viernes, 18 de mayo de 2012

Sobre el Jueves de Corpus, 1971 - Parte 1

Con motivo de la proximidad de un aniversario trágico que quedó grabado indeleblemente en la memoria del pueblo de México, se ha elaborado este trabajo especial dividido en dos partes en el cual se ha incluído información que no había estado disponible previamente en ninguna parte en Internet, recurriéndose a las fuentes originales más fidedignas y confiables que se puedan encontrar, con la finalidad de que la presentación de este trabajo pueda ayudar a muchos mexicanos de hoy a comprender con mayor exactitud qué fue lo que sucedió en aquél año infausto cuyo aniversario está próximo a conmemorarse. Aquellos que fueron testigos presenciales de primera mano de los hechos que aquí se relatan sin duda alguna revivirán al menos parte de la pesadilla que vivieron, lo cual sumado a la nueva información que aquí se libera los ayudará a poner en una mejor perspectiva la lógica que hubo detrás de tanta locura.

El próximo 10 de junio del 2012, cuando se llevará a cabo el segundo debate entre los aspirantes a ocupar la Presidencia de México en el período 2012-2018, también se cumplirá el 41avo aniversario de una terrible masacre llevada a cabo en contra de jóvenes desarmados que tomaban parte en una manifestación pacífica. Se trata de algo ocurrido tres años después del genocidio perpetrado por un Ejército mexicano que “se cubrió de gloria” asesinado a la juventud de México.

Se ha descrito ya en otro trabajo cómo la terrible matanza que tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre del 1968 fué de principio a fin un genocidio instigado “en contra de los comunistas subversivos” (término despectivo utilizado por la derecha radical de México para referirse a los estudiantes de las preparatorias y de la UNAM así como del Instituto Politécnico de la Ciudad de México) no desde la misma Ciudad de México sino desde el Estado de Jalisco, alentada y propiciada por gente siniestra de mentalidad extremista ultraconservadora, y lograda gracias a la infiltración de los estratos superiores del gobierno federal con caballos de Troya que esta gente había logrado incrustar como parte de sus primeros triunfos de lo que era y sigue siendo un complot contra México en toda la extensión de la palabra. Lo sucedido en Tlatelolco no fue el fin sino apenas el principio de lo que con el paso del tiempo vendría siendo conocido como la guerra sucia que cobraría muchos miles de muertos adicionales.

Después de la sangrienta carnicería llevada a cabo en Tlatelolco, parte del operativo siniestro de “limpieza de elementos subversivos” llevado a cabo en todo México lo fue otra masacre la cual, para variar, no recurrió al uso del Ejército mexicano que tan desprestigiado y tan repudiado quedó a causa de lo ocurrido en Tlatelolco. Se trata de otra carnicería en gran escala que tuvo lugar un Jueves de Corpus el 10 de junio de 1971, razón por la cual está asociada históricamente a dicho nombre. Para poder llevarla a cabo, se utilizaron comandos paramilitares entrenados al estilo Nazi de las Tropas de Asalto, imbecilizadas ideológicamente y entrenadas para matar sin piedad ni misericordia a todo lo que tuvieran frente a ellos al dárseles la orden para matar.

Es necesario dejar una cosa en claro: lo ocurrido aquél Jueves de Corpus, al igual que lo ocurrido en Tlatelolco en 1968, no fue algo improvisado planificado con unas cuantas horas o con unos cuantos días de anticipación, ni siquiera semanas. Se trata de algo cuya preparación y planificación tomó más de un año, y de hecho los primeros esbozos para la conformación de estos comandos paramilitares ya se había dado cuando la sangre derramada en Tlatelolco estaba aún fresca, desde la selección cuidadosa de los matones que formarían parte de esas criminales fuerzas de choque conocidas como los Halcones hasta la selección del lugar y el día en el que atacarían a sangre fría con órdenes de matar. Y como en 1968, aunque en la cima del gobierno federal había varios involucrados de alto nivel, empezando por el mismo Presidente Luis Echeverría Álvarez, el ímpetu principal venía de fuera con propaganda de corte ultraderechista promocionada en grandes volúmenes desde la ciudad de Guadalajara que en forma sumamente alarmista advertía sobre un inminente colapso total del gobierno de México a manos de la ficticia fantasía acerca de una “gran conspiración judía masónica comunista” para el dominio del planeta. Para este entonces, la Organización Nacional del Yunque empezaba a tomar forma en varias partes de México, había dejado de ser un proyecto esbozado en un pizarrón. La conspiración nacional empezaba a consolidarse.

Resulta provechoso y fidedigno repasar lo sucedido en aquél entonces consultando no las fuentes actuales sino los reportajes que se dieron inmediatamente después de que se consumó la brutal masacre del Jueves de Corpus, cuando los hechos estaban todavía bastante frescos en las mentes de quienes estuvieron cerca del lugar de los acontecimientos o pudieron intercambiar información con testigos presenciales de lo sucedido. Por ello, recurriremos a un suplemento interior especial publicado en la revista Siempre! a los pocos días de que fue consumada la matanza. La primera fuente histórica que se reproducirá aquí es un reportaje elaborado por quien con el paso del tiempo sería uno de los editorialistas más conocidos tanto dentro como fuera de México: Sergio Sarmiento. El trabajo apareció publicado en la página III del suplemento interno especial de la revista Siempre!, y se dará la fecha que dicho editorialista puso a su artículo.

TRAIAN EFIGIES DEL CHE
Sergio Sarmiento
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971

En el momento de escribir esta nota, aún no se ha logrado esclarecer completamente los hechos que ocurrieron la tarde del 10 de junio. La prensa ha publicado ya la historia, y en los círculos oficiales se han hecho declaraciones en el sentido de que todo fue un pleito entre estudiantes. Mientras tanto, en las escuelas, la gente que asistió a la manifestación cuenta otras cosas y da más detalles. En la prensa se ha hecho constar la existencia de: 4, 6 o 10 muertos; mientras que en los medios estudiantiles las cifras van desde 50 y 80 hasta 120. Respecto a los autores de la agresión, los Halcones, también existen diferentes versiones; el regente de la ciudad de México, Alfonso Martínez Domínguez:





negó la existencia de un grupo llamado así; en las escuelas, por otra parte, se afirma la realidad de ese grupo y se dice que no es más que un cuerpo de policía especial, o que es un ejército particular pagado por gente del mismo gobierno.

He decidido dejar la palabra a quienes se encontraban en el lugar momento de los hechos:

“Los Halcones llegaron en camiones de color gris, muy parecidos a los que utiliza el cuerpo de granaderos. Yo vi siete de ellos que tenían las placas tapadas, pero había uno al que le pude observar la placa, era la número AB-84; también venían unos camiones de turismo con vidrios obscuro, a los cuales les abrían camino unos agentes de tránsito”.





“Cuando la refriega ya se había generalizado pasaban unas ambulancias que se lanzaban contra los manifestantes, anoté sus números: eran la 17 y la 19 de la Cruz Verde”.

“... Y entonces vi la ambulancia número 72; adentro no iban médicos sino que iban unos Halcones que estaban golpeando a alguien”.

“... Ya habíamos logrado salir, cuando vimos que una ambulancia se detenía cerca, y que se bajaban de allí dos Halcones para perseguir a un muchacho, al cual agarraron y metieron dentro de la ambulancia; nosotros éramos cinco, y corrimos a tratar de rescatarlo, sin embargo, la ambulancia arrancó antes de que pudiéramos hacer algo”.

“Los Halcones salieron por las calles laterales, atravesando las filas de granaderos que se encontraban allí; al principio creímos que era un grupo que se venía a unir a la manifestación; traían efigies del “Ché” Guevara” y gritaban cosas como ¡Libertad a los presos políticos! y ¡Viva la Universidad!; nosotros abrimos un poco las filas a fin de que ellos se integraran. Cuando vimos que se acercaban corriendo sin detenerse, algunos se fueron dando cuenta de la realidad y comenzaron a huír, pero ya era demasiado tarde, no pudimos evitar que nos golpearan”.

“...Los de la Prepa “Pop” (Preparatoria Popular) les hicieron frente al principio, cuando todavía no habían comenzado los disparos; y a pesar de que los Halcones estaban armados de palos, no les estaba yendo tan mal a los de la Prepa; durante un momento rechazaron a los Halcones, pero éstos se fueron a refugiar detrás de las filas de los granaderos, quienes los protegieron mientras se reorganizaban para volver al ataque”.

“...Los Halcones traían en las bolsas traseras macanas de policía”.

“...No mano; esos tipos estaban muy bien entrenados; usaban tácticas guerrilleras; todo estaba planeado perfectamente... Dividieron la manifestación en tres para hacer más fácil el ataque”.

“Esos tipos estaban locos o drogados; se lanzaron a la carga de una manera suicida mientras que gritaban “Halcoooones” o “Moreeelos”. Los de Economía les bajaron una pancarta a manera de lanza, y los Halcones no se detuvieron; se iban directamente a los palos de madera en que estaba sostenida la pancarta”.







“...Mira; yo conozco a uno de ellos, se llama Luis Téllez Delgado y su padre es agente de la judicial... ¿Y sabes lo que una vez me dijo?: Necesito trabajar, por eso entré en Los Halcones”.

“Yo había entrado el edificio de la Normal y ahí se encontraban prisioneros dos Halcones; yo estaba muy enojado y le dí un golpe a uno de ellos... Después de un rato logramos que confesaran quién les daba dinero; nos dijeron que era Martínez Domínguez”.

“Los Halcones nos golpearon con unos bastones eléctricos que daban toques y arrancaban la piel...”.

“...Llegaban al Leñero (Los Halcones) para rematar a su propia gente a fin de que no pudieran hablar, así como también para ultimar a los estudiantes que estaban siendo atendidos ahí... Cuando salieron los ví buscar a una persona en un café cercano, le dispararon y huyeron”.

“...Comenzaron a llegar heridos a la Cruz Verde; era espantoso, había heridos por bala y por golpes y algunos tenían unas quemaduras horribles que luego supe que habían sido hechas con palos eléctricos...”.

“Era como el cuarto para las seis, y ya los Halcones tenían dominado el asunto. Yo estaba escondido y los oía gritar cosas como: Traidores... Hijos de perra... Traidores a la patria... Cobardes...”.

“Cuando los ví llegar creí que eran gente de la Prepa “Pop”, por lo que permanecí tranquilo y hasta el momento en el que me comenzaron a golpear me desengañé. Yo corría tratando de escapar, pero a cada paso que daba recibía golpes; esto duró hasta que me desmayé en la calle. Una señora me ayudó después y me escondió en su casa; así me salvé de que me remataran de un balazo. Subí a la azotea y desde ahí vi todo; fue horrible. Había dos chavos con ametralladoras en la Calzada de los Maestros, que disparaban a la gente...”.

“Nosotros llegamos tarde a la manifestación, y ya no pudimos entrar. Había con nosotros aproximadamente mil personas, un poco más adelante del cine Cosmos. Cuando el relajo comenzó, pensamos en que las gentes que nos encontrábamos ahí podíamos ir caminando por la ruta que tenía planeada la manifestación, y tal vez con eso lograríamos que se dividieran las fuerzas represivas; sin embargo un poco después nos disolvió un grupo de granaderos con gases y palos eléctricos. Te fijas, tanto los Halcones como los granaderos traían de estos palos eléctricos”.

Desde un principio, los granaderos supuestamente puestos ahí para “cuidar el orden” actuaron como protectores de los Halcones. De entre ellos salieron los Halcones a llevar a cabo la masacre, y si las cosas se ponían malas los granaderos tomaban cartas en el asunto para proteger a los Halcones. Esas eran las órdenes.

Prácticamente todos aquellos jóvenes que fueron secuestrados en ambulancias oficiales no fueron vistos nunca más, pasaron a engrosar una lista creciente de desaparecidos. Todos los desaparecidos fueron sometidos a tormentos brutales en cuartos especiales de interrogatorio hasta que sus sádicos verdugos terminaron matándolos, literalmente hablando, de dolor.

Como quedó asentado en el anterior trabajo, el Regente de la Ciudad de México, Alfonso Martínez Domínguez, negó la existencia de un grupo llamado Halcones, al igual que hoy funcionarios de alto rango como el Gobernador ultraderechista del Estado de Jalisco, Emilio González Márquez, niegan la existencia de la Organización Nacional del Yunque y la sociedad secreta antisemita neofascista Tecos que opera desde dentro de la Universidad Autónoma de Guadalajara; al igual que hoy los más prominentes panistas niegan que dentro del Partido Acción Nacional haya radicales de derecha que forman parte de algunas de las sociedades secretas de extrema derecha como el Yunque; al igual que hoy los principales funcionarios de la Universidad Autónoma de Guadalajara niegan insistentemente ante la prensa la existencia de una sociedad secreta en su seno llamada los Tecos que fue fundada al poco tiempo de que dicha universidad abrió sus puertas y entró en operaciones, al igual que los Tecos que niegan ser Tecos cuando se les pregunta directamente cara a cara si pertenecen a la terrible sociedad secreta de Guadalajara. Todo este patrón de negación sigue un mismo modo de conducta, la del mentiroso patológico que sabe muy bien que está mintiendo pero que de cualquier manera lo sigue haciendo para ocultar algo que a cualquier ciudadano honesto le avergonzaría hasta la médula.

Como corolario a su importante colaboración en todo lo que tuvo que ver con la terrible masacre llevada a cabo en junio de 1971, el genocida Alfonso Martínez Domínguez no solo no fue castigado, sino que inclusive fue PREMIADO dándosele la gubernatura del Estado de Nuevo León con plena garantía de impunidad. Es irrelevante el hecho de que Martínez Domínguez haya muerto tranquilamente rodeado de lujos y comodidades, ya que si aún estuviera hoy con vida de cualquier modo el ultraderechizado Partido Acción Nacional desde el poder federal le habría extendido a Alfonso Martínez Domínguez un manto protector de impunidad en agradecimiento a su papel en “el combate a la conspiración comunista internacional” que acorde con la propaganda nazi-fascista que circulaba libremente por México en aquél entonces con plena autorización y consentimiento del gobierno en turno tenía que ser interpretada en voz baja en los altos círculos gubernamentales como la estrafalaria fantasía conspiratoria de “la gran conspiración judía masónica comunista”. Se puede afirmar esto categóricamente sin duda alguna ya que hay otros culpables de la masacre -tanto autores materiales como autores intelectuales- que están aún con vida el día de hoy y que siguen disfrutando tranquilamente de la más absoluta impunidad que primero les dió el Presidente de México Vicente Fox y posteriormente les ha dado también desde la Presidencia de la República Felipe Calderón.

En el suplemento especial interior del mismo medio, en la página IV, inmediatamente después del trabajo elaborado por Sergio Sarmiento, apareció publicado otro artículo que habla acerca del mismo tema y que será reproducido íntegramente a continuación:

LA FIESTA DE LAS BALAS
Manuel Jiménez R.
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971





La tarde estaba muy padre aunque hacía calor en el Metro (en el cual decidimos ir para evitar “complicaciones” de todo tipo). Se nos hizo insoportable el calor incluso después, al bajarnos, mientras esperábamos a una compañera. Tanto es así que como no llegaba corrimos a una lonchería cercana y nos tomamos una cocacola. Por la parte donde nosotros llegamos nunca vimos el despliegue de fuerzas policiacas. Si acaso cinco policías a la salida del Metro, en vez de uno o dos habituales. Para esto eran las 4 y 20 y nuestra amiga no llegaba, así que decidimos ir a donde se empezaban a formar las escuelas. Nos pareció que no estaba muy organizado y que había poquísima gente. La juventud casi excesiva de muchísimos contingentes me sorprendió: eran adolescentes y casi casi niños; algunos ¡llevaban tortas! Había prepas, vocacionales, y alumnos de los nuevos colegios de Ciencias y Humanidades; algunos de ellos saludaron con mucho cariño a un compañero mío y le dijeron con orgullo (por la presencia de ambos): “ya ve, maestro, aquí estamos”, y mostraron sus banderolas rojas que ellos mismos habían hecho, de las cuales les pedía que me regalaran una. Una muchacha pasó con un walkie talkie y decía: el orden de los contingentes es el siguiente: No. 1, Economía de la Universidad; No. 2, Ciencias Biológicas del Poli, etc., etc. Resulta que mi escuela quedaba muy atrás. Recorrimos los contingentes ya alineados, pero cuando mucho eran ocho. Mientras, nos dedicamos a observar. Lo que me sorprendió ahora era que la onda en pleno estaba aquí. Al menos en apariencia, la mayoría era de mucha onda: pelos muy largos, vestimenta muy moderna, gente muy bella, muy bella en el sentido no sólo exterior, proyectaban algo, entre otras cosas, como un gran sentido de la solidaridad. De pronto (porque observando a la gente se me fue el tiempo) dijeron que ya iba a empezar la manifestación y corrimos a la primera columna para ir viendo pasar los contingentes y sumarnos cuando pasara nuestra escuela. En eso vimos a una de nuestras maestras y a otros compañeros. Nos subimos a la banqueta y empezaron a desfilar los contingentes, aunque ya casi dudábamos de que viniera nuestra escuela, aunque el contingente era reducido. Al frente, cargando la manta que identificaba la escuela, venían cuatro muchachas, dos de ellas muy amigas nuestras, y aunque nos ofrecimos a sustituírlas ellas iban muy orgullosas de ir al frente y se negaron rotundamente. Al empezar la caminata fue más insoportable el calor. Por eso y para poder maniobrar mejor, nos amarramos a la cintura los suéteres que, ahora era tan evidente, llevábamos inútilmente. El grupo comenzó a cantar La internacional pero la verdad era que muy pocos se sabían la letra y nos oíamos muy desafinados. Habríamos avanzado como una cuadra o cuadra y media cuando la amiga que habíamos esperado se desprendió del público y se nos sumó explicándonos las razones por las que había llegado tarde. Para esto, en el transcurso alguien nos había dado algunos volantes, uno de ellos explicaba las medidas que se debían de tomar en caso de agresión (todas inútiles por supuesto), entre otras no llevar agendas. Le dí uno de estos volantes a mi amiga. Creo que llevábamos dos cuadras o algo así cuando, al pasar por una bocacalle, vimos un grupo muy numeroso de policías con escudo, casco y, en fin, todo su equipo nuevo. Adelante de ellos estaban Los Halcones. Se soltaron corriendo como endemoniados, como una tropa de asalto nazi. Llevaban garrotes, pistolas, cuchillos, algo así como hachas y cosas por el estilo.





Me parece como que silbaban, pero no estoy seguro porque todo fue tan instantáneo. Todos corrimos como locos. A veces volteaba viendo cómo golpeaban despiadadamente a los que habían quedado atrás. Era la cosa más salvaje que he visto en mi vida. No podía ni pensar y el terror me hacía correr más porque ya Los Halcones golpeaban despiadadamente a los que sólo habían estado presenciando la manifestación. Casi simultáneamente empezaron a oírse silbar las balas. Por todos lados otros Halcones nos disparaban. Unos compañeros gritaban “México Libertad” y otros “no corran, no se asusten, son balas de salva”. A los que caían les empezaba a salir sangre. No podía pensar, sólo me dominaba un terror animal. Donde intentábamos meternos nos cerraban las puertas o nos bajaban las cortinas de metal. Los amigos que iban junto a mí se me perdieron, pero casi al llegar al Metro, donde intentamos entrar y también estaba cerrado, los encontré. Un amigo y yo abrazamos a nuestras amigas, las muchachas que habían llevado la manta, intentando protegerlas al cruzar la bocacalle. Eso fue espantoso. La balacera continuaba y se notaba que también en las avenidas o calles principales paralelas disparaban y hasta más fuerte. A pesar de tantos ruidos (como los de un helicóptero) se distinguía claramente que unas veces eran descargas de pistolas y otras de metralletas. Al cruzar otra bocacalle se nos perdieron otra vez varios amigos y como que hubo una tregua de segundos. En esta tregua unos amigos corrieron hacia la avenida (donde se oía era todavía más fuerte la balacera). Nosotros no lo hicimos así. Seguimos por la misma calle por donde veníamos y en eso, no sé cómo, ya íbamos detrás de quienes llevaban a un muchacho herido. En la vida se me olvidará: llevaba una camisa de rayitas blancas y azules, era fornido como de veinte años y sangraba abundantemente por la espalda, por un costado. En eso un grupo numeroso vino corriendo (replegándose) en sentido contrario a nosotros: los venían persiguiendo y les disparaban con metralletas. No sé ni cómo nos metimos a un edificio. Creo que después de que entramos nosotros cerraron la puerta. Los del herido suplicaban en todos los departamentos que los dejaran entrar, pero nadie les abría. Nosotros subimos como locos hasta el último piso, pero las muchachas no quisieron ir a la azotea (y tenían razón). Afuera seguía el herido, desangrándose. Por fin les abrieron en un departamento. La balacera arreciaba. Una viejecita abrió su puerta, le suplicamos que nos dejara entrar, y casi la tiramos al hacerlo. Tiene como 95 años y estaba muy asustada. Tratábamos de calmarla y ella también a nosotros. Decía: “si los encuentran aquí me van a hacer algo”. Nosotros le decíamos que no, que diríamos que la habíamos obligado a abrirnos. Primero estuvimos tirados en la sala. Ni hablábamos. Luego una de las muchachas dijo: “de puro churro aquí hay teléfono”. Con eso como que nos sentíamos más aliviados. Estábamos enfrente y arriba de donde habían metido al muchacho herido y oímos que gritaban: “¡Un doctor, un doctor!”. Luego que ya entraba una doctora (más tarde oímos que gritaron: “ya se murió”). Se oía cómo que en los cubos del edificio había gente: tal vez se habían quedado ahí porque nadie les quiso abrir. La balacera no cesaba, nunca cesó completamente hasta las 8 y media o nueve. Cada vez nos sentíamos más asustados. La viejita dijo que mejor nos metiéramos al baño, éste estaba más escondido. En ese momento nos dimos cuenta de algo absurdo. Todos traíamos apretujados en la mano los dos o tres volantes que nos habían dado. No me explico cómo es posible que no los hubiéramos soltado en medio de tantas cosas. Los queríamos meter debajo de los muebles, los rompimos e hicimos eso. En el baño le preguntamos al chavo que estaba con nosotros que cómo se llamaba y de qué escuela era. Su nombre: Francisco, primer año de economía. Edad: 19 años. Le dimos nuestros nombres y nuestra escuela. La balacera seguía y seguía. Estábamos todos, hasta la viejita, tirados en el baño. A veces ya no aguantábamos más y nos tapábamos los oídos para no oír. Otras veces nos deslizábamos en el suelo y hablábamos por teléfono a nuestros familiares para tranquilizarlos, pero advirtiéndoles que quién sabe cuándo llegaríamos a nuestras casas. La viejita ni siquiera sabía darnos bien la dirección de donde estábamos, ni tampoco el número del teléfono. Entonces nos dimos cuenta de varias cosas: lo peor no había pasado, lo peor sería cuando empezaran a catear. ¿Cómo íbamos a salir? Más que nuestra ropa, nuestro pelo, nuestra juventud todo nos confería y acentuaba nuestra identidad de estudiantes, que nos “traicionaría” inmediatamente ante cualquier fuerza represiva. Nuestra identidad era más que obvia, no la podíamos disimular, aunque quisieramos, e incluso creo que por estar aquí y en estas circunstancias a pesar de todo estábamos más orgullosos de ella. Ya eran como las 7 cuando tocaron fuertemente la puerta. Nos dijimos: ¡ya ni modo!, y lo más estúpido es que hemos estado aquí horas y ni siquiera le hemos dado nuestro teléfono a la viejita para que hable a nuestras casas cuando nos lleven. Apresuradamente los escribimos en el papel de una cajetilla de cerillos, a ciegas. Ya estaba casi completamente oscuro y claro que no prendíamos la luz. Toda la luz era la de una veladora que había prendido la viejita. No nos atrevíamos ni a movernos, pero resultó que eran las nietas de la señora que habían salido de la normal. Nunca nos explicaron bien cómo las sacaron en medio de la balacera y corrieron a casa de su abuelita (más tarde llegó también la mamá, nos dió otro susto mayúsculo y nos dijo que los Halcones le disparaban a toda la gente en la calle). Cada rato golpeaban la puerta del zaguán y en una de esas oímos unos gritos terribles que preguntaban si había heridos para sacarlos. No oíamos si los sacaron o no, porque nadie respondió. Tratábamos de platicar otras cosas para ya no sentir tanto terror, pero inconscientemente sólo nos acordábamos de Tlatelolco y pensábamos: si nos sacan de aquí, aquí mismo en la puerta nos matan a lo estúpido. Nos parecía increíble que ahora seguíamos oyendo las balas, el ruido de un helicóptero, las sirenas de las ambulancias, sintiéramos más terror que cuando habíamos estado en la calle. Además, pensábamos en todos nuestros compañeros y amigos. ¿Dónde estarían? ¿Qué les pasaría? ¿Saldrían vivos? ¿Habrían logrado escapar? Como a las diez ya oíamos ruidos más normales: se oían pasar carros pero no sabíamos si eran particulares o qué. Sin embargo, parecía que volvía la tranquilidad. Como a las once volvieron a tocar. Era voz de hombre y el susto fue tremendo porque ahora ya ni estábamos en el baño. Luego inmediatamente reconocimos la voz: era el esposo de una de las muchachas, nos habían localizado en un mapa y fueron a ver hasta dónde podían llegar. Nuestra calle no estaba cercada. Cuando salimos vimos que habíamos quedado a menos de media cuadra de un cerco formado por soldados.






Puesto que la manifestación estudiantil había sido anunciada con varios días de anticipación, se dá por hecho que todos los funcionarios de primer nivel del gobierno de la Ciudad de México estaban en sus oficinas en grado de alerta máxima. Apenas empezada la masacre, el primero en enterarse de lo que estaba sucediendo debió ser necesariamente el Regente Alfonso Martínez Domínguez, bastaba una llamada telefónica para enterarlo en cuestión de minutos de los hechos. Y sin embargo, se quedó cruzado de brazos. Hoy ya se sabe por qué. Alfonso Martínez Domínguez era uno de los principales involucrados en los operativos para llevar a cabo la masacre. Pero ciertamente no era el único. Había otros, mucho más importantes que él, que tenían metidas sus manos, empezando por el mismo Presidente de la República, Luis Echeverría Alvarez. Pero había otros, mucho más pérfidos e intrigantes, los cuales sin dar la cara estuvieron alentando desde lejos a los funcionarios públicos a llevar a cabo la masacre, usando para ello propaganda de corte fascista que alertaba sobre una supuesta “gran conspiración judía comunista” para derrocar al gobierno de México, propaganda que fue utilizada para asustar y llevar a niveles de histeria anticomunista máxima hasta el mismo Presidente de México. Los manipuladores excelsos, al igual que como lo hicieron con Gustavo Díaz Ordaz, pudieron moldear a su gusto al Presidente Echeverría para incitarlo a tal acción, repitiendo con ello la “hazaña” lograda en Tlatelolco en 1968

Veamos a continuación otro trabajo publicado en el mismo medio, en la página V del suplemento interno especial de la revista Siempre!:

LAS VARAS DE BAMBU
Gerardo de la Torre
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971

Frente a la estación de Buenavista, se hallaban estacionados unos seis camiones de granaderos. Algunos hombres llevaban fusiles lanzagranadas; los más, máusers. Todos estaban equipados con viseras, escudos y petos. Unos metros más adelante, en la avenida Insurgentes, los camiones de pasajeros eran desviados. Si uno deseaba internarse en la colonia Santa María, debía hacerlo a pie. Mucha gente descendía de los camiones, gente joven, estudiantes. Eran aproximadamente las tres y diez de la tarde.

A eso de las tres y media, el cronista pasó por la Alameda de Santa María. Había mucha gente, demasiada gente. ¿Estudiantes? No, no eran estudiantes, no llevaban libros, no tenían el estilo desenfadado y alegre de los estudiantes. Más bien, parecían aburridos; tirados en el pasto, leían historietas, periódicos deportivos, o fumaban. Eran, cuando menos, trescientos. Algunos tenían palos; otros, pequeñas pancartas, que no podían leerse porque estaban de cara al pasto. Alrededor del parque se hallaban varios camiones grises, sin marcas, que después jugarían un papel importante en la represión de los manifestantes. Los camiones de un gris ominoso de los “halcones”; los “halcones” mismos, descansando en el parque antes de cumplir con la misión que se les habían encomendado.

A las cuatro de la tarde, había pocos estudiantes en Santo Tomás, frente a Ciencias Biológicas. Sin embargo, cada vez eran más nutridos los grupos que llegaban. Decenas, centenas, millares. Los contingentes comenzaron a formarse. Economía, Medicina... Por un magnavoz se indicaba el lugar que cada escuela ocuparía en la manifestación. Había optimismo entre los manifestantes: no van a reprimirnos, no lo hicieron en Nuevo León, las cosas están cambiando, todo va a salir muy bien. Más o menos, a las cinco, comenzó la marcha.

Este cronista se adelantó a los manifestantes. Tenía la intención de apostarse en Instituto Técnico, avenida que se encuentra en un nivel más elevado que el área del Casco. Desde allí, sin duda, podría observar a sus anchas el paso de la manifestación. Sin embargo, inexplicablemente, la manifestación dio vuelta en avenida de los Maestros. ¿Quién o quiénes ordenaron ese itinerario? ¿Quién o quiénes colocaron a los manifestantes en la ratonera, en una calle estrecha, cerrada por un costado, que la hacía sumamente vulnerable a cualquier ataque?

El hecho es que la manifestación llegó al punto en que debía ser reprimida. San Cosme, en la desembocadura de Melchor Ocampo e Instituto Técnico. De un camión bajaron unos 50 o 60 tipos. Golpeaban con sus palos y sus varas de bambú el pavimento. Llevaban pancartas con la efigie del Che. Gritaron. ¡Halcoooones! Se lanzaron a la carrera contra el grupo que encabezaba la manifestación. Era la vieja imagen que conocíamos por las películas de pieles rojas. ¡Halcoooones! Aullaban, enarbolaban las varas de bambú, los garrotes, los bates de beisbol, el odio, contra qué, las órdenes. Los granaderos, los carros antimotines, no se movían. Los Halcones actuaban con entera libertad. Corrieron, atacaron, regresaron arrastrando cuerpos que pateaban, herían impunemente. La manifestación comenzó a dispersarse. Después se oyeron los tiros, las ráfagas. No quedaba más que correr. El aire soplaba en sentido contrario a la manifestación. Había polvo, viento, rabia, ganas de correr. Y alguien que hubiera querido hacer una crónica.




El cronista que elaboró el trabajo anterior planteó una interrogante de fondo: ¿quién o quiénes colocaron a los manifestantes en la ratonera, en una calle estrecha, cerrada por un costado, que la hacía sumamente vulnerable a cualquier ataque? Hoy se puede dar la respuesta sin dejar lugar a la duda: los grupos de estudiantes estaban infiltrados en sus estratos superiores por gente enemiga, jóvenes como ellos, pero gente enemiga al fin y al cabo, gente extraordinariamente peligrosa cuyos intereses no tenían absolutamente nada en común con los anhelos de expresión de los manifestantes. Los infiltradores huyeron del lugar en el momento preciso porque ya sabían de antemano lo que iba a ocurrir, ya sabían que estaban llevando a los estudiantes al matadero, a una trampa mortal. Nuevamente, vemos aquí los efectos de una infiltración terrible penetrando en todos los estratos de la sociedad, una arma nueva que ya estaba siendo utilizada exitosamente para infiltrar al Partido Revolucionario Institucional y que tiempo después sería utilizada para infiltrar al Partido Acción Nacional hasta la médula minando ambos partidos desde su mismo interior. Los caballos de Troya eran gente astuta entrenada especialmente para este nuevo tipo de lucha, ocultando sus verdaderas convicciones, escondiendo sus verdaderas asociaciones con movimientos terribles de carácter conspiratorio prohijadas con literatura enajenante que haciéndose pasar por “nacionalista” en realidad tenía muy poco o mejor dicho nada en común con la realidad nacional de México, literatura generada a partir de las cenizas que habían consumido en una pira al Nazismo alemán que muchos creían extinto.

En el suplemento especial interior del mismo medio, en la página VIII, apareció publicado otro artículo que también será reproducido íntegramente a continuación, en el cual se menciona brevemente cómo el principal gángster mafioso de Chicago, el criminal Al Capone, abogaba no sólo por un ambiente sano y moral (podría haber abogado “por una educación con valores morales” como acostumbra hacerlo en su propaganda cierta universidad fascista de Guadalajara), no sólo por una sólida formación religiosa, sino por un duradero orden social en general (como el “Imperio que durará mil años” de Hitler), y el cual por añadidura era “un patriota anticomunista”:

TRES AÑOS DESPUÉS
José Carreño
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971

1. LOS SOBREVIVIENTES
2. EL ULTIMO ESCALON
3. LA LINEA PATRIARCAL

LOS SOBREVIVIENTES.- El jueves 10 de junio un manto de nubes oscureció prematuramente la tarde de la ciudad anunciando la inminencia del verano. Hacia el norte, los pobladores no sintieron esa sensación de alivio y catarsis que pudiera significar la promesa de una lluvia después de tantas jornadas calurosas, sino el sobrecogimiento, la angustia y la inseguridad de la reaparición irrefutable, tangible del terror. Las calles volvieron a quedar desiertas y se pudo oir otra vez el viento que transmitió los tableteos de las ametralladoras, las detonaciones secas de las armas cortas de grueso calibre, el ulular de las cruces y el rugido de tanques y transportes policiacos. Horas en que la tensión, los pasos apresurados, la contracción del vientre, los rostros crispados de los sobrevivientes empezaron a circundar las posibilidades de parentesco, amistad, afinidad de los que yacían inertes, desangrándose en las calles. Por la noche llovió.

El tiempo se anulaba y se sobreponían las estaciones: el verano de 1968 brotaba como si tratara de calcarse sobre el calendario de 1971. Resurgían los ojos descomunalmente abiertos por el odio irracional, arrogante de una parte, y de otra la sensación de impotencia, frustración, rabia y miedo de los que sobreviven las masacres y a las ocupaciones militares: una sociedad dividida.

Si los que eran jóvenes hace tres años tuvieron que precipitar su madurez bajo las balas, en las cárceles o en el destierro sus aulas en manos del ejército, es decir, a costa de asimilar insuperables frustraciones y rencores, los jóvenes de hoy se disponían a reagrupar efectivos entre los que no vivieron la gran represión y también entre los sobrevivientes de ella. Contaban para ello con su indeclinable vocación transformadora y los alentaba la promesa de un año de discursos cargados de promesas de apertura por parte del actual Presidente de la República. Saben, como hay que saberlo, que apertura y transformaciones son imposibles desde las oficinas burocráticas y sin la movilización de los grandes sectores del país. Pero llegó el día del desconcierto. El de las preguntas tan aparentemente tontas como la de quién gobernaba al país, en qué trampa fue a caer. Y también el día de la confirmción de la no vigencia de las leyes ni del significado de las palabras.

___Nuestras leyes no son conocidas por todos,
___son secretos de las minorías aristocráticas
___que nos gobiernan...
___Es de tradición que existen y que se confíen
___a la aristocracia como secreto, pero ya no
___es más que vieja tradición acreditada por
___su antigüedad, y no puede ser otra cosa,
___pues la índole de tales leyes exige también
___el mantener en secreto su existencia

___Franz KAFKA

Hay que estar de acuerdo en que el pliego de demandas que se pretendía respaldar con la manifestación del 10 de junio no era un ejemplo de exposición brillante de las grandes demandas populares. Se puede citar el punto que impugna la reforma educativa antipopular del régimen, cuando, en realidad, el régimen sólo ha anunciado que va a llevar a cabo una reforma educativa, pero ni ha dicho en qué va a consistir ni mucho menos la ha llevado a cabo, por lo que quizás, más bien, habría que demandar que se cumpla la promesa de la reforma anunciada. En otras peticiones hay sin duda un fondo de legitimidad, pero su planteamiento exigiría tal vez mayor precisión y condiciones más adecuadas, como el caso del apoyo a la Universidad de Nuevo León, la situación de cuyos estudiantes, profesores y empleados, los beneficiarios del apoyo, no está esclarecida por lo menos para los habitantes de la ciudad de México. Sin duda, la demanda de la liberación de todos los presos políticos queda como impugnable.

Pero los defectos de estrategia o táctica de un movimiento tienen frecuentemente justificaciones determinantes. En México 1971 no se le puede exigir impecable claridad y eficacia a un movimiento dispersado hace demasiado poco tiempo con la más brutal de las represiones de los últimos años; asediado en su vida diaria por la continua actividad de las fuerzas de choque; infiltrado por agentes enviados por los mismos que están atentos a hacer ver y utilizar las equivocaciones promovidas por ellos, y precipitado posiblemente por aquellos mismos agentes. Así transcurre la sobrevivencia. Es difícil y accidentada.

En estas condiciones, un acto político puede ser un error, una equivocación grave, pero no un acto criminal como pretenden los justificadores de la nueva matanza. En sentido estricto, la manifestación pudo no haber tenido otra bandera que la protesta por la disposición interna de los salones del palacio nacional o alguna todavía de menor peso. Aún concediendo que la injuria hubiese sido un exceso que con base en el artículo constitucional que garantiza la libre manifestación de las ideas diera base a movilizar la fuerza pública, en ningún caso se podría justificar esa modalidad de “ley fuga” que se aplicó contra los manifestantes. Ni la posible equivocación táctica ni la eventual comisión de algún delito menor ofrecen base jurídica o política para desatar los hechos conocidos.

Al regresar los viejos métodos, se pretende, entre otras cosas, revivir las viejas tesis sobre los espasmos sexenales, según las cuales a seis años negros suceden seis blancos, que, cuidado, pueden enrojecerse si se le aplican “presiones injustificadas”. Contra esas concepciones, que implican que el gobernado lo espere todo de arriba, lo bueno y lo malo, pasivamente, se forma de unos años a esta parte una opinión que se propone construír relaciones sociales maduras, un sedimento de pensamiento y acción política independiente, con una dinámica propia, ajena y ¿por qué no? enemiga del viejo paternalismo.

La reacción contra esta corriente ha sido brutal, pero ésta no ha dejado de abrirse paso. Lo que ha conseguido la represión no es más que dividir cada vez más profunda y ampliamente al país entre leales y traidores. El usar jóvenes en la detentación de la violencia nos recuerda al plan de Nixon para “vietnamizar” la guerra utilizando a los nativos contra los nativos. Sólo que en el Sureste Asiático hay una guerra civil y se trata de una intervención armada extranjera.

EL ULTIMO ESCALON.- El estacionamiento de un impresionante comando de jóvenes armados con metralletas, pistolas, fierros y palos, pero desarmados de toda conciencia, educación y status, para atacar a la manifestación desde una calle paralela a la que ocupaba la columna, constituye un punto culminante de la escalada represiva, que aunado a la táctica ya tradicional de infiltrar agentes en la misma columna, se proponía montar la representación de un choque entre estudiantes de posiciones antagónicas.

A cambio de una inútilmente esperada acción de la mayoría silenciosa, dedicada en todas partes a cuestiones más edificantes como sus negocios y a poner a buen custodio su patrimonio material (y moral, claro), se adelantó la acción zombificada, fascistoide de una minoría oculta, a la que Abel Quezada ilustró en días pasados con una suástica movida por hilos de burda manera. La mayoría silenciosa, de cualquier manera, jugó su papel, asimilar con toda la avidez del caso, la desaseada, esperada respuesta que tranquilizara a su buena conciencia. Aquí entraron el jefe del Departamento del DF y el Procurador General de la República. Son choques entre facciones fanatizadas de los mismos estudiantes, a lo que la buena conciencia respondió: entonces los muertos no son tan importantes.

___“Soy un fantasma forjado por millones de mentes”
___AL CAPONE

___“No existen los halcones. Esta es una leyenda”.

Del insólito parecido de las dos declaraciones, surgen verdades indiscutibles. Dice Hans Magnus Enzensberger que Capone es una figura perteneciente a la historia, pero también a la imaginación. Es un engendro de la fantasía colectiva, y en ese sentido un fantasma (o una leyenda): pero este fantasma es de una realidad más poderosa que cualquier hecho escueto. Los años veinte de Chicago, dice más adelante el autor alemán, proporcionan un modelo a las sociedades terroristas del presente siglo.

Desde que en los centros educativos del DF empezaron a funcionar los grupos de porristas que con diferentes nombres se dedicaron a tratar de nulificar por la fuerza y el amedrentamiento a los “comités de lucha” sobrevivientes de 1968, el ambiente de la ciudad quedó enrarecido. A cambio de su colaboración, los porristas recibían impunidad. De esa forma, virtualmente no hubo hogar al que no llegara un día un preparatoriano despojado de sus pertenencias, golpeado, o que simplemente no llegara. Los homicidios impunes menudearon. La inseguridad y la frustración se adueñó de toda una generación. El poder de los porristas se acrecentó hasta el grado de vender protección, servicio en los trámites escolares y hasta calificaciones, obtenidas también gracias al temor o a la complicidad de los profesores. Algunos de sus protectores, se dice, han alcanzado puestos de decisión en la burocracia universitaria.

Si en el sexenio pasado se especuló que la supremacía de las soluciones militares había convertido ya al país en una sociedad militar, ya que las fuerzas armadas se convertían en determinantes factores de decisión, en los días que corren no es difícil observar que el hampa que goza de fueros ha logrado desplazar hacia su conveniencia algunas decisiones. No es imposible imaginar, por ejemplo, que los terribles excesos (y, lógicamente, sus consecuencias) de la represión del día 10 hayan constituído un desbordamiento de estas fuerzas, por su naturaleza, tan difíciles de controlar. La zona de los hechos estuvo prácticamente a merced del hampa, bajo la mirada complaciente de los agentes uniformados. Autos robados y desvalijados, y ciudadanos golpeados, simples transeúntes, ajenos seguramente a los planes previstos por la represión.

Aún los discursos del presidente Echeverría, que hablan de planes de apertura y transformación inaplazables, tienen necesariamente que chocar con el poder real ganado en los puestos públicos, en los sindicatos y en los periódicos por los promotores, ejecutadores y justificadores de las soluciones represivas. Ese poder que está alerta para hacer prevalecer el polo negativo del lenguaje ambivalente, conciliatorio de la fraseología presidencial, y anular así toda posibilidad de cambio real. Ese poder que se ha erigido en un pasivo descomunal, y que al romper la legalidad el diez de junio, abrió una nueva crisis de confianza en la convivencia nacional.

La proclividad hacia la sociedad terrorista nos la pueden ilustrar quizá las comparaciones, semejanzas, correspondencias que surgen en el libro Política y delito del profesor alemán mencionado:

“Capone y su gente no sólo abogaban por un ambiente familiar sano y moral, no sólo por una sólida formación religiosa, sino por un duradero orden social en general. Naturalmente que para ellos la institución de la propiedad privada era especialmente sagrada (...) Capone fue un decidido patriota. Sobre su escritorio estuvieron siempre los retratos de George Washington y Abraham Lincoln. Intachable era también su postura ante el comunismo: 'El bolchevismo llama a nuestra puerta. No debemos dejarle entrar. Tenemos que permanecer unidos y defendernos contra él con plena decisión. América debe permanecer incólume e incorrupta. Debemos proteger a los obreros de la prensa roja y de la perfidia roja, y cuidar que sus convicciones se mantengan sanas'”.

LA LINEA PATRIARCAL.- Si en la naturaleza histórica del poder está su cualidad de deificarse y erigirse en depositario de la verdad eterna, la transmisibilidad de ese tabú se ilustra en México por una cadena decreciente de deidades. De la mayor, de la que preside y administra los bienes del altar de la patria, se desprenden sacerdotes y sacristanes también con poderes mágicos e incuestionables en sus respectivos templos y sacristías. Cada secretario de Estado, director, jefe de departamento y encargado de oficina tiene sus creyentes adictos. Con él, hasta la ignominia; con él, se la juega. En otros campos de la vida mexicana sucede lo mismo: algunos líderes sindicales y hasta algún director de periódico se sabe tocado, ungido. Nunca se equivocan, y si alguien cuestiona sus verdades se convierte en un hereje, traidor.

___“Los hombres malos y rebeldes abundan hoy
___ mucho más. Los castigos por simple sospecha
___ o presunción de sus intenciones rebeldes y
___ traidoras, y castigo con la muerte al más
___insignificante desacato. Esto seguiré haciéndolo
___hasta que muera o hasta que la gente se
___comporte como es debido y cesen la rebelión
___y el desacato... Castigo a la gente porque todos
___de repente se han convertido en mis enemigos
___y adversarios”

___Muhammed Tughiak, Sultán de Dehli

Por la lógica de la paranoia no hay inocentes, comenta Enzensberger después de transcribir al sultan. Para el gobierno del Distrito Federal no existen los halcones y los fotógrafos y reporteros que le aseguraron que los vieron actuar, los que vieron y escucharon cuando recibían las órdenes de un agente uniformado, los que vieron cómo llevaban hasta los vagones de la policía a los jóvenes detenidos, es decir, aprehendían gente, los que los vieron descender de vehículos oficiales, los que captaron por la onda corta las órdenes superiores para que entraran en acción, los que leyeron las crónicas más o menos objetivas de la prensa diaria, los que vieron la red nacional de televisión y se enteraron hasta de secuestros, es decir, millones de gentes, tampoco existen para la versión oficial.

Pero esta forma de actuar mina no sólo la condición del gobernado como tal, sino que atenta contra los supuestos elementales de la convivencia. Obligar a toda una comunidad a bajar la cabeza y a resignarse a que lo válido es la mentira y que hay que olvidar lo evidente, es una regla muy peligrosa para la comunidad, porque atenta contra sus propias bases. La sospecha preside toda relación. Después de la mentira inicial, cuando la autoridad hace otras afirmaciones, como la de que sólo hubo diez muertos, la comunidad tiende a pensar que fueron cincuenta. Pero lo más grave es que no sólo la versión oficial sino también sus métodos, empiezan a ganar terreno, por transmisión, en la comunidad, hasta que llega el momento al que ya se ha llegado en el que aún los pequeños detalles de la vida diaria están envenenados por la mentira y la sospecha.

“Los embustes nos están matando mientras se matan a sí mismos”, escribe Gabriel Careaga, cuyo libro Los intelectuales y la política en México fue secuestrado meses atrás por la empresa que hizo la primera edición, y hoy ve su segunda publicada por Extemporáneos: “Cada día unas cuantas mentiras más devoran la semilla de la que nacemos, pequeñas mentiras institucionales en los periódicos, las oleadas de la televisión y las mentiras sentimentales de la pantalla. Son pequeños embustes, pero nos llevan a la demencia al agotar nuestro sentido de lo real”.

Se prepara ahora una manifestación de las organizaciones pertenecientes al PRI para apoyar la política presidencial. No es posible prever, por la premura con que hay que entregar estas líneas, lo que ahí se dirá y que ya se sabrá cuando este escrito aparezca. Pero una solución de tipo corporativista para los grandes problemas nacionales nos parecía lejana apenas unas semanas atrás, cuando el gobierno federal la impidió para la Universidad de Nuevo León. Las mayorías automáticas y acríticas de los sindicatos oficiales difícilmente podrán desvanecer los hechos que nos ponen otra vez al borde del abismo.

Es el momento de enfrentarnos con resolución a la verdad. Parafraseo a Careaga, quien parafrasea a Sartre: El que odia la verdad es un hombre que tiene miedo. Miedo de sí mismo, de su propia conciencia, de su libertad, de sus instintos, de su responsabilidad, de la sociedad, del cambio, del mundo, de todo

En realidad, al defender ferozmente el derecho a la propiedad privada, lo que defendía el desalmado hampón anticomunista Al Capone responsable de carnicerías como la masacre del día de San Valentín era su propiedad privada, su propio derecho a conservar todos sus bienes malhabidos, al igual que el duopolio de televisoras rapaces TELEVISA y TV AZTECA que al oponerse al socialismo y sugerencias de nacionalización y al defender el neoliberalismo económico a ultranza comenzado por Miguel de la Madrid, extremizado por Carlos Salinas de Gortari, y adoptado como política económica oficial por la derecha ultraconservadora en el poder a partir de la llegada de Vicente Fox a la silla presidencial en el año 2000, en realidad están protegiendo sus propios “derechos” para seguir siendo beneficiarios a perpetuidad del limitado espectro radioeléctrico para transmisiones al aire libre que les ha dado dinero a manos llenas y que no conforme con las sumas multimillonarias que han amasado aún quieren más, mucho más, recurriendo a la difamación y la calumnia para denunciar en sus noticieros y en sus amañados editoriales cualquier intento de revocación de sus concesiones como “una entrega de México al comunismo”. Por otro lado, el muy “religioso” y muy “católico” Al Capone estaba consciente de que los tipos como él estaban terminando en la Rusia soviética con una bala en la nuca, estaba consciente de que jamás podría abrir una sucursal en Rusia si no fuese bajo una economía de libre mercado.

En el suplemento especial interior del mismo medio, en la página VI, aparecieron las siguiente reflexiones acerca de cómo casi inmediatamente después de la masacre se fué contruyendo la “verdad oficial”:

LOS AVATARES DE LA VERDAD
Argelio Gasca
Suplemento interior especial
14 de junio de 1971

La matanza del 10 de junio nos proporcionó una relativa ventaja: durante las siguientes 24 horas pudimos volver a leer entre líneas. Los periodistas habían sido agredidos y una delgada grieta se hizo visible en la mole lingüística (normalmente silenciosa) de los medios de información. Ciertamente, no desaparecieron las reticencias: la contradicción pasó a ser una hábil duda académica del dogma, un sutil desahogo sin riesgos. Pero el inconsciente habló: frente al análisis todas las reseñas embonan, cada declaración ofrece una idea explicativa indirecta, la verdad (la escatológica verdad) se vuelve rescatable. Salvo dos o tres artículos, la mayor parte del material informativo y polémico del viernes 11 de junio resulta deleznable: la evidencia es tan clara que se ha preferido la emoción, el rasgo iracundo y teatral, en perjuicio de toda lucidez. No es extraño: en las últimas décadas, los mexicanos nos hemos habituado excesivamente a la mentira, a la impotencia, al desconocimiento. Socialmente aceptamos la complicidad, pero individualmente somos canibalescos: el hombre es el lobo del hombre. No obstante, uno se pregunta: ¿qué dosis de mentira es capaz de resistir un pueblo?, ¿cuál es el límite humano para el terror?, ¿en qué medida la ignorancia es posible sin acarrear la autodestrucción? Interrogantes como éstas no tienen respuesta inmediata: son demasiado abstractas, demasiado profundas, suponen una fe. Por contrapartida, el análisis exige un escepticismo radical: prefiere los hechos, acaba en sí mismo y, si acaso, es fruto de la indignación intelectual. Esa es mi perspectiva.

LA MANIFESTACION

A partir del día 12, el contexto cambió: poco a poco, la atmósfera de irrespirable confusión pareció ceder. Y los culpables aparecieron: los estudiantes, sus líderes. En realidad, la acusación había sido lanzada por todos desde el día anterior: al condenar la manifestación, todos los sectores aceptaron de factum la frase de muchos jóvenes priistas y de algún escritor: “la manifestación fue cosa criminal, por parte de quienes la organizaron. Sabían que nada conseguiría, y conocían su único posible desenlace”. Pero el horror, el escándalo que produce semejante afirmación posee un significado paralelo al de la otra condena (supuestamente izquierdista): fue un error político, no había banderas demostrables. Consignemos: México es un país irreflexivo. La costumbre (nuestro clima político) nos ha inclinado, con exceso, al repudio del detalle. esa minucia indispensable del razonamiento, esa pequeñez sin brillo ni demagogia. Así, los avezados hablan de una táctica política, sin precisar ninguna estrategia: supuesto previo. Así, los indignados señalan una provocación. Palabras, términos, palabras. ¿Y ellos? Los mexicanos con juicio han olvidado con demasiada rapidez los hechos de 1968: su pensamiento abstracto (defensivo) ha eliminado (para su tranquilidad) el cuerpo, el pensamiento y las inquietudes de toda una generación estudiosa. No es necesario citar aquí el artículo noveno de la Constitución, que los estudiantes conocen. Incluso podemos pasar por alto sus demandas: reforma educativa real (concepto harto explicado por algunos editoriales peridísticos), libertad de los presos políticos, ejercicio real de la voluntad ciudadana, etc. Pero es inútil empeñarse en ocultar, negar, impugnar la realidad humana de esa juventud: su realidad física. Los viejos han terminado por establecer una igualdad entre ideal e idealismo: con ello han podido decirse que están por el realismo sin tener que deslindar responsabilidades. Los viejos han logrado sobrevivir al amparo de una cálida emoción patriótica: la unidad nacional. En el fondo, los viejos han evitado su frustración: al convertir el contenido cualitativo de sus aspiraciones, se hicieron aceptables para un establecimiento que los hostilizaba desde un principio. Por eso creen en la tranquilidad, por eso quieren creer en las afirmaciones demagógicas. Y por eso no entienden a los actuales estudiantes. La nueva frustración ya no es tan sólo teórica: los jóvenes han estado en las cárceles, han sido masacrados, son agredidos cotidianamente por “las porras”. Y nadie reclama: el más ominoso silencio los rodea, el derrotismo que se les aconseja contradice a los libros que han leído...

Con tales antecedenes, no resulta convincente recomendar la sumisión sin la aceptación necesaria: el fascismo, la vida militar: veneración fetichista del lábaro patrio, existencia comprobada de cuerpos de choque con suficiente adiestramiento, ritualización sistemática del martiriologio nacional, arbitrariedad cotidiana a todos los niveles, ciega obediencia a cualquier insinuación oficial... Pero no es necesario: la verdad está a la vista de todos, aunque callemos. Las cabezas a ocho columnas de todos los periódicos de hoy, junio 14, lo demuestran: la versión policiaca, pese a todas las pruebas publicadas en los días anteriores, es la versión justa, la verdadera. El ejercicio de un periodismo crítico produce risa: el boletín, las frases del boletín, y la confusión de las mentes... Cuando alguien se atreve a decir que una manifestación no debió salir porque se sabía que sería masacrada, la conclusión rebasa la obviedad: toma la libertad que te da papá y no pidas más o... pagarás con tu vida. Es cierto, los estudiantes no deben manifestar más: la policía los vigila.

LOS HECHOS

El día 11, la información presentada por algunos periódicos era grotesca: adelantándose al irreprimible debate, ofrecieron la visión que finalmente se impondrá: los estudiantes iban armados, son ellos los culpables. Mas nada escrupulosos, no vacilaron en transcribir (junto a su versión) el boletín policiaco de esa noche: curiosamente, coincidía, punto por punto, con todo lo que sus reporteros habían visto. Por desgracia, los reportajes publicados por otros diarios los desmintieron, no siempre abiertamente. Uno de ellos, el más hábil, precisamente el único que a veces se atreve a disentir, fue demasiado lejos: contradiciendo su propia nota informativa (cautelosa y ambigua), en su editorial protestó porque contra una inofensiva manifestación “se dispuso un amplio aparato de vigilancia que entró en acción desmesuradamente”. Pero advirtamos: todas las reseñas conocidas estuvieron de acuerdo al aceptar que “la policía uniformada no intervino en la gresca”. De la dicotomía evidente se desprenden numerosos puntos oscuros que es preciso destacar:

(1) Desde las 12:00 (dato ofrecido por la policía) se suspendió el tránsito en una vasta zona cercana al sitio de los hechos. Esto prueba: (a) que se trataba de una operación represiva calculada, y (b) que hubo suficiente vigilancia como para advertir de la presencia de los Halcones.

(2) Un croquis de El Heraldo de México estipula las posiciones originales de este cuerpo agresor, sólo que no indica cómo y en qué momento fueron delimitadas las mismas.

(3) Un reportero señala que cuando se inició la agresión “algunos de los manifestantes utilizaron los altoparlantes que llevaban e invitaron a los estudiantes a mantener la cordura”. Esto recuerda demasiado la matanza de Tlatelolco, en donde los líderes invitaron también a evitar la provocación cuando eran agredidos.

(4) Antes de iniciarse la golpiza, la manifestación fue detenida por un contingente de granaderos. Según un reportero, su comandante, coronel Emanuel Guevara, dijo a los estudiantes que “no tienen permiso para hacer la manifestación y que la policía tiene órdenes de impedirla a como dé lugar”. Otro reportero, de otro diario, agrega que el mismo coronel les advirtió a los manifestantes “que eran llevados al peligro” de no obedecerle. Los comentarios resultan innecesarios.

(5) Cuando la columna llegó al cruce de Maestros con México-Tacuba, acepta un matutino, “se produjo el estallido de una granada de gas, al que siguió la aparición de uno de los primeros grupos” de Halcones. ¿Quién lanzó esta granada? ¿No fue una orden convenida, como la luz de Bengala en Tlatelolco?

(6) Uno de los reporteros reconoció de inmediato a los Halcones. Así se desprende de muchas de sus frases en su nota informativa. Una de ellas, suple a la ironía suma: “aún los judiciales tienen dificultades para pasar por las vallas que aquellos (los Halcones) han tendido”.

(7) Otro reportero narra cómo se propuso protegerse de la agresión estando con los granaderos. Al respecto, dice: “Logramos nuestro propósito y desde ese momento quedamos al amparo de las fuerzas policiacas, mezclados incluso con los propios llamados Halcones”. Nótese que la policía, según declaración oficial, no intervino en ningún momento.

(8) Ese mismo reportero añade: “Momentos antes por la radio de una patrulla se supo que los Halcones tratarían de tomar el hospital Rubén Leñero”. Pero ese comentario se complementa con éste, de otro periodista: “Se escuchaban reportes por la radio policiaca (...) Había órdenes de sacar del Rubén Leñero a estudiantes que se habían refugiado allí”.

(9) Para redondear la información anterior, extraemos el siguiente párrafo de otra nota periodística: “En la Cruz Roja, dos cuerpos fueron recogidos y conducidos a sitios desconocidos en un camión de la Dirección General de Mercados”.

(10) Para acabar de entender lo anterior, es conveniente no olvidar que casi todos los diarios reconocieron que los agresores arribaron en unos camiones grises. Incluso se dió el número de una de las placas: AB-821.

(11) Para destacar aún más la colaboración, transcribo: “Los grupos agresores pudieron avanzar debido a los gases lacrimógenos que lanzaron los granaderos contra los perseguidos”.

(12) El primer día, la policía presentó a dos adolescentes como presuntos francotiradores. Uno, dijeron, fue detenido cuando estaba disparando desde uno de los edificios. Un reportero interrogó a este joven alumno de Secundaria (Juan Pablo Miller Trías), quien afirmó haber sido detenido “por estar de mirón desde su camioneta”. Un día más tarde, la policía modificó su información: lo había detenido en compañía de un amigo cuando ambos huían en una camioneta cargada de armas.

(13) La policía dice haber practicado 159 detenciones. ¿Quién las practicó si los uniformados no intervinieron nunca? La respuesta la dan los propios reporteros: “Se golpeaba gente que después era subida en camiones”.

Las anteriores son sólo unas cuantas cuestiones no aclaradas, que no se aclararán jamás. La prueba ha sido ya difundida: los representantes del Sindicato Nacional de Reporteros de la Prensa y de la Asociación de Reporteros Gráficos de los Diarios de México presentaron a la Procuraduría General de la República abundante información sobre la existencia de los Halcones. Pero ésta ha sido puesta en duda, ha sido negada finalmente, y uno tendría que aceptar lo incomprensible de los fenómenos sociales. Sólo que hay una respuesta posible: el fascismo. La libertad en México no está asegurada. La libertad en México no existe. Nuestra expresión está hecha de verdades entendidas, de alusiones programadas, de regresiones inaplazables: un nuevo “juicio” monstruoso nos espera mañana, y estamos obligados a aceptar a los “culpables”.

LA ATMOSFERA FUTURA

Resulta divertido leer la protesta (solapada) que publicaron los dos diarios irresponsables del país el día 11 de junio. Se quejan de la policía: uno de los reporteros se metió en la Octava Delegación buscando ver los cadáveres de las víctimas. Un oficial se indignó por esto: el teniente Luis León Cortés. “Nadie puede pasar, gritó”, según el reportero. Quien agrega que aquél “ordenó a uno de sus subordinados: ¡Por qué lo deja pasar! Ya sabe las instrucciones. ¿Para qué quiere el arma?”.

Resulta divertido contemplar el ingenuo deseo de querer seguir siendo periodista, es decir, la irrefrenable necesidad de contar con “influencias”. Este es el clima del país desde siempre: el fuero jerárquico, la protección difícilmente adquirida. Pero esta textura, esta atmósfera, ha logrado su asentamiento definitivo: hemos llegado al mundo ideal por el que tantos hombres aceptan la corrupción como mal necesario. De ahora en adelante, las vidas serán siempre tranquilas: no es necesario el leer los periódicos, para qué, como diría un buen padre de familia. La información estorba. En el futuro seremos los buenos mexicanos, contentos de progresar y trabajar en paz: aislados, enemistados el uno con el otro (cada quien agarrará para su santo), incultos, analfabetas, felices... como lombrices. Hemos alcanzado al fin la aspiración del hombre medio del país: los militares podrán andar como en su casa (ya andan), mientras los ciudadanos hacendosos se ocupan... de sus hijos. No es necesario hablar aquí de la catástrofe económica nacional: de ella han hablado ya los economistas oficiales. Aquí nos basta con reconocer la contradicción inicua: una generación de estudiantes pudo al fin medioleer y ahora debe olvidar todo lo aprendido para salvar su vida. Nuestro destino está decidido. Los viejos estarán contentos, desde sus puestos de mando podrán vivir la desbordante (informe, grasosa) emoción que hace posible la profunda complacencia. Descansen en paz.

En el suplemento especial interior del mismo medio, en la página X, aparecieron las siguientes reflexiones acerca de cómo prevalecía desde un principio la angustiosa sensación de que todo iba a quedar en la más completa impunidad sin que jamás se castigara a nadie, ni a los autores materiales ni a los autores intelectuales, a los segundos por tratarse de gente muy importante, intocable, y a los primeros para que no hablaran en caso de sentirse traicionados al negárseles la protección que se les había prometido:

LA SANGRE NOS HA VUELTO VIEJOS
Sergio Gómez Montero
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971

Hablo, a veces, de las horas de delirio y soledad... Pero hoy no, cuando las imágenes del jueves 10 permanecen tercamente imborrables: otra vez la sangre brotando de la cara y de los brazos y del pecho y de las piernas y del estómago de hombres, de jóvenes, de niños, sangre que quedó allí en las calles, manchando el piso de las paredes y de las aceras. Me pregunto, ¿qué puede decirse entonces, cuando la muerte avanza uno tras otro, amenazando con el grito -“Che, Che, Che”, “Mé-xi-co li-ber-tad”- o el silencio, sólo el puño en el aire, ejecutando un gesto de desprecio e insulto-?. Y me quedo en silencio porque escucho el estampido de las balas y el llanto del pequeño que llora en los brazos de su madre. Me tiemblan las piernas antes de echar a correr -ahora de las balas no solo escucho su estampido: también las oigo silbar sobre mi cabeza-: nada se tiene para hacer frente a los disparos, a las ráfagas de la metralleta que dejan tendidos a mitad de la calzada, los cuerpos de dos jóvenes que no alcanzaron a cruzar y que -¿quién lo comprobará, quien dirá la verdad sobre ellos?- quizás ya nunca vuelvan a ver la luz. Hace cinco minutos yo estaba ahí: caminando por la calle unido a la manifestación, sonriendo porque en miles de jóvenes hay el deseo de protestar, de demostrar que nadie los engaña. Pero la sangre nos ha vuelto viejos, nos ha borrado la risa de los labios, nos hace preguntar si debemos salir a las calles a encontrarnos con las balas con solamente nuestro cuerpo indefenso y esa viva palabra que se enfrenta a la muerte sin saberlo. Y antes -¿lo recuerdas, Gerardo? ¿lo recuerdas, Edmundo?- los asesinos al servicio del gobierno -los Halcones- leyendo Lágrimas y risas (las pancartas provocadoras tiradas sobre el pasto, las armas de fuego escondidas bajo las ropas) en la Alameda de Santa María: la mirada turbia que nos ve, la mirada llena de odio que, después, sólo por un instante pudimos ver, porque de ella, convertida en armas de fuego -fusil, pistola o metralleta-, comenzaron a brotar las balas: sí, eso fue: droga para no pensar en la muerte -ni en la de ellos ni en la de otros- y para excacerbar hacia los otros, así, sin importar ni profesión ni nombre, solamente los otros.

Pero basta ya de palabras: ya no más delirio; soledad sí -la soledad de un hombre en guerra-, si es necesario, si es necesario ahora cuando los fuegos están encendidos en esta incuestionable hora de los hornos.

¿Hoy quién se quedará con los brazos cruzados, con las palabras cruzadas?

Por último, en el suplemento especial interior del mismo medio, en la página XI, aparecieron las siguiente reflexiones breves que siguen siendo válidas aún hasta nuestros días:

Espacio para la vergüenza
Jaime Augusto Shelley
Suplemento interior especial
Revista Siempre!
14 de junio de 1971

¿Testimoniar? ¿Denunciar? El papel y la tinta valen poco en este país, pero también otros asuntos tienen escaso valor o cuestan poco.

El criminal sacrificio de no se sabe cuántas personas ajenas o participantes en los sucesos del día 10 de junio pasado, la indolencia de los otrora implacables granaderos, reducidos al papel de simples espectadores de la represión y de la matanza; el coro de exculpas y versiones evasivas frente a las evidentísimas pruebas mostradas por la prensa, nacional y extranjera, y por los estudiantes, al parecer tampoco valen mucho... En realidad, no valen nada.

Se creyó, en 1968, que en este país ya no podía haber más espacio para la vergüenza y es evidente que nos equivocamos.

Si cada vez somos menos capaces de expresarnos cívicamente por los medios previstos por la Constitución, mientras nos sometemos cada vez más al sistema de terror, complacidos y gozosos de sentirnos -ni no libres, como las gallinas grises en el coto de caza-, por lo menos vivos, quepan entonces los dolidos versos del poeta dominicano Pedro Mir para definirnos:

“Este país no merece el nombre de país,
sino el de tumba, féretro o catafalco...”.

Cuando el Partido Acción Nacional, el partido de las derechas así como de las ultraderechas encubiertas, accedió a la silla presidencial en el año 2000, cuando el otrora invencible PRI fue destronado del poder, algunos ilusos creyeron que con el “cambio”, que con la “alternancia”, por fin se abrirían los expedientes del Jueves de Corpus que habían sido mantenidos deliberadamente congelados, reponiéndose las muchas pruebas y evidencias en poder de las autoridades que fueron deliberadamente destruídas. Se sabía que mientras el PRI ocupara la silla presidencial, el genocidio de Tlatelolco ocurrido en 1968 y la matanza del Jueves de Corpus ocurrida en 1971 permanecerían como expedientes abiertos acumulando polvo. Después de todo, de 1971 al 2000 habían ocupado la presidencia varios hombres de extracción priista que habían ordenado terminantemente que esos expedientes no se tocaran en el transcurso de sus respectivas administraciones. Y se creía que, al perder el PRI la silla presidencial entrando en su lugar una administración no-priista, por fin las ruedas de la Justicia entrarían en acción. Sin embargo, y al menos en lo que toca al Jueves de Corpus, esto no ocurrió. Y no podía ocurrir, era imposible que ocurriera, porque las mismas fuerzas siniestras que habían estado infiltrando paulatinamente al PRI en sus años de hegemonía eran las mismas fuerzas que ya sintiéndose lo suficientemente fuertes terminaron echando al mismo PRI de la silla presidencial. El PRI ya no les era necesario ni útil para continuar adelante con sus planes, es más, les era un estorbo, y al sacarlo del poder era lógico que estas fuerzas ocultas mantuvieran en pie la protección total de aquellos personajes siniestros e intrigantes que, a fin de cuentas, fueron los verdaderos autores intelectuales de los ríos de sangre que fueron derramados por quienes proclamándose en público como “anticomunistas” en realidad no eran más que los cabecillas dementes de una secta fanática de alucinados que estuvo creciendo a pasos agigantados manteniendo su existencia y sus planes en el más absoluto secreto mientras el resto de México dormía.