miércoles, 11 de abril de 2012

Un hombre que llevó al mundo al siglo XXI

Esporádicamente, en la Historia de la humanidad aparecen visionarios que sobreponiéndose a miles de dificultades y obstáculos logran convertir en realidad un sueño que eventualmente alcanza a tocar de manera indirecta las vidas de millones de personas. Uno de tales personajes sin lugar a dudas lo fue Steve Jobs, el empresario que comercializó las computadoras Apple y McIntosh y que contribuyó de manera significativa a convertir los teléfonos celulares en verdaderas computadoras portátiles.

Pero para que hombres como Steve Jobs pudieran hacer la parte que les corresponde, tuvieron que subirse previamente a las espaldas de otros gigantes. Uno de tales gigantes sin duda alguna lo es Jack Tramiel, el polaco creador de la computadora casera Commodore 64:





Antes de que Jack Tramiel apareciera en el escenario, las computadoras solían ser aparatos gigantescos extraordinariamente costosos cuyo uso por su alto costo estaba reservado a universidades de prestigio, a dependencias gubernamentales y a instalaciones militares con el presupuesto suficiente para poder instalar y poner en mantenimiento lo que eran verdaderos monstruos. Las principales empresas, IBM y Honeywell, construían bajo pedido especial estas computadoras colosales cuyo uso estaba reservado a programadores talentosos que podían sacarles provecho recurriendo a lenguajes igualmente sofisticados y complejos como FORTRAN. En aquél entonces, nadie en su sano juicio habría apostado por la posibilidad de que alguien pudiera tener en su propia casa su propia computadora personal de su propia propiedad, a menos de que fuese un multimillonario extravagante con una cuenta bancaria de cientos de millones de dólares. La posibilidad de que alguien pudiera conectarse con otras personas alrededor del mundo a través de Internet seguramente habría parecido más descabellada aún.

El primer paso para introducir lo que pudiera llamarse una “computadora de juguete” se dió con una máquina conocida como Altair 8800, lanzada en 1975. En realidad, esta máquina era un juguete ofrecido a un mercado muy cerrado de técnicos y profesionistas que tomaban el asunto de las computadoras como un hobby y que deseaban conocer algo más sobre el tema, algunos con la esperanza de mejorar sus expectativas de empleo. Pero las aplicaciones de software para esta máquina eran prácticamente inexistentes (no existía para ella ni siquiera un sistema operativo como DOS que hoy sería considerado primitivo, y mucho menos alguna aplicación como procesadores de texto, hojas de trabajo o procesamiento de imágenes fotográficas) así como los recursos adicionales de hardware a los que hoy estamos acostumbrados, y el uso de las mismas era más bien un pasatiempo a manera de entretenimiento para los lectores de la revista Popular Electronics que atraídos por un anuncio colocado en dicha revista empezaron a poner las primeras órdenes por dicha máquina.

El principal problema para llevar “una computadora a cada casa” continuó siendo, desde luego, el costo, prohibitivo inclusive para muchos clientes potenciales en el mercado norteamericano. Ni siquiera en sueños se contemplaba la posibilidad de poder tener en casa una máquina que pudiera rivalizar en capacidades de cómpúto a las máquinas que IBM y Honeywell tenían instaladas en el Pentágono o en la NASA. Esto estaba completamente fuera de consideración. Además de que la programación de tales máquinas era algo que requería la contratación de programadores caros egresados con títulos de Maestría y Doctorado de las pocas escuelas que podían ofrecer esta clase de conocimientos especializados.

Entra en el escenario un hombre que creía que era posible, combinando recursos, talento y creatividad de una manera adecuada, se podía poner en la casa de cada persona una máquina que no simplemente fuera una computadora de juguete, sino algo que verdaderamente pudiera ser puesto en buen uso para algo más que juegos de video. Este hombre fue precisamente Jack Tramiel, fallecido recientemente el 10 de abril del 2012.

Veamos algunos extractos tomados de la siguiente reseña elaborada en Argentina:

Murió el creador de la Commodore 64
Federico Wiemeyer
tn.com.ar
10 de abril del 2012

Si sos un fanático de las computadoras, no importa la edad que tengas, seguramente escuchaste hablar de la Commodore 64. Esa computadora gorda de teclas marrones no sólo sigue siendo la más vendida de la historia sino que está considerada un ícono porque llevó a toda una generación, en todo el planeta, hacia sus primeros pasos en el mundo de la informática y los videojuegos.

Pues bien, el creador de esa máquina maravillosa, el polaco Jack Tramiel, murió esta semana en California a los 83 años. La historia de este hombre es una de las más ricas e inspiradoras del mundo de la computación.

Con el correr de los años, ya fuera del ejército, puso su propio negocio de máquinas de escribir. Pero en el mejor momento del mercado las máquinas de escribir empezaron a llegar desde Japón a muy bajo costo, y Commodore casi quiebra debido a las bajas ventas.

Para salvar a su compañía, el señor Tramiel decide pegar un volantazo y dedicarse al incipiente rubro de las calculadoras electrónicas. Otro golazo con el que también empezó a irle más que bien. Hasta que la gente que le fabricaba los chips de las calculadoras, Texas Instruments, decidió lanzar sus propias máquinas y no venderle más a Commodore. El fantasma de la quiebra volvía a sobrevolar al polaco, que una vez más no se rindió

Ya eran los años 70 y Jack Tramiel entendió antes que muchos que lo que se venía eran las computadoras. Que ya existían, pero estaban reservadas a los sectores militares y científicos por sus altos costos.

Tramiel encabezó al equipo de técnicos que en 1982 puso en la calle a la Commodore 64. Costaba apenas 595 dólares, mientras que una IBM con prestaciones similares superaba los 1500, igual que las primeras Apple.

Además las Commodore empezaron a comercializarse en todos lados, Supermercados, shoppings, jugueterías. Ningún punto de venta les era ajeno.

Todos los niños de la época querían una y casi 17 millones de ellos la consiguieron. Con ése número de unidades vendidas, 17 millones, la Commodore 64 sigue siendo la computadora más vendida de la historia.

Su lenguaje era el BASIC, tenía apenas 16 colores, y 16k de memoria virtual, es decir, era… 17 mil veces más humilde que una netbook barata de hoy. Aún así, con su casetera y sus joysticks, fue la reina absoluta de los videojuegos en casa.

“Para las masas y no para las elites”, ese era el lema de Jack Tramiel, que fue, a ciencia cierta, el hombre que llevó una computadora a cada escritorio varios años antes de que se popularizara algo llamado Windows.

Tramiel vendió Commodore a mitad de los 80 y compró ni más ni menos que Atari, para potenciar sus computadoras. Pero no duró mucho ahí. A comienzos de los 90 decidió retirarse a las colinas de California para disfrutar de la vida tranquila, alejada del mundo de los negocios. Lo suyo, sin dudas, ya estaba hecho.

Jack Tramiel no expiró sin antes ver realizado su sueño de poder ver en cada hogar una computadora casera, inclusive en muchos hogares de naciones con poblaciones de escasos recursos. Su contribución decisiva para abaratar enormenente el costo de las computadoras caseras convenciendo con ello a la misma empresa IBM de lanzar su propia línea de computadoras personales IBM XT e IBM AT resultó ser el golpe decisivo que permitió acelerar a la humanidad dramáticamente hacia el tercer milenio. Lo que el lector está leyendo en estos momentos en su computadora a través de Internet es posible gracias a los virajes dados a la Historia por gigantes como Jack Tramiel. Gracias a estos gigantes, hoy en día tenemos a nuestro alcance cosas que apenas tres generaciones atrás cualquiera habría imaginado imposibles.

Veamos algunos extractos de otra nota sobre Jack Tramiel:

Muere Jack Tramiel creador de la Commodore
Nelly Acosta Vázquez
ElFinanciero.com
9 de abril del 2012

Jack Tramiel, creador de la que quizás fue la primera computadora personal del mercado, falleció el pasado 8 de abril, a los 83 años.

Tramiel creó la “Commodore”, esa computadora que muchos mayores de 30 años recordarán como su primer acercamiento a la tecnología a través de la empresa Commodore Internacional, fundada en 1955, en Canadá.

Fue así que años más tarde, se enlistó en la armada estadounidense en donde se especializó ensamblando máquinas de escribir y reparando todo tipo de máquinas. Luego, se especializó en la fabricación de calculadoras de bolsillo.

Las anécdotas aseguran que en 1953, mientras trabajaba de taxista, vio en oferta una tienda en el Bronx, de Nueva York, que se especializaba en reparar equipo de oficina: la “Commodore Portable Typewriter”.

El resto, como dicen, es historia.

La más popular

Quizás el personaje no sea tan popular como su creación. La computadora Commodore 64 (conocida como C64) es, de acuerdo con el libro de los Guinness Récords del 2001, la computadora personal más famosa de la historia: vendió 30 millones de unidades de 1982 a 1993, cifra que según el Récord, es superior a todas las Machintosh vendidas.

No será casualidad entonces, que sea uno de los productos más demandados y cotizados en tiendas como eBay y Amazon, con precios de hasta 4,500 dólares. Cabe mencionar, que la C64 costó en 1985 sólo 595 dólares, frente a los 1,500 de las computadoras personales de IBM y Apple.

Sí, por insólito que parezca, hoy todavía muchos mueren por tener una de éstas. La razón: tiene “algo” más que nostalgia. Es considerada como el sistema de cómputo más sofisticado de sus tiempos: el modelo básico contaba con un procesador MOS 6510, 64 KB en RAM (la memoria más alta de la época), software de la marca para varias aplicaciones, juegos (con todo y palanca) y una serie básica de programación para combinar textos y gráficos.

Su éxito no sólo fue técnico: podía comprarse prácticamente en cualquier lugar, tanto en una tienda de juguetes como en una mueblería, situación que no vivió ningún equipo de cómputo hasta después de los 90.

Falta por agregar un dato más acerca de Jack Tramiel.

Jack Tramiel era judío. Para ser más específicos, era un judío polaco emigrado a los Estados Unidos tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Y no, jamás tuvo cosa alguna que ver en esa bizarra fantasía ultraderechista acerca de “la gran conspiración judía masónica comunista” para el dominio del planeta Tierra, esa burda ficción asumida como cierta por las derechas extremas de México y del resto neo-Nazi del orbe con la cual al igual que los Nazis alemanes de ayer los chacales de hoy quieren justificar sus propias conspiraciones y sus propios genocidios en nuestros tiempos.

Para ser más específicos aún, toda la familia de Jack Tramiel murió en el campo de concentración de Auscwhitz en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, en ese Holocausto insano que los desvergonzados pseudo-historiadores revisionistas negacionistas fascistas de línea dura como Joaquín Bochaca (España), Salvador Borrego (México) y David Irving (Inglaterra) insisten en hacernos creer que nunca ocurrió. Jack Tramiel estaba programado por los Nazis para ser ejecutado en Auschwitz, para eso fue enviado a allí, pero esto ya no pudo ser por él fue rescatado de ese infierno por la aviación norteamericana. El nombre que le puso a su empresa, Commodore, en español Comodoro, fue en agradecimiento a aquellos aviadores aliados que lo rescataron de una muerte segura en el campo de concentración Nazi. Al igual que otros contados judíos que sobrevivieron y que los oficiales asesinos de las SS Nazis ya no tuvieron tiempo de matar por salir estos últimos corriendo de Polonia huyendo como gallinas espantadas temerosos de ser capturados por las fuerzas aliadas, Jack Tramiel era un desnutrido costal de huesos cuando fue encontrado en el matadero de Auschwitz, pero de alguna manera pudo sobreponerse a su desnutrición extrema manteniéndose con vida a la espera de un milagro que finalmente le fue concedido en respuesta a sus plegarias.

















Es admirable ver cómo, después de haber estado a unos cuantos días (tal vez horas) de haber terminado en los hornos crematorios de Hitler, este hombre que llegó a los Estados Unidos de Norteamérica sin un solo centavo en el bolsillo y sin ningún familiar a causa del asesinato de toda su familia en Auschwitz, pudo sacar fuerzas casi de la nada para sobreponerse a su experiencia traumática y emprender una tarea con la cual sin saberlo en aquél entonces contribuiría a cambiar de manera decisiva el curso de la Historia. Jack Tramiel fue muy afortunado al haber sido rescatado a tiempo por las fuerzas aliadas de lo que iba a ser una muerte segura. Pero muchos otros como él no tuvieron la buena fortuna de sobrevivir al genocidio desatado por la ultraderecha alemana en contra de civiles desarmados a los cuales nunca se les concedió oportunidad alguna de poder defenderse en igualdad de condiciones y mucho menos se les dió un juicio justo para informarles de los “cargos” por los cuales habían sido detenidos y deportados hacia los campos de exterminio.

Es sorprendente que Jack Tramier haya sobrevivido a su terrible experiencia sin sentimientos de odio hacia la humanidad ni deseos de venganza, y que por el contrario haya hecho de su vida la de una persona de bien, emprendedora y luchona que siempre deseó el bien del prójimo dejando una huella positiva de su paso por el mundo (o sea, precisamente lo contrario de lo que están acostumbrados a hacer los alucinados que son reclutados dentro de sociedades siniestras intrínsecamente perversas como la Organización Nacional del Yunque y sus creadores los temibles cuan desquiciados Tecos neofascistas que operan en todo México desde la Universidad Autónoma de Guadalajara, sociedades demenciales de ultraderecha a las cuales les gustaría poner en funcionamiento nuevamente los hornos crematorios de Auschwitz).

Viendo hacia atrás, se antoja penoso tratar de imaginar cuántos otros hombres y mujeres talentosos como Jack Tramiel terminaron muertos en los hornos crematorios de Auschwitz, resulta difícil y angustioso imaginar las enormes contribuciones que entre aquellas víctimas de la locura Nazi algunos cuantos podrían haberle dado al mundo entero si aquellas mentes privilegiadas perdidas entre el anonimato del exterminio colectivo no hubieran muerto en medio de las condiciones más infrahumanas que haya habido en el siglo XX, resulta difícil imaginar el grado de avance que tendríamos en estos momentos como especie si a todos aquellos Jack Tramiels a los cuales se asesinó a sangre fría se les hubiera dado la oportunidad de demostrar a la humanidad su valía en la forma en la cual Jack Tramiel lo hizo. ¿Quedó convertido en cenizas el hombre que le iba a dar a la humanidad la vacuna contra el cáncer, quizás algún judío estudioso como el Doctor Albert Sabin que le dió al género humano sin distingos de raza ni religión una vacuna contra la terrible poliomielitis y de la cual rehusó obtener beneficio económico alguno pese a que de haberlo hecho en su tiempo se habría convertido en multimillonario a manos llenas? ¿Mataron al inventor que nos iba a revelar la forma de obtener energía abundante y barata por medio de algún proceso desconocido de fusión nuclear que está esperando a ser descubierto? ¿Asesinaron a los artistas cuyas composiciones musicales o sus pinturas podrían estar en estos momentos a un lado de las obras de Tschaikovsky, Picasso y Dalí? ¿Acabaron con la vida de aquél o aquellos que de no haber sido muertos quizá podrían haber encontrado la cura para el remedio de enfermedades degenerativas tan terribles como el mal de Alzheimer que afectan incluso a familiares cercanos de antisemitas redomados que nunca han podido ver más allá de sus narices, enfermedades para las cuales aún no hay cura alguna? Nunca sabremos lo que perdimos. Es muy posible que al matar a tanta gente los Nazis alemanes sin darse cuenta de ello hayan retrasado por varias décadas si no siglos el progreso de la humanidad. Es precisamente por gente como Jack Tramiel que todos estamos obligados a luchar denodadamente en contra de la posibilidad cada vez más cercana de que aquella terrible locura pueda volver a resurgir, sobre todo ahora que los continuadores de la insania de la ultraderecha se están organizando escondidos tras las tinieblas en países como México para dar desde las tinieblas una nueva batalla que bien podría terminar siendo el mismo Apocalipsis descrito por el Apóstol San Juan.