lunes, 20 de mayo de 2013

Remembranzas de la pesadilla Nazi



Cada vez van quedando menos sobrevivientes de los campos de concentración montados por la ultraderecha alemana. Esto dá una motivación para escuchar con detenimiento las historias de terror que nos tienen que contar, relatos que han sido avalados y corroborados por numerosos historiadores e investigadores mucho mejor documentados e informados que los mendaces propagandistas pro-Hitlerianos el mexicano Salvador Borrego Escalante y el inglés David Irving. Relatos como el siguiente:

Hermanas viven para contar historial del Holocausto
Emily Langer y Ellen Belcher
THE WASHINGTON POST
7 de abril del 2013
Andra y Tatiana Bucci no lloraron en Auschwitz. O si lo hicieron, lo han olvidado. No recuerdan haber sufrido de hambre, pese a que seguramente así fue, o extrañado a su madre, quien llegó junto a ellas al campo de concentración y un día desapareció. Lo que sí recuerdan es su apariencia la última vez que la vieron en Auschwitz. Calva y demacrada. Las dos se asustaron. Andra y Tatiana apenas tenían 4 y 6 años de edad.
Casi siete décadas después de su liberación, las hermanas recuerdan perfectamente el vagón para ganado que se las llevó de su casa en Italia. Pasaron 10 meses en Birkenau, el campo más espantoso en el complejo de Auschwitz, y en su mayor parte han olvidado la primavera, el verano y el otoño. Pero sí recuerdan el invierno porque hacían bolas de nieve, y porque estuvieron a punto de morir congeladas.
Aún pueden recordar las piedras que se convirtieron en sus juguetes y las literas de madera en las que dormían junto a docenas de otros niños, la mayoría de los cuales morirían. Recuerdan las pilas de cuerpos y el barro fétido que, supusieron después, contenía cenizas humanas. “Vimos todo esto”, recordó Tatiana. “Todos los días. Y jugábamos entre todo eso”.
Andra y Tatiana regresaron a Auschwitz anteriormente en el año, como suelen hacerlo a menudo, junto al Tren del Recuerdo, iniciativa bianual creada por el gobierno regional toscano para enseñar a los jóvenes sobre el Holocausto y el papel de Italia en la Segunda Guerra Mundial. Este verano, 560 estudiantes y 85 maestros hicieron el viaje de Florencia a Polonia y de regreso.
Voces del pasado
Más de 230 mil niños fueron deportados a Auschwitz durante el Holocausto, de acuerdo con el museo del campamento. La mayoría fueron asesinados de inmediato. Cuando el Ejército Rojo liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945, cerca de 650 niños y adolescentes estaban con vida. Alrededor de 50 de ellos tenían 10 años o menos, de acuerdo con Marcello Pezzetti, investigador italiano y director del futuro museo del Holocausto en Roma.
Hoy en día, se cree que Andra, de 73 años y Tatiana de 75, son dos de los sobrevivientes del Holocausto más jóvenes del mundo que aún tienen recuerdos sobre Auschwitz. Pezzetti, uno de los primeros investigadores en entrevistarlas años atrás, comentó que cuando las dos hablan “lo hacen a una misma voz... una recordaba una cosa, la otra recordaba otra, y entre las dos arman su historia”.
En Italia, las hermanas Bucci son una especie de celebridad. Hace una década, la periodista napolitana Titti Marrone escribió un libro con la experiencia de las dos, “Meglio non sapere” (“Mejor no saber”). Como todas las historias sobre el Holocausto, el libro trata sobre una pérdida inenarrable. Pero tiene el más improbable de los finales felices –resultado de una serie de decisiones y eventos fortuitos, además de la sorprendente previsión de su madre.
Andra y Tatiana han hablado con escuelas y públicos de todo el país, incluyendo multitudes de miles. Habiendo asumido por completo la carga de ser guardadoras de recuerdos, han regresado a Auschwitz unas 20 veces junto a historiadores y varios grupos de estudiantes, dando testimonio con paciencia y de manera inolvidable sobre el sufrimiento humano, la maldad y la bondad.
Ugo Caffaz, político toscano y principal impulsor del Tren del Recuerdo desde su concepción hace más de una década, comentó que los estudiantes viajan en tren por una razón. La rotundidad del silbatazo del conductor, su impotencia para cambiar de curso, las millas y millas que pasan por las ventanas del vagón... todo ayuda a imaginar cómo sería ser deportado.
Andra y Tatiana Bucci tenían 4 y 6 años de edad cuando fueron llevadas a Auschwitz, el más infame campo de concentración nazi. Casi siete décadas después, ellas regresan al lugar una y otra vez para enseñar a los estudiantes italianos sobre la innombrable pérdida, y el poder de la memoria.
El viaje redondo de cinco días es como ingresar a “un mundo alienígena”, comentó Giovanni Gozzini, profesor de historia de la Universidad de Siena y consejero académico que participó en el viaje. “Ellos no conocen el temor ni el dolor”, comentó sobre una generación de estudiantes que nunca han experimentado la guerra. “No lo viven”. No lo viven, es decir, hasta que conocen a Andra y a Tatiana.
“He... visto a docenas de sobrevivientes en mi vida”, agregó Gozzini, pero ninguno como Andra y Tatiana. “Ellas son las mejores para transmitir un sentimiento de... dolor... y, al mismo tiempo, la sensación de la vida que vuelve a comenzar”.
La vida como jóvenes
A bordo del tren, Andra y Tatiana pudieron haber observado que los coches dormitorio no se asemejan a los vagones para ganado. O que los estudiantes sabían hacia dónde iban o que estaban vestidos para el frío glacial de Polonia. Pero las hermanas prefieren no sermonear.
Con una voz suave al punto de casi no escucharse en ocasiones, se trata de dos testigos y no de dos oradoras profesionales. Cuando visitan escuelas primarias, algunas veces los niños quieren saber quién las cobijaba a la hora de dormir en Auschwitz. Los estudiantes más grandes que participan en el Tren del Recuerdo suelen hacer preguntas de orden más cósmico, como si Andra y Tatiana creen en Dios. Es una cuestión que las hermanas no han resuelto por completo.
Las dos llevan sobre los hombros la carga del pasado, pero éste no las ha destruido. En ocasiones, como ellas son las primeras en decir, al verlas con su cabello lleno de canas y sus marcadas arrugas resulta difícil imaginarlas como alguna vez fueron: unas pequeñas niñas sin ningún conocimiento del mal salvo la varicela.
La varicela fue el motivo por el que Andra durmió una noche de finales de marzo de 1944 en la cama de sus padres. Había caído enferma y su madre decidió consentirla. Tatiana, prácticamente inseparable de su hermana menor, durmió en la misma habitación.
Las pequeñas vivieron en Fiume, ciudad ubicada en el norte de Italia y actualmente parte de Croacia. Su padre, Giovanni Bucci, marinero que tenía mucho tiempo en el mar, era católico. Su madre, Mira Perlow, era judía y había huido de la persecución en Rusia junto a sus padres.
La familia no poseía mucho, pero Mira le dio a sus hijas una infancia apropiada y feliz. Por las mañanas el baño era obligatorio. Ninguna hija de ella andaría con el cabello despeinado. Y antes de dormir, las pequeñas deseaban buenas noches a su aventurero padre besando su imagen en la fotografía de bodas de la familia.
En los primeros años de la guerra, los judíos de Italia estuvieron relativamente a salvo. Pese a su pacto con Alemania y a sus propias “leyes raciales” antisemitas, por lo general el gobierno fascista de Benito Mussolini no cooperó con los planes nazis para la deportación o el asesinato de judíos. Pero esa modesta seguridad terminó en el otoño de 1943, cuando Italia cambió de bando en la guerra tras la caída del gobierno de Mussolini.
Con los Aliados ascendiendo por la columna de Italia desde el norte, esa región y las partes centrales del país cayeron bajo la ocupación alemana. Pronto surgieron las redadas y deportaciones a gran escala de los judíos italianos, y a principios de 1944, un informante entregó a la familia de Mira. Las pequeñas despertaron aquella noche de marzo para encontrar a su abuela, Nonna Rosa, suplicándole a un hombre con un largo abrigo negro que se la llevara a ella y dejara a las niñas. “Tengo una imagen clara como el agua”, recordó Tatiana durante un discurso ante cientos de participantes durante el viaje, “de nuestra abuela de rodillas... forzada a humillarse ante un soldado”.
Mientras ella y Andra continuaban el relato, el auditorio estuvo en silencio. Los nazis arrestaron a todos los habitantes de la casa –incluyendo a Nonna Rosa, Mira, Andra y Tatiana, su primo Sergio de 6 años y su madre, la hermana de Mira, Gisella.
La familia fue llevada a Trieste y encarcelada en Risiera di San Sabba, el único campo de concentración nazi en Italia que poseía crematorio, y una especie de estación para deportados judíos. De ahí, fueron obligados a abordar un vagón para ganado.
Luego de un viaje de días, el tren se detuvo, y entonces abrieron las puertas. El primer recuerdo que Andra tiene de Auschwitz fue el salto para bajar. Para una niña pequeña, el suelo parecía muy lejano.
Todo por sobrevivir
“Es mejor con la nieve”, comentó Tatiana mientras avanzaba con dificultad entre el hielo poco después de llegar a Polonia. “Ciertas cosas incluso se ven hermosas”.
En el Judenrampe, la “plataforma judía” donde los deportados eran dejados antes de que los nazis construyeran las ahora famosas vías ferroviarias directamente hacia el campamento, Andra vio el suelo congelado mientras recordaba la escena de 1944: los soldados gritando en un lenguaje que no comprendía y tratando a las masas como si fueran animales. Mira y sus hijas, Gisella y Sergio fueron mandados en una dirección, y Nonna Rosa en otra. Al igual que muchos otros deportados de la tercera edad, murió muy pronto.
Al sobrevivir a esa primera selección, Andra y Tatiana ya habían superado las expectativas de vida en Auschwitz. “El hecho de que estas niñas hayan sobrevivido es de una suerte extraordinaria”, comentó Patricia Heberer, historiadora del Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos y autora del libro “Children During the Holocaust” (“Los niños durante el Holocausto”).
Andra y Tatiana creen que les perdonaron la vida porque fueron confundidas con gemelas, quienes eran muy apreciadas por el famoso médico nazi Josef Mengele para realizar experimentos. Entre los abundantes documentos guardados por los alemanes en Auschwitz, hay una lista de gemelos, según les han dicho a Tatiana y Andra, en la que aparecen sus nombres. No saben por qué su primo Sergio terminó con ellas y no en la cámara de gas.
Mira abrazó a sus hijas con fuerza mientras iniciaban su largo recorrido desde la plataforma –camino seguido por los estudiantes– hasta el edificio de ladrillo conocido como el sauna. Después de todos estos años, Andra y Tatiana todavía pueden señalar el lugar en el que todos se desvistieron y donde le raparon el cabello a su madre. Luego fueron los tatuajes. Mira fue la primera, como para ver lo que le esperaba a sus hijas, y se convirtió en la No. 76482. Y luego Andra, No. 76483, seguida por Tatiana, No. 76484. Ninguna recuerda que el proceso haya dolido.
“Ahora es parte de mí, como si hubiera nacido con él”, dijo Tatiana sobre su número. El tatuaje es prueba, comentó, de que “yo gané, y ellos no”.
Hacia el ‘país de los juguetes’
Mucho de lo que los estudiantes experimentaron en Auschwitz es inolvidable: la insondable inmensidad del campo; el cortante viento que se sobrepone ante toda sensación excepto el frío; las astillosas literas; las montañas de valijas que una vez guardaron las más valiosas pertenencias de sus dueños; y, por supuesto, las cámaras de gas y los crematorios.
Mientras los estudiantes caminaban a un lado de las barracas en Birkenau y los museos en Auschwitz, muchos tenían lágrimas en sus ojos o que rodaban por sus mejillas enrojecidas por el frío. No tuvieron la oportunidad de ver las barracas de los niños donde las hermanas vivieron. Esas se perdieron con el pasar del tiempo. Hay veces en que Andra y Tatiana dicen que aún las extrañan.
El siguiente hogar de verdad que ellas conocieron, tras haber sido liberadas en 1945, fue en Inglaterra. Fueron encontradas en un centro de bienvenida para niños desplazados y presuntamente huérfanos, llamado Lingfield. Era, según Tatiana, “el país de los juguetes... para nosotras, parecía un cuento de hadas”.
En Inglaterra las niñas comenzaron el largo proceso de volver a ajustarse a la vida normal, una vida donde los adultos no eran asesinos y la comida no tenía que ser vigilada. Mientras tanto, Mira, sin saber nada de sus hijas, no había muerto en Auschwitz. Ella había sido transferida a otro campo de concentración, sobrevivió, regresó a Italia y se reunió con el padre de las niñas, quien había sido un prisionero de guerra en África. Gisella también sobrevivió.
Juntas, las dos madres se dispusieron a buscar a Tatiana, Andra y Sergio. Con ayuda de la Cruz Roja y otras organizaciones, Mira encontró a sus hijas –quienes no habían olvidado sus nombres– en Inglaterra. Tampoco habían olvidado a sus padres. Las niñas los recordaban de la fotografía que besaban cada noche antes de la guerra.
Y así fue que en diciembre de 1946, Andra y Tatiana regresaron a casa. Las niñas fueron las únicas en Lingfield que se reunieron con sus familiares. La familia Bucci se estableció en Trieste, donde Andra y Tatiana disfrutaron de lo que ellas describen como una vida totalmente normal y feliz. Mira nunca les preguntó sobre lo sucedido en Auschwitz, ni tampoco les dijo qué le había pasado a ella. “Cada persona respetó el silencio de cada quien”, dijo Andra.
Tatiana, quien ahora vive en Bélgica con su esposo, tiene dos hijos. Andra, quien quedó viuda tiene dos hijas que viven en California. Mira murió en 1987 a la edad de 79 años, y Gisella murió años después. Ella nunca aceptó el destino de Sergio y hasta el final de su vida, creyó que su hijo regresaría un día a casa. Para Gisella, como dice el título del libro acerca de la familia, era mejor no saberlo.
‘No quiero irme’
“No es tan fácil”, dijo Andra acerca de sus recuerdos. “Es más difícil porque entre más pasa el tiempo, más claros están mis recuerdos”, Aunque aseguró que es mejor recordar que no hacerlo. “Además, nuestros esfuerzos valieron la pena”, comentó Tatiana.
“Los estudiantes me dijeron que van a regresar a Italia de manera diferente a como lo hicieron cuando salimos de Florencia hace un par de días”, comentó Camilla Brunelli, directora del Museo de Deportaciones que está en las afueras de Florencia y quien es organizadora del viaje. “Somos muy afortunados porque tenemos a dos increíbles sobrevivientes con nosotros”.
En su viaje de regreso a Polonia, los estudiantes esperaron en una fila del largo de un carro del tren para hablar con Andra y Tatiana. Antes de que llegara su turno, se treparon a los asientos para ver mejor a las hermanas. Muchos les pidieron que firmaran sus libros y posters. Cuando una joven se levantó para regresar a su asiento, miró a Andra y Tatiana y les dijo “no quiero irme”.
“Fue una experiencia muy importante para mí”, comentó otra, Filomena Montalvo, durante un momento de reflexión en el pequeño compartimiento en donde estuvo con sus compañeras de clase. “Esto cambiará mi vida”.
Varias horas después, al norte de Florencia, el tren se detuvo en Padua, la población natal de Andra para que bajaran las hermanas. Permaneció unos cuantos minutos en la estación, dándole a las mujeres tiempo para despedirse. Fueron caminando junto con el tren, tocando las palmas de las manos de los estudiantes que se asomaban por las ventanillas.
Las hermanas se dirigieron caminando al apartamento de Andra, en donde pasaron unos días juntas, fueron a hacer compras y tomaron café antes de acudir al siguiente salón de clases o ayuntamiento en donde contarían nuevamente su historia.
En la casa de Andra hay fotografías de Lingfield por todos lados. En su vestidor está la foto de bodas de sus padres. Cerca de la puerta principal se encuentra una foto de Andra y Tatiana en donde Sergio está en medio de las dos, una reliquia de los últimos meses antes de su arresto. Otra fotografía muestra a las jóvenes poco después de su regreso, sin él. Las jóvenes están sonrientes, una tan bella como la otra. Parecen casi gemelas. Andra, quien el año pasado compitió en la mitad de un maratón y en este año correrá en otro, y Tatiana, quien camina cerca de su casa de campo en los Alpes, no muestra señales de cansancio. Ellas han encontrado la belleza en el mundo –sus nietos, las montañas, el placer de ir a tomar café y a la ópera–.
En la sala de Andra, hay una mesa cubierta con macetas de orquídeas blancas, otra parte de la belleza. Una vez, al visitarla observé a Andra regando sus plantas, ella se dio cuenta que una de ellas había muerto. “Hay un principio y un fin para todo”, acotó.



Obsérvese que el padre de ambas niñas no era judío, era católico. Pero esto no importaba, porque la madre era judía. Y ante los ojos de los “nacionalistas” de la ultraderecha, incluidos los Yunquistas y los Tecos de Guadalajara en México, cualquiera que tenga sangre judía, así venga de un tatarabuelo cinco generaciones atrás, es tan judío como un judío “cien por ciento puro” (si es que es posible definir científicamente tal cosa).

Seguramente los oficiales Nazis que lucharon “heroicamente” en contra de niñas de 4 y 6 años de edad como Andrea y Tatiana Bucci eran todos ellos unos verdaderos hombres osados llenos de arrojo, con su corazón guerrero lleno de valor, ¡sí señor!, enfrentándose con estoicismo ante la terrible amenaza que dos niñas pequeñas como ellas pudieran presentarle a esos grandulones que aceptaban arriesgar sus vidas para enfrentar a tales adversarios en aras de la Madre Patria. Las glorias de estos “vikingos nacionalistas” serían ensalzadas y repetidas en libros tales como Derrota Mundial y La Guerra de Hitler. Ojalá y el mismo Hitler, mostrando la misma valentía que la que mostraban sus oficiales combatiendo con amplia superioridad numérica y armamento en abundancia en contra de niñas de 4 y 6 años de edad, se hubiera enfrentado pistola en mano o fusil en mano en igualdad de condiciones ya sea en contra de los soldados rusos o las tropas norteamericanas que se estaban acercando a Berlín para mostrarle al mundo entero que Hitler era un verdadero héroe dispuesto a morir como un verdadero héroe, pero ya bajo esas circunstancias la cosa cambia y lo verdaderamente “heroico” era salir por la puerta falsa volándose la tapa de los sesos además de ingerir una cápsula de cianuro para así no tener que enfrentar a otros en igualdad de condiciones, que al fin ya tendría quienes lo justificaran tales como el alucinado pseudo-historiador revisionista Salvador Borrego Escalante. ¡Vaya “héroes”!

Este es el tipo de narraciones que individuos como los que pertenecen a la siniestras y conspiratorias sociedades secretas de la ultraderecha mexicana desmienten. Y los pocos que bajo el peso de las evidencias aceptan darle alguna credibilidad a los relatos, lo único que se les ocurre agregar es: “Se lo tenían bien merecido, por ser judíos”. Sin duda alguna, nada les daría mayor placer a los fundamentalistas de la derecha ultraconservadora de México, sobre todo los de Guadalajara y los de Guanajuato (además de los de Puebla, Querétaro, Colima, e inclusive Baja California) que poder colaborar en la construcción de una nueva serie de campos de exterminio industrializado, con ellos al frente de dichos campos como kommandant vestidos de negro, para así poder tener el privilegio de poder luchar “heroicamente” en contra de niñas de 4 y 6 años de edad . Empezarían con los judíos, continuarían con los homosexuales,  y al no haber ya ni judíos ni homosexuales se irían en busca de todos los que aún crean en las doctrinas económicas de izquierda como las concebidas por Mao Tse-Tung, Lenin, Engels, y otros, tras lo cual una vez acabada la amenaza comunista se irían en contra de todas las poblaciones nativas indígenas del mundo entero “para purificar la sangre” eliminando a los inferiores o sometiéndolos a trabajos forzados como mano de obra esclava, implantando el régimen de terror que Hitler quiso llevarle al mundo entero. Los que se tienen en México son los mismos que aquellos que se enfrentaron “heroicamente” en contra de niñas de 4 y 6 años de edad , son la misma cosa, en esto no debe haber duda alguna. Y por esto mismo hay que sacarlos de su madriguera y exponerlos con mil voces a los cuatro vientos para que el mundo entero sepa quiénes son y lo que se traen entre manos.


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POST SCRIPTUM:


Pocas semanas después de la visita a Auschwitz de dos niñas judías sobrevivientes del Holocausto Nazi, Andra y Tatiana Bucci, ese mismo Holocausto que todavía hoy hasta nuestros días tanto alaban en lugares y organizaciones diseminadoras del neofascismo encubierto como la Universidad Autónoma de Guadalajara y la Organización Nacional del Yunque en México, apareció publicado en Español un libro titulado El diario de Helga que aporta un testimonio histórico adicional a la montaña de horrores cometidos por la ultraderecha alemana, vivido por otra niña judía. Esta es la portada del libro publicado en España por la casa editora Sexto Piso con la traducción corriendo a cargo de Kepa Uharte:




La niña se llama Helga Weiss. Esta es la fotografía de la niña poco antes de ser detenida por los Nazis alemanes junto con toda su familia:




En la siguiente fotografía aparece Helga algo más joven, junto con sus papas Irena y Otto, así como con su abuela paterna Sophie:




La historia de Helga comienza cuando ella empieza a escribir e ilustrar su diario en 1938. A los ocho anos vive la invasión nazi de Praga recluida en su casa, ya que para ese entonces las escuelas no admitían judíos y a sus padres se les negó la posibilidad de poder trabajar y ganarse honestamente la vida. En 1941, envían a toda la familia de Helga al campo de concentración de Terezín, donde durante tres años la niña empezó a documentar en sus cuadernos la vida cotidiana, las duras condiciones y los buenos momentos, hasta que fueron transferidos a Auschwitz. Antes de subir al vagón, Helga le entregó a su tío las páginas de su diario, y éste las escondió entre los ladrillos de una pared.

De los quince mil niños que llegaron a Terezín y fueron enviados a Auschwitz, sólo cien sobrevivieron al Holocausto. Helga fue uno de ellos.

Conocida también como Helga Hošková-Weissová, tras contraer matrimonio con el músico Jiří Hošek, fue una de las pocas judías en volver con vida a Praga después de la guerra. En la década de los 50 estudió en la Academia de Artes, Arquitectura y Diseño de Praga, como alumna del famoso pintor y escultor cubista Emil Filla. En 1993, fue nombrada Doctora Honoris Causa por el Massachusetts College of Arts por su aportación a las artes gráficas. En la actualidad, Helga vive en Praga, en la misma casa donde nació hace 84 años. Cuando Helga regresó a Praga tras la derrota estrepitosa del Nazismo alemán y el cobarde suicidio del sátrapa que -cómodamente exhibiendo su calidad de vil cobarde y en contraposición con el sacrificio supremo hasta el martirio que le exigió a los soldados que integraron sus hordas-, Helga había cumplido quince años, y en la pobreza más absoluta continuó el relato de las experiencias sufridas desde que dejó de escribir.

El Diario de Helga, reconstruido a partir de los cuadernos originales y de las hojas sueltas en las que Helga escribió después de la guerra, editado y publicado por primera vez en Español a mediados del 2013, se incluye una entrevista a la autora así como de los dibujos que realizó en Terezín. El diario de Helga es uno de los testimonios más trepidantes que se han escrito durante el Holocausto, el cual muestra en toda su espeluznante crudeza a los lectores las barbaries acaecidas en un contexto reciente y en una sociedad supuestamente civilizada.

La denuncia de los hechos que aquí se exponen, desde luego, siempre causan la furia nacionalista de enajenados literatos revisionistas como Salvador Borrego Escalante y Joaquín Bochaca (quienquiera que este último personaje sea en la vida real) los cuales insisten en que sus ídolos máximos sean recordados como héroes valerosos que siempre estuvieron dispuestos a morir peleando en contra de los “moros con tranchete” que juraban ver en sus demenciales paranoias. Sin embargo, pegarse un balazo en la cabeza con tal de no enfrentarse a las acusaciones de unas niñas de cinco años de edad no es precisamente la máxima prueba de heroísmo. Nunca lo fué, ni hoy, ni nunca. En ocasión del fallecimiento del guardaespaldas personal de Hitler, Rochus Mish, el último testigo de la muerte de Hitler, acaecida el 5 de septiembre del 2013, cabe notar que aunque este irredento Nazi siempre se refirió a su patrón como un gran tipo”, al final de cuentas no hizo absolutamente nada para tratar de quitarle a su patrón la pistola y la cápsula de cianuro con lo cual le hubiera salvado la vida; lo cual hace suponer que hasta el mismo guardaespaldas de Hitler prefería ver a su patrón más muerto que vivo con un certero balazo en la bóveda craneal que alojó a tan infernal cerebro; y posiblemente al tener ante sí el cadáver de uno de los hombres más abominables del siglo XX, Rochus Mish no pudo evitar el exhalar un suspiro de alivio al quedarse sin empleo diciendo “hasta que por fin, murió la rata, se terminó la pesadilla”, y todo ello sin tener que hacer él mismo el trabajo sucio, lo cual habrá tomado como una bendición.