juicio histórico en contra de Miguel Nazar Haro:
PRI y PAN: la misma impunidad
Martín Esparza
Revista Siempre!
4 de febrero del 2012
La muerte de Miguel Nazar Haro, ex titular de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), nos remite a atisbar por los vetustos entretelones del poder y la impunidad en México para darnos cuenta de que, tras once años en el poder, los panistas no han sido capaces siquiera de desempolvarlos.
Con su partida, el creador de la Brigada Blanca y responsable de la tortura, ejecución y desaparición de cientos de luchadores sociales en los años setenta cierra una de las páginas más oscuras y sangrientas en la historia reciente del país. Su silencio y su complicidad se van al más allá, lacrados por el fallido Estado de derecho y la perenne impunidad.
Porque nadie puede rebatir que ayer como hoy, el cáncer de la impunidad forma parte sustancial del ejercicio del poder. Hace más de 30 años, en 1969, el aparato de Estado y un Poder Judicial sumiso al Ejecutivo admitieron tibiamente la existencia de la anticonstitucional, pero necesaria, Dirección Federal de Seguridad. Al gobierno mexicano de entonces le preocupaba de sobremanera criminalizar, como hoy sucede, la lucha social que brotaba en el país a consecuencia de la brutal represión de 1968 y la ausencia total de una apertura política y de diálogo con las diferentes corrientes ideológicas.
Con el arribo al poder de Luis Echeverría Alvarez, en 1970, la persecución contra los llamados grupos disidentes o guerrilleros se acentuó al grado de permitir el surgimiento de organismos que ejercieron más que una brutal represión, una franca estrategia de exterminio en su contra, como fue el caso de la llamada Brigada Blanca, coordinada por el hoy fallecido Nazar Haro y que, amparada por el gobierno, actuó de forma clandestina y en total impunidad pisoteando a su paso las mínimas garantías individuales.
A su llegada al poder, en el 2000, el panista Vicente Fox se comprometió a castigar a los responsables de la llamada “Guerra Sucia”, creando ex profeso, la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), teniendo como tarea inicial el amplio recuento de la ignominia y la vergüenza históricas, las cuales arrojaban hasta el sexenio pasado cifras aterradoras de desaparecidos: de acuerdo con la ONU, de 1960 a 1980, 374 personas; en los archivos del Comité Eureka de Rosario Ibarra -cuyo hijo, Jesús Piedra Ibarra, desapareció en abril de 1975 a manos de Nazar-, la suma era de 557, de los cuales 530 correspondían a la década de los setenta; según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el número de desaparecidos fue de 532, de los cuales 275 habrían sido ejecutados.
Sin embargo, y luego de un aparatoso despliegue publicitario, los resultados entregados al país por la FEMOSPP fueron nulos pues tras la detención de Nazar Haro en febrero del 2004, y su corta reclusión en el Penal de Topo Chico, en Monterrey; éste fue arraigado precautoriamente en su domicilio, dada su avanzada edad de 80 años. Más tarde, se le exoneró de cargos tales como la desaparición de seis integrantes de la Brigada Campesina de los Lacandones, en noviembre de 1974. El máximo castigo que recibió el sanguinario ex policía fue el ser sancionado con una “prisión domiciliaria”.
Al ex presidente Luis Echeverría, amén de haberlo fichado en su casa, por su también avanzada edad, nada se le pudo comprobar en concreto sobre su participación en la matanza del 68 y el llamado Jueves de Corpus o Halconazo del 10 de junio de 1971, en que murieron 120 estudiantes. Los panistas terminaron haciendo el peor de los ridículos. Y no sólo acabaron vencidos por la impunidad, sino devorados por la corrupción.
Al final del sexenio de Vicente Fox, su esposa Martha Sahagún y sus hijos, los juniors Bribiesca, fueron denunciados en el Congreso por su escandaloso enriquecimiento inexplicable. Los propios ex colaboradores del mandatario, como Lino Korrodi, señalaron los mil y un negocios ilícitos de quien, a su llegada al cargo, anunció acabar con la corrupción… y la impunidad.
Ahora, en el ocaso del gobierno de Felipe Calderón, nuevamente la palabra impunidad brilla en todo lo ancho de las marquesinas oficiales; los funcionarios públicos responsables de permitir la violación al Estado de derecho y fomentar la corrupción siguen sin castigo, no hay para ellos ninguna sanción de tipo penal, administrativa o política. Tampoco para los encargados de la Seguridad Pública federal y las fuerzas armadas, que en el combate al crimen organizado han dejado enlutados a miles de hogares en todo el país, pretextando los llamados “daños colaterales”.
La cifra de desapariciones y muerte de civiles inocentes en el actual sexenio supera con creces la contabilizada en la “guerra sucia”. La CNDH reporta que las quejas por violación a los derechos humanos se incrementaron de 691 a inicios del sexenio, a más de 6 mil, hasta la fecha. De las 98 recomendaciones emitidas por el organismo, sólo 29 han reportado sentencias condenatorias.
En esta vorágine de ilegalidades, lo mismo se pisotean los derechos de los trabajadores mediante ilegales decretos como el que extinguió Luz y Fuerza del Centro en octubre del 2009 y que dejó en la calle a 44 mil electricistas, que se permite a la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, conculcar sus derechos y dejar en la indefinición jurídica a 22 mil jubilados, criminalizando nuevamente la lucha social, como hace 40 años, al privar de su libertad a obreros, campesinos e indígenas que luchan por sus derechos, como es el caso de los 12 presos políticos del Sindicato Mexicano de Electricistas.
Quitados de la pena y sin remordimiento alguno, se pasean con los bolsillos repletos de millones de pesos hurtados al presupuesto, los responsable de la costosa “Estafa de Luz”; también libres se encuentran el ex director operativo de la CFE, Néstor Moreno Díaz, y el ex titular de ese organismo, Alfredo Elías Ayub. En el catálogo de los beneficiados con la impunidad de Calderón, se encuentran incluidos los culpables de la muerte de los niños de la Guardería ABC, en Sonora, y hasta el ex presidente, Ernesto Zedillo, responsable de la matanza de indígenas chiapanecos de Acteal, en 1997.
Por eso, los mexicanos debemos preguntarnos qué hacer para que se restablezca la legalidad y el Estado de derecho en nuestro país. ¿Acudir a los tribunales internacionales? ¿Más marchas o plantones? O acaso, ¿dejar que se mueran de vejez los funcionarios corruptos que como Nazar, incurrieron en actos de barbarie, con el argumento de que lo hicieron por el bien de la nación, tal y como ahora Felipe Calderón justifica su autoritarismo lo mismo contra los narcos que contra los trabajadores organizados como mineros, electricistas y de Mexicana de Aviación?
En rigor de verdad, la impunidad no es nada nuevo en México. Ya la había desde los tiempos de la Colonia cuando México era la Nueva España. Así gozaron de total impunidad aquellos que “en defensa de la fé” (y de los intereses del Estado) estuvieron arrancando confesiones a base de tormentos atroces en las mazmorras de la Santa Inquisición, dirigidos por tipos con mentalidad e instintos casi idénticos a los del chacal Miguel Nazar Haro que seguramente se habrá inspirado en el ejemplo de los Inquisidores para forjar su propia imagen como sádico de profesión al servicio del Estado y el cual seguramente ya está reunido en el más allá con sus predecesores del Tribunal del Santo Oficio en algún lugar en donde a todos ellos les será un poco más difícil el poder reclamar “derechos de impunidad”.
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