viernes, 25 de septiembre de 2009

A 7 décadas de la fundación del PAN

Justo al mismo tiempo que México se preparaba para la celebración de la fiesta de Independencia en septiembre del 2009, pasaba casi desapercibida otra fecha histórica de relevancia actual para el país: el aniversario de las siete décadas de la fundación del Partido Acción Nacional.

Para buen crédito de dicho partido, cuando fue fundado tuvo como ideales los ideales que pudiéramos llamar de una derecha moderada, progresista incluso, defensora de la libre empresa y del pequeño propietario. Su fundación jamás fue el resultado planificado de una insidiosa conjura fraguada en la clandestinidad para apoderarse de las redes del poder público en México, ya que sus fundadores eran gente honesta, idealista, que actuaba en forma abierta sin esconder su ideología y su modo de pensar. En la ideología de su fundación no había referencia o simpatía alguna a los conceptos que hoy nutren a la extrema derecha clandestina de México. Los fundadores no eran antisemitas, ni tenían proclividad hacia la literatura anticomunista basada en el fraude literario ruso “Los Protocolos de los Sabios de Sión” o en el libelo ultraderechista “El Judío Internacional” de Henry Ford. Es por ello que, desde su fundación, el Partido Acción Nacional fué detestado y aborrecido por la incipiente extrema derecha mexicana, sobre todo aquella que estaba surgiendo de los rescoldos de la Guerra Cristera en el Bajío.

Cuando el PAN fue fundado, jamás fue la intención de sus fundadores el buscar el poder por el poder mismo. Eran gente idealista, quijotesca, que se lanzaba a las elecciones a sabiendas de que iban a perder ante el apabullante aparato oficial que no tenía intención alguna de compartir con el PAN coto alguno de poder. Jamás fundaron el partido con el fin de convertirlo en refugio de parásitos sociales y plataforma encubierta de operaciones de la misma gente que los aborreció desde un principio.

¡Qué lejos estaban los fundadores del PAN de saber, setenta años atrás, que la dirigencia del partido, hoy convertido en partido oficial con todas las intenciones de eternizarse en el poder por los siglos de los siglos, estaría en manos de un prominente miembro de la extrema derecha encubierta de México, César Nava, impuesto por la fuerza del “dedazo” presidencial, ese mismo dedazo en contra del cual por tantas décadas lucharon infructuosamente los fundadores! ¡Qué lejos estaban de saber que el partido que fundaron, junto con todos sus recursos materiales, les sería usurpado por una extraordinariamente peligrosa quinta columna conformada por traidores y caballos de Troya que eventualmente voltearon sus ojos hacia el PAN cuando vieron en él no a una organización que podía ser utilizada en provecho de México para impulsar el ideario de los fundadores, sino a una organización política que podía ser utilizada para la conquista del poder por el poder mismo, haciendo a un lado en cuanto llegara el momento adecuado todos los ideales que nutrieron al PAN original desde los días de su fundación!

Es con lo anterior en mente que resulta provechosa la lectura del siguiente editorial publicado en varios medios y firmado por uno de los más distinguidos editorialistas de México:

Setenta años del PAN
Plaza Pública
Miguel Ángel Granados Chapa
15 de septiembre del 2009

Hace setenta años fue fundado el Partido Acción Nacional, al cabo de una convención reunida los días 14, 15 y 16 de septiembre en el Frontón México –edificio situado en la Plaza de la República, a un costado del monumento a la Revolución, cuyo abandono podría ser señalado como metáfora de la venida a menos del proyecto inicial de esa organización.

La personalidad de los dos fundadores más relevantes del panismo se reflejó en la identidad del partido. Manuel Gómez Morín (uno de los Siete Sabios de México de aquél entonces) era un político, había contribuido a la construcción del Estado mexicano moderno, conocía el interior del gobierno y, como rector de la Universidad Nacional, había ejercido la política del poder.

Efraín González Luna, por su parte, era un intelectual de sólida formación católica. Uno encabezó el partido directamente durante su primera década e hizo sentir su influencia durante los diez años siguientes.

El otro fue su primer candidato presidencial, uno de los siete que sin fruto bregaron por acceder al Poder Ejecutivo hasta que Vicente Fox y Felipe Calderón lograron hacerlo. Gómez Morín creyó de modo firme en el papel activo del Estado en la economía.

Fue en gran medida autor de los proyectos legislativos que crearon el Impuesto Sobre la Renta y el Banco de México, de cuyo Consejo de Administración fue el primer presidente, clara señal de que no era tenido como un simple amanuense de los generales que mandaron en el país durante los años veinte.

Cuando Vasconcelos demandó su apoyo en la campaña electoral de 1929, Gómez Morín respondió en una carta rehusando participar en una movilización social que se agotaría en sí misma, por estar determinada por un hombre, y argumentando la conveniencia de carácter permanente e institucionalidad a la oposición.

Diez años después de exponer esas consideraciones las convirtió en realidad. Contó para ello con el pensamiento católico aportado a su iniciativa por González Luna, que en la capital de Jalisco encarnaba la postura social de la Iglesia y era tenido como Satanás por la derecha ultramontana que fundó la Universidad Autónoma de Guadalajara practicante de un integrismo contrario a las bases de espiritualidad cristiana que animaron al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, ITESO, creado por los jesuitas para dar a su educación elitista un sello social derivado de encíclicas papales como la Rerum Novarum.

A partir de esas fuentes el PAN se situó frente al régimen.

Nació al año siguiente de la expropiación petrolera y del desafío personal del presidente Cárdenas al conservadurismo empresarial regiomontano. Como respuesta a las protestas patronales por el apoyo gubernamental a los sindicatos y las huelgas, Cárdenas demandó de los empresarios que, si estaban cansados, entregaran sus establecimientos a los trabajadores. Contra esa política, y contra el reparto agrario nació el PAN.

Si bien sus cuadros provinieron en amplia medida de agrupaciones juveniles católicas, como la Unión Nacional de Estudiantes, no es caricatura señalar la influencia empresarial en la fundación y primeros años del partido.

Sus documentos básicos fueron redactados en el Banco de Londres y México y su primer diputado federal, Antonio L. Rodríguez dirigía el centro bancario de Monterrey. Pero esa influencia fue acotada y mantenida a raya por los fundadores. No fue casual que sólo tras la muerte de Gómez Morín, en 1972, se expresara el conflicto entre los doctrinarios y los pragmáticos.

Con diversas modalidades ese dilema interno se reprodujo varias veces. No es casual, por ello, que tres personajes tan relevantes que fueron candidatos presidenciales y jefes del partido se apartaran de él. José González Torres presidió al PAN de 1959 a 1962 y en 1964 fue el opositor a Gustavo Díaz Ordaz, Efraín González Morfín desempeñó esos papeles en orden inverso.

Fue candidato presidencial en 1970 y líder del partido en 1975 y 76. Pablo Emilio Madero fue también candidato presidencial, en 1982, antes que dirigente nacional del partido, de 1984 a 1987.

Los tres renunciaron a su militancia panista: González Morfín, hijo de González Luna, en 1978, junto con Raúl González Schmall, que había sido secretario general, y Mauricio Gómez Morín, hijo del otro fundador insigne del partido. Por su parte, González Torres y Madero Belden se fueron en 1992, con otros miembros del Foro Doctrinario y Democrático, entre los cuales se encuentran Jesús González Schmall y Bernardo Bátiz, ambos secretarios generales.

También renunció a ser panista otro ex presidente nacional de ese partido, Carlos Castillo Peraza , que prohijó políticamente a Felipe Calderón, a quien nombró secretario general del partido y, al declinar su reelección en 1996, lo impulsó a sucederlo.

Quizá no es casual que el propio padre de Calderón, Luis Calderón Vega, terminara sus días apartado del partido al que dedicó décadas enteras de generosa militancia.

Al cabo de muchas vicisitudes, la inspiración doctrinal del PAN se ha diluido, superada por el crudo pragmatismo que Calderón resumió en su fórmula de arribar a la Presidencia “haiga sido como haiga sido”.

Sin embargo, aun sus críticos más encarnizados no ponen en duda el papel que en la construcción de la democracia electoral asumió el PAN, tanto por la pertinaz participación de candidatos que –como Calderón Vega mismo– hacían campaña a sabiendas de que los esperaba la derrota, como en la generación de las condiciones legales y políticas que permiten el libre ejercicio del voto.

Al día siguiente de haberse publicado la anterior entrega, el editorialista Granados Chapa le dió seguimiento al mismo tema con el siguiente análisis:

Castillo Peraza y Calderón
Plaza Pública
Miguel Ángel Granados Chapa
16 de septiembre del 2009

Al reflexionar aquí ayer sobre los 70 años del PAN, referí que 4 de sus ex presidentes rompieron con su partido, todos por considerar que Acción Nacional abjuró de su pasado y perdió su identidad. Y eso que esas salidas ocurrieron antes de que ese partido ganara el poder federal, y apenas empezaba a ejercerlo en algunas entidades. Tal tasa de abandono del partido por sus ex dirigentes lo hace un caso excepcional, único en México. Y no se trata de sólo episodios del pasado. La renuncia de Carlos Castillo Peraza no sólo es reciente, ocurrida en la década pasada, sino que sus motivos tienen plena vigencia, porque incumben a Felipe Calderón, que actualmente es el Presidente de la República.

Tenemos noticias hasta ahora ignoradas –algunas de ellas supuestas, pero desconocidas con precisión– de las relaciones entre Castillo Peraza y Calderón. Se ha citado hace poco una carta en que el primero reconviene al segundo por algunos de sus defectos, y sabíamos del enfriamiento que sus relaciones experimentaron después de haber mantenido una relación fraternal, con tintes paternofiliales. Pero ahora contamos con la versión de Castillo Peraza, según la confió a Julio Scherer García.

En su libro ‘Secuestrados’, que está en circulación desde hace un par de semanas, el periodista que revolucionó a Excélsior y fundó Proceso, narra entre otros casos de personas dañadas por el delito al que se refiere el título de su más reciente obra, el de su propio hijo Julio Scherer Ibarra. Relata que para reunir en el breve plazo fijado la cantidad ordenada por los captores, al recibir la cual dejarían en libertad a su hijo, acudió a la generosidad diligente de algunos amigos. Entre ellos Castillo Peraza, que prestó a Scherer García diez mil pesos. Otros aportaron cantidades diversas, hasta sumar la cifra demandada por los secuestradores. Al recordar sus contribuciones, el periodista retrata a cada uno de los amigos que las hicieron. Procede con su cruda sinceridad habitual, reseñando momentos que hubieran alterado y aun destruido la amistad –como una conversación sobre la existencia de Dios con Castillo Peraza– pero siempre con la gratitud de quien quedó obligado para siempre con esos amigos.

Del intelectual panista recogió Scherer García este sumario dictamen sobre el actual Presidente de la República:

“inescrupuloso, mezquino, desleal a principios y personas”. Dice el periodista que a “su propia torpeza y a Calderón Hinojosa”, dueño o víctima de esos atributos, “atribuyó Castillo Peraza una de las decisiones drásticas de su vida: la renuncia al PAN. Ese día, 25 de febrero de 1998, le fue claro que había perdido la pertenencia a una institución que llegó a serle entrañable, que se iba y lo echaban de Acción Nacional. Conocería la orfandad…

“El tiempo y un trato cuidadoso entre Castillo Peraza y yo habían hecho posible una amistad irrenunciable entre nosotros”, que incluyó confidencias como la anterior y las que fundan las líneas que siguen:

“Castillo Peraza cuidó el porvenir político de Calderón Hinojosa y Calderón Hinojosa se desentendió de Castillo Peraza cuando éste más lo necesitaba. Se dio así una radical diferencia entre ambos. Las consecuencias tardarían en sobrevenir pero finalmente llegaron, dramáticas: estalló una amistad que muchos tenían por definitiva”. Esa relación se había construido por instantes como este: Calderón Hinojosa insistió una y otra vez ante Castillo Peraza para que le permitiera ser orador a favor suyo en la convención que lo eligió presidente del partido el 5 de febrero de 1993. Finalmente, tras muchas negativas, Castillo Peraza las explicó: “Si Castillo Peraza hablaba por sí mismo y salía airoso de la prueba, él sería el ganador, pero también Calderón Hinojosa. Amigos en el entramado de una relación intensa, maestro y discípulo ascenderían juntos a la cumbre panista. Pero si hablaba Calderón Hinojosa en nombre de Castillo Peraza y perdía, perderían los dos el inmenso futuro de sus sueños”. La previsión fue realista. Con Castillo Peraza presidente del PAN, Calderón Hinojosa fue secretario general y después lo reemplazó.

Cuando Carlos se marchó del PAN, “en Acción Nacional empezó a extrañársele, No había en el partido un intelectual de su altura. El paso de Calderón Hinojosa por la Escuela Libre de Derecho fue anodino, y su maestría en la Universidad de Harvard tampoco dejó marca, estudiante mediocre de la carrera de economía. Hombre de pocos libros, sus discursos y artículos carecían del tono superior que sólo da la cultura.

“A la renuncia de Castillo Peraza, Calderón Hinojosa respondió, el 28 de abril, con un texto que publicó La nación: “La elección de 1997 dejó lecciones para todos. En lo que a la dirigencia respecta, hemos aprendido la nuestra, y estoy seguro que Carlos ha aprendido la suya. Lo medular es que vio completa y satisfecha su vocación y trayectoria política…Al amigo, al compañero, al presidente, a ese gran mexicano, seguramente la historia lo reivindicaría”.

Tras varias confidencias ajenas, Scherer García hace una propia. Un día recibió un telefonema de Felipe Calderón: “Muy lejos el uno del otro, sin más comunicación que la circunstancial, me transmitió su preocupación en una frase reveladora. Qué pensaba Castillo Peraza de él, de Calderón Hinojosa.

“Respondí con la verdad. Por un tiempo la reconciliación sería imposible. Castillo Peraza le había perdido la estima por el trato que había recibido de (Calderón) y por el abandono de los principios” del PAN.

Veamos ahora lo que elaboró uno de los que votaron por el PAN en el 2000 cuando el pro-Yunquista accedió al poder llevándose consigo a las derechas y a la ultraderecha de México, el destacado intelectual y analista mexicano José Antonio Crespo Mendoza, Doctor en Historia y Profesor e Investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, tal y como fue publicado en varios medios:

Acción Nacional: 70 aniversario
José A. Crespo
Analista Político
19 de septiembre del 2009

Muchos de quienes votamos por el PAN en el año 2000 –y generamos así la primera alternancia pacífica del poder en la historia de México–, lo hicimos bajo la razonable expectativa de que ese partido honraría su compromiso histórico con la democracia. Se emitió un voto de confianza que, en lo esencial, fue defraudado. Aquella célebre frase de “No nos falles”, dirigida a Vicente Fox tras su triunfo, vislumbraba el riesgo de que él y su partido se marearan con el poder y olvidaran su razón histórica de ser, como lamentablemente ocurrió. Y es que, si bien el PRI fue derrotado en las urnas ese año, no lo fueron sus prácticas, que reproducen políticos de todos los signos ideológicos y colores partidarios (con sus honrosas excepciones). Si antes del año 2000 se podía hablar de una “victoria cultural del PAN” (en tanto la mayoría ciudadana abrazó la democracia como elemento indispensable de legitimidad política), los gobiernos panistas, con su triste desempeño, brindaron una “victoria cultural al PRI” que bien podría ser el preludio de su retorno al poder en 2012.

A quienes votamos por el PAN en 2000 se nos podría muy bien aplicar aquella famosa frase del fundador de ese partido, Manuel Gómez Morín: “Que nadie se ilusione para que no haya desilusionados”. Desde luego, el fundador se refería a las expectativas prematuras que pudieran generarse con respecto a los éxitos políticos y electorales del PAN. Pero la expresión resultó también aplicable a quienes esperamos que ese partido, desde el gobierno, honraría a cabalidad su promesa democrática. Ahora, tras nueve años de gobiernos panistas, a muchos nos queda claro que decidió relegar su promesa y eligió irse por la vía fácil: pactar con el PRI para profundizar el modelo económico neoliberal, a cambio de extenderle una carta de impunidad, desechando la transformación democrática del régimen político. Fox no fue elegido para lo primero, sino para lo segundo. El eje de su campaña no fue la profundización del modelo económico vigente, sino la modernización democrática del régimen político. No logró ninguna de las dos, pues los priístas lo dejaron esperando. En cambio, prevaleció la impunidad, no la rendición de cuentas. No se cumplió con un mínimo de honestidad administrativa, sino que continuó la corrupción (tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito). No hubo intentos por democratizar el tradicional corporativismo; se optó por buscar la alianza con él. Por todo ello no caló el recordatorio de Germán Martínez Cázares antes de la pasada elección, sobre la naturaleza fraudulenta y corrupta del PRI. El PAN no resultó muy distinto. Al llamar el entonces presidente panista a “castigar al PRI en las urnas”, muchos habrán recordado que justo eso hicimos en 2000, sin efectos palpables para los múltiples corruptos del tricolor. Por eso, Lorenzo Gómez Morín, nieto de don Manuel, denuncia hoy: A mí me causa una gran desilusión que el partido, para conservar un porcentaje de la votación, tenga que ceder en principios que le dieron identidad… Lo paradójico es que esta nueva fisonomía del PAN ni siquiera le da más votos. Ya no somos el partido que había ganado una victoria cultural (sino que) estamos trabajando sobre la base de la corrupción moral de este país”. (Excélsior, 6/VIII/09).

A 70 años de su nacimiento, el PRI se hallaba en pleno declive, desprestigiado y a punto de perder el poder presidencial. Eso ocurre también con el PAN en su 70 aniversario. Se ve muy difícil que repita en 2012. Pero, más allá de que regrese a la oposición, como todo parecería indicar, el blanquiazul habrá perdido su autoridad moral. El PAN no tenía cuadros suficientemente experimentados para conformar un gobierno eficaz. A cambio de esa inexperiencia (que la gente esperaba y cuyo costo estaba dispuesta a pagar), lo que podía ofrecer era la profundización de la democracia, un combate real a la corrupción y la impunidad, pasos concretos en favor de la rendición de cuentas y un mayor sentido de ética pública que el mostrado por el PRI. De no cumplir con ello (como no lo hizo), una pregunta legítima sería, ¿cuál fue la diferencia entre el PAN y el PRI, además de la inexperiencia del primero y su falta de oficio político? De tal forma que, de regresar a la oposición el blanquiazul, cuando desde ahí reclame por falta de democracia, por corrupción, impunidad y otras conductas antidemocráticas de sus rivales (en particular del PRI), inherentemente estará recordando a la ciudadanía que, en el poder, no fue muy distinto y que no combatió esos males endémicos, salvo en el discurso. El PAN tuvo que haber sido al menos más congruente con su razón de ser y su compromiso democrático, ése era el mínimo esperado. Los panistas aseguran que quieren regresar al origen, recuperar sus principios fundacionales. Un poco tarde, me parece. Es triste reconocerlo, pero el PAN traicionó su ideario, su identidad y su historia. De hecho, se traicionó a sí mismo.

Veamos ahora la denuncia interpuesta públicamente por un personaje que llegó a ser uno de los panistas tradicionalistas más destacados dentro de dicho partido hasta que llegó a la conclusión de que el grado de descomposición al interior del PAN había avanzado ya demasiado como para que la putrefacción pudiera ser corregida o al menos neutralizada, el cual nos habla de lo que él llama “las seis épocas del PAN” (Spectator podría agregarle una séptima época, en la cual la ultraderecha mexicana encubierta logra convertir al PAN en un partido de Estado sempiterno manteniéndose en el poder por décadas bajo una democracia simulada recurriendo incluso a la eliminación virtual o física de “opositores de riesgo” así como a la ayuda de la dictadura virtual ejercida por un manipulador duopolio televisivo que en otros países menos dejados ya habría conducido a la cancelación de todas las concesiones de los anchos de banda electromagnética para tan infames cuan manipuladoras empresas):

El PAN que no llegó
Jesús González Schmal
Revista PROCESO 1716
25 de septiembre del 2009

En la Asamblea Constitutiva del Partido Acción Nacional, realizada del 14 al 17 de septiembre de 1939 en el Frontón México de la capital de la República, se aprobaron los principios de doctrina. Su redacción, acometida por una comisión ex profeso, fue considerada la mejor aportación de ese puñado de mexicanos que, a 10 años del nacimiento del partido oficial (entonces Nacional Revolucionario), querían anteponer a la práctica política viciada un mejor sentido definiendo los valores que deberían sustentar la actividad política para dotarla de un soporte congruente con la responsabilidad ética de su ejercicio. Se oponían –y ofrecían una opción– a la degradación de la política que, en el México de entonces, era una simple yuxtaposición de intereses personales y grupales dirigidos al usufructo y permanencia en el poder.

Primera época.- Consistencia orgánica y doctrina. Con esta clarísima concepción de la ruta a seguir, y dirigidos por Manuel Gómez Morín y Roberto Cossío y Cossío en lo organizativo y por Rafael Preciado Hernández, Efraín González Luna y Miguel Estrada Iturbide en la confección del ideario, aquellos mexicanos iniciaron lo que se llamó el primer partido independiente, de asociación libre de ciudadanos y con definición doctrinaria a partir del reconocimiento de la dignidad de la persona humana, de la irrenunciable prioridad del interés general sobre el particular y de la indeclinable convicción del sentido de la política como actividad de servicio y no de beneficio personal. Tales posiciones chocaban con la deformación del concepto de partido político que, desde su origen y en su evolución, había caracterizado al partido de Plutarco Elías Calles negando la pluralidad y propiciando la hegemonía totalitaria.

Los visionarios maestros universitarios fundadores de la organización innovadora del PAN, que llamaba más a la responsabilidad ciudadana que a la tradicional resignación pasiva que le inducían los esquemas oficiales, consiguieron, durante décadas, cumplir con ese objetivo porque Acción Nacional fue adquiriendo un prestigio y una fuerza moral que, sin duda, condicionaban ya, en su desempeño como oposición real, las grandes decisiones gubernamentales, a la vez que desarrollaban aceleradamente una conciencia ciudadana clara de la posibilidad de un cambio pacífico y verdaderamente democrático en el origen y ejercicio del poder.

Acción Nacional resguardaba con celo su esfuerzo por mantener sus postulados doctrinales éticos, como el deber ser en política y el respeto al derecho pleno de sus militantes a participar y tomar las decisiones fundamentales en la aprobación de plataformas políticas y en la selección de candidatos a cargos públicos, sin descuidar la línea y tónica de las relaciones del partido con las autoridades establecidas. La misma importancia se le dio a la absoluta independencia del partido respecto de otras agrupaciones y movimientos políticos a nivel internacional –analizando escrupulosamente tanto sus vínculos como su participación en actos promovidos por éstos–, así como en relación con el partido oficial, que era patrocinado y mantenido, por el poder en turno, con recursos públicos.

El ideario y la concepción política del PAN lo obligaban a rechazar cualquier afán de lucro o beneficio personal para garantizar una militancia que actuara en libertad y con afinidad de propósitos e ideales. Reprobaba el mecanismo en boga mediante el cual agrupaciones sindicales, por la vía del acarreo y las compensaciones económicas, apuntalaban el sistema corporativo priista, al punto de llegar a condicionar el derecho al trabajo por la adhesión incondicional partidista.

Segunda época.- Confirmación de postulados en el tiempo. Se postulaba inclusive la independencia del PAN respecto de la Iglesia católica. No obstante que la mayoría de los militantes panistas profesaban la religión católica y muchos provenían de movimientos sociales con esa inspiración, lo cierto es que el PAN fue celoso en guardar distancia de la jerarquía eclesiástica, la que a su vez no mostraba ningún interés en relacionarse con un partido apenas naciente y numéricamente no significativo, cuando las relaciones convencionales con el poder en turno le permitían obtener no pocos beneficios y satisfacciones.

Es cierto que no pocos documentos pastorales, como la Encíclica Rerum Novarum y la carta pastoral Cuadragesimo Anno, aportaron tesis de avanzada a la propuesta panista, como la reforma democrática de estructuras; la plena vigencia del estado de derecho; la erradicación de la impunidad; la exigencia de justicia social; la redistribución del ingreso; la democracia sindical; la copropiedad, cogestión y participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas, etcétera. Pero esto no impidió que se reiterara la inalterable necesidad de la separación de la Iglesia y del Estado. El Concilio Vaticano II de los años sesenta confirmó la validez de esta tesis con el aggiornamento, que no sólo reconoce el derecho ciudadano a la pluralidad política, sino también el derecho humano a la libertad religiosa.

Tercera época.– Crecimiento y límites. Tras revisar todo ese acervo y hacer un recuento de las primeras cinco décadas de vida de Acción Nacional, con un sostenido crecimiento y afianzamiento electoral y político, uno no puede dejar de preguntarse qué ha pasado en los últimos años, cuando la dinámica y tendencia partidistas se trastocan al grado de que el PAN pierde contacto con su origen y sentido para desembocar en un aparente triunfo al llegar a la Presidencia de la República, al mismo tiempo que se produce el más estrepitoso fracaso en la realización o materialización de su ideario y, peor, incurre en la aun más grave responsabilidad de haber hecho que se desplomara la esperanza en un cambio democrático hacia el progreso general de la nación, y que se produjera uno de los retrocesos más dolorosos de nuestra vida pública en los ámbitos moral, social, político y económico.

Cuarta época.– Sucesos externos. Las causas de este trágico desenlace pueden ubicarse hacia 1982, cuando José López Portillo nacionalizó el sistema bancario sin la anuencia de los grupos empresariales que tradicionalmente participaban –aunque lo hacían en “lo oscurito”– en las decisiones económicas más importantes del Ejecutivo. Desde entonces, estos grupos de poder fáctico se sintieron rechazados y empezaron a adoptar posiciones revanchistas contra el gobierno. Su primera inclinación fue crear un partido propio que, a través de Coparmex y de Concanaco, se financió y promovió con el nombre de Desarrollo Humano Integral, A.C. (DHIAC), organización de derecha que se había venido consolidando con la integración de exmiembros del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), de la Asociación Nacional Cívica Femenina (Ancifem), de El Yunque del Bajío y otras organizaciones similares. Al no lograr el registro electoral como partido en la entonces Comisión Federal Electoral, ellos optaron por infiltrar al Partido Acción Nacional. Esto fue favorecido por el hecho de que el PAN actuaba con una amplia apertura democrática, de manera que esos grupos fueron apropiándose gradualmente del partido, primero en los ámbitos municipal y estatal, y luego a nivel nacional.

En el proceso de trastrocamiento de los principios, el año de 1987 fue crucial: Luis H. Álvarez logró reelegirse en la jefatura nacional del partido mediante un fraude electoral interno que se consumó cuando, después de tres votaciones en el Consejo Nacional, no alcanzaba las dos terceras partes de votos que exigían los estatutos –lo que obligaba a una nueva convocatoria del Consejo– y, mediante una maniobra, se decidió realizar una cuarta votación que le dio el triunfo apretado pero definitivo. No pocos consideraron que se trató de un grave acuerdo antidemocrático que no sólo abrió la compuerta para entregar el partido a su nuevo cauce de línea derechista, sino que condujo también a la aprobación de los subsidios económicos gubernamentales que el PAN había rechazado persistentemente para salvaguardar su autonomía e independencia.

Quinta época.– Franca infiltración. El plan de infiltración se afianzaba para lanzar un candidato presidencial con el nuevo perfil empresarial, y ese fue Maquío Clouthier. Su plataforma enterró lo más que pudo los antecedentes de propuestas con demandas sociales. En el neopanismo se trataba –como causa principal– de revertir la nacionalización de los bancos a favor de los bolsistas de nuevo cuño para su futura extranjerización. El flujo de dineros de desconocida procedencia generó una tesorería paralela que hizo desaparecer gradualmente las fuentes de financiamiento anteriores, consistentes en cuotas modestas y en un eficiente sistema de recaudación horizontal atomizada a través de rifas mensuales de automóviles en todo el territorio nacional que tenía a su cargo Alfonso Ituarte en la coordinación nacional. Entonces irrumpieron en el partido jóvenes ejecutivos y agentes de enlaces empresariales con jugosos sueldos y grandes expectativas de cargos públicos. Ya en la contienda de 1988 el neopanismo ganó perdiendo las elecciones.

El acuerdo de Luis H. Álvarez y su equipo con Carlos Salinas de Gortari, renunciando a la tradición panista de exigir respeto al voto y comprometiéndose a incinerar las boletas que podían probar la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas, fue el inicio de la sumisión del PAN a la línea neoliberal salinista que tendría posteriormente, entre otros, los siguientes resultados: el ingreso al TLC; la privatización del ejido; la reprivatización bancaria; la reforma electoral acotada; la programación de privatizaciones sectoriales como ferrocarriles, aeropuertos, etcétera, y la modificación del artículo 82 para que hijos de extranjeros pudieran aspirar a la Presidencia de la República (con dedicatoria a Fox). De entrada, estaba en juego el probable reconocimiento del triunfo del PAN en Baja California si las condiciones lo facilitaban, entre otros aspectos documentados por Martha Anaya en su libro 1988: El año en que calló el sistema.

De allí en adelante la corrupción imperó en el seno del partido de oposición y cualquier viso de democracia quedó sepultado en las concertacesiones, incluyendo el hecho de que el PAN transó con el nombramiento del gobernador interino de Guanajuato, al margen de cualquier respeto al voto público, su propósito de origen.

Sexta época.– Debacle y pérdida del ideario. En el trasfondo ideológico del nacimiento del neopanismo, impulsado por la hiperactividad empresarial para participar en el frente electoral cobrando la factura al PRI por la nacionalización de la banca, se hallaba también la moda política internacional de derecha representada por Pinochet, Reagan, Margaret Thatcher, etcétera, que alentaba a muchos mexicanos de la esfera empresarial a implicarse en la política para alcanzar a los países que llevaban la delantera.

Fue determinante en esa época el efecto alucinante que causaban los cursos impartidos en las cámaras y asociaciones patronales, donde Luis Pazos repetía hasta la saciedad su “genial” descubrimiento: las causas del atraso nacional estaban en la limitación que la Constitución imponía al libre mercado, por lo que acuñó y popularizó la expresión del “Estado obeso” que, según él, engullía los recursos hasta paralizar la economía. (No está de más recordar que ahora Luis Pazos es enriquecido parásito de ese mismo Estado, hoy atrofiado por la ineptitud de sus operadores.)

También confirmó esa mentalidad política empresarial activa la simplificación al absurdo del concepto de democracia, que era publicitada por Enrique Krauze y el grupo Televisa cautivando a quienes, como él, la buscaban “sin adjetivos”, es decir, limitándola a invertir recursos y tener creatividad mercadotécnica para ganar una elección y llegar sin otro compromiso al poder. (No está de más recordar que Fox fue uno de sus más destacados seguidores.)

El hartazgo del PRI y las recetas de Pazos y de Krauze hicieron posible la decisión de cooptar al PAN para dirigirlo hacia esos dos propósitos: a) democracia electoral sin contenido, y b) libre mercado a ultranza. Con estos enunciados –que armaron ideológicamente a Vicente Fox– se emprendió la lucha para ganar el poder. El fin justificaba los medios. Había que llegar, aunque en el camino se arrastraran los principios, la independencia, la dignidad y a la patria misma.

Lo lograron. Ya están donde Pazos y Krauze querían, ¿y…?

A siete décadas de la fundación del PAN, lo único que podemos decir (y lamentar incluso) es que el partido original junto con la doctrina idealista de sus fundadores está bien muerto, muerto a manos de los corruptos tránsfugas del antiguo régimen que se le metieron y a los cuales abrazó y de los quinta columnistas de la ultraderecha conservadora de México que lo infiltraron para convertirlo en su arma más poderosa para extender su poderío clandestino inclusive fuera de México, siguiendo al pie de la letra las enseñanzas secretas impartidas en sociedades encubiertas de las cuales la Organización Nacional del Yunque y su promotora tras bambalinas la peligrosa sociedad neo-fascista Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara de México son el ejemplo a seguir por quienes están llevando a México al despeñadero como Hitler lo hizo con Alemania en la década de los treinta del siglo pasado.