La Calle de la Perpetua
Reflejando la formación tradicional dada a muchos jóvenes españoles durante la negra etapa del Franquismo, y la constante repetición en millares de ocasiones en las escuelas de aquél entonces a lo largo de décadas sobre las supuestas “bondades” de la Santa Inquisición con lo cual muchos terminaron creyendo ciegamente en tales historietas, hace algunos meses un comentarista de Cádiz, España, que se identifica a sí mismo como Emilio Jesús Alegre del Rey, en un intento apologista por limpiarle aunque sea un poco a la Santa Inquisición algo de la mala fama que pesa sobre ella, externó lo siguiente el viernes 2 de enero del 2009 en la sección de comentarios de la entrada La Enciclopedia Espasa-Calpe correspondiente a la bitácora Lenguas de Serpiente:
“Pero hombre, si Miguel Hidalgo fue declarado inocente de los dos juicios inquisitoriales que tuvo... Lo fusilaron por traidor, no por hereje.
...y lo de Juana de Arco fue un tribunal ilegítimo de la Inquisición, un montaje de los ingleses para evitar hacer de ella una mártir y derribar su imagen de santa ante el pueblo francés que subyugaban. Pero no lo consigueron, porque el pueblo la siguió venerando, la Iglesia declaró nulo el proceso y Juana de Arco es Santa de la Iglesia Católica.
Estoy de acuerdo con que la Inquisición es injustificable, pero hay que ponerla en su justo punto, no exagerar ni contar sólo lo que interesa. En ralidad la Inquisición era bien vista por el pueblo, y se la llamaba "el partido de las brujas" porque protegían a las brujas del linchamiento popular y casi nunca condenaban a ninguna: menos de veinte en 350 años de historia de la Inquisición Española (que en condenó a muerte a 4.444 personas en total).”
Estas apologías son usuales en muchos españoles que crecieron bajo la era de Francisco Franco y que fueron educados de la única manera posible en que se podía educar a alguien bajo un régimen de ultraderecha como el de Francisco Franco. Pretender que no hubo manipulación y tergiversación de la Historia bajo Francisco Franco (como también la hubo en la Alemania Nazi en la cual la lectura del libelo apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión se convirtió en lectura obligatoria presentándoselo a los niños alemanes como algo cierto) es querer negar lo obvio, del mismo modo que pretender que esa manipulación y tergiversación de la Historia que tuvo lugar bajo Francisco Franco no predispuso a ningún joven español a pensar de la manera en la cual quería Francisco Franco que pensaran las juventudes españolas es también negar lo obvio. La defensa hecha de la Santa Inquisición por Emilio Jesús Alegre del Rey (la cual no puede ser total en virtud de que allí están en los museos los instrumentos que los santos inquisidores utilizaban para arrancar las confesiones a sus santas víctimas antes de mandarlas a la santa hoguera para que se fueran derechito al Cielo, además de la disculpa pública ofrecida por el mismo Juan Pablo II por las barbaridades en las que incurrió la Inquisición) recurre a las frases usuales, siendo una de dichas frases la que dice que “la Inquisición era bien vista por el pueblo”.
¿A cuál pueblo está haciendo referencia Emilio Jesús? ¿Al pueblo español exclusivamente, o incluye también a otros pueblos como los de la Nueva España? Porque desde lo que hoy es México hasta Chile, la Santa Inquisición cuya memoria veneran todavía algunos despistados en España dejó muy malos recuerdos.
Si bien desde España los Reyes Católicos cómodamente jamás alcanzaron a ver lo que los santos inquisidores de la Santa Inquisición estaban haciendo en el continente americano con plena autorización de la Corona Española (jamás en los 300 años de coloniaje hubo un solo Rey de España que se dignara a visitar las tierras que desde el otro lado del mundo estaban enviando tantas riquezas y tanto prestigio a la Madre Patria), la ignorancia difícilmente puede ser utilizada como justificante de tanta iniquidad.
Spectator le recomienda a Emilio Jesús, el cual parece ser un católico reformista moderado, la lectura de otros documentos que han sido publicados por Spectator en los cuales le dá la razón a Emilio Jesús en parte. Pero también le recomienda la lectura de otros trabajos bien documentados que le pueden ilustrar mejor sobre el verdadero papel que tuvo la Iglesia Católica en la excomunión de Miguel Hidalgo. De cualquier modo, pese a las exculpantes con las cuales la Iglesia Católica se quiere desligar por completo del papel que tuvo el Obispo de la diócesis de Valladolid, Michoacán, Manuel Abad y Queipo, con su decreto de excomunión expedido el 24 de septiembre de 1810, esto no justifica en lo absoluto que se le haya sometido a un proceso de excomunión cuando el mismo Obispo que lo excomulgó estaba perfectamente enterado de que Miguel Hidalgo decretó la liberación de los esclavos que vivían y morían en las minas de oro y plata en la Nueva España para satisfacer los apetitos voraces de un Imperio que terminó dilapidando toda la fortuna mal habida.
Posiblemente, influenciado por la propaganda histórica revisionista que constituyó la historia oficial de España en los tiempos de Francisco Franco, Emilio Jesús Alegre del Rey tal vez crea que el colapso del otrora poderoso Imperio Español fue ocasionado por independentistas como Miguel Hidalgo (a quien en América se le ve no como un traidor sino como un libertador). Sin embargo, el colapso del Imperio Español a fin de cuentas no se debió a estos independentistas sino a la invasión napoleónica de España con la cual Napoleón le dió el golpe de muerte al Imperio Español y de paso le hizo al mundo el favor de enviar a la Santa Inquisición a los libros de Historia así como sus instrumentos confesionales a los museos. Pese a los vastos recursos que la Corona Española estuvo saqueando inmisericordemente de sus colonias en el continente americano por espacio de tres siglos, recursos con los que no contaron ni los ingleses ni los franceses, el Imperio Español estaba totalmente impreparado para poder defenderse de la invasión que Napoleón llevó a cabo sin dificultad alguna. Entonces... ¿de qué le sirvieron a España las cientos de miles de toneladas de oro y plata junto con muchas otras riquezas naturales que estuvo extrayendo por tantos años de sus colonias? La triste realidad, Sr. Alegre del Rey, es que todos esos recursos terminaron despilfarrados, dilapidados, y la monarquía española creyendo en su miopía que esa fuente de divisas le iba a durar para siempre terminó malgastando las vastas fortunas extraídas del continente americano convirtiendo a España en una colonia del resto de Europa. De cualquier modo, para poder mantener su garra sobre el continente americano y poder mantener a los nativos de América soguzgados explotándolos como esclavos noche y día en condiciones infrahumanas en las minas de Guanajuato, Zacatecas y otros estados (a españoles como Emilio Jesús Alegre del Rey les sería sumamente instructivo y beneficioso visitar lo que hoy queda de esas minas, así como los museos en los que se exhiben los potros de tormento usados por los “santos” inquisidores), la Corona Española siempre contó con la colaboración gustosa de la Santa Inquisición que nunca le reprochó a la monarquía española la esclavitud despiadada que practicaba no en España sino fuera de España a espaldas de sus súbditos residentes en la península ibérica. (Posiblemente si los súbditos de la Corona hubieran tenido y hubieran visto en la misma España las condiciones ignominiosas de esclavitud que imperaban en América “en nombre del Rey”, el colapso de la monarquía y su substitución por una sana democracia habrían tenido lugar con mucha mayor rapidez).
Si las atrocidades cometidas por la Santa Inquisición en el continente americano no eran permitidas con la misma liberalidad en la misma España, ello no exculpa a la Santa Inquisición como un todo. La “Santa” Inquisición es culpable ante los ojos de muchos americanos tanto de los pecados de omisión (no haber hecho nada para acabar con la injustificada esclavitud ni moderar en lo absoluto la mano brutal de la Corona sojuzgadora) y comisión (haberse convertido en un instrumento al servicio del Estado, fusionando al poder terrenal con el poder religioso, mezclando a Dios con el César en contraposición directa a lo que el mismo Jesús le enseñó a San Mateo, consignado en el Evangelio de Jesús según San Mateo, 22:21).
Si ahora resulta que la Santa Inquisición era bienamada y querida por todos los españoles de aquella época (no se pone en duda de que ciertamente sí era bienamada y querida por los gobernantes españoles que tenían en dicha institución un excelente medio de control para garantizar la continuidad de la monarquía a través de una única religión oficial con todas las demás religiones proscritas bajo pena de muerte). Si la Santa Inquisición era en verdad tan venerable y tan “santa”, ¿de dónde salieron entonces los instrumentos de tortura que hoy en día se conservan como mudo testimonio de las barbaridades que con dichos instrumentos se cometieron en nombre de la Inquisición Española? Si la Santa Inquisición era en verdad tan venerable y tan “santa”, ¿por qué entonces el Papa polaco Juan Pablo II se vió en la necesidad de pedir perdón a nombre de la Iglesia católica por los actos de barbarie que se cometieron “en nombre de la fé” en esos días terribles en los que la intolerancia religiosa practicada por el Imperio Español era tan común y tan aceptada como el esclavismo que dicho imperio extendió por todo el continente americano?
Tal vez les convenga a muchos españoles atrasados de noticias el abrir un poco sus mentes poniendo atención a las siguientes líneas de un poema que retrata fielemente el recuerdo que muchos mexicanos (excepto los ultraderechistas de hoy que aún alaban a la Santa Inquisición por su papel en la preservación del Imperio Español por varios siglos) tienen de tan infausta organización a la cual no quisieran ver regresar ni siquiera en sus peores pesadillas. El poema está tomado de un libro que tiene una página introductoria titulada Leyendas de las Calles de la Ciudad de México:
La Calle de la Perpetua
Una eterna soledad:
una ancha plaza desierta
y una casa que en verdad
revela que por su puerta
da entrada a la eternidad.
Casa terrible y sombría
que corona un esquilón
lanza el toque de agonía
de la Santa Inquisición.
A los pobres encarcelados
ninguno asomar los ve,
pues tan sólo enmascarados
salen, para ser quemados
en algún auto de fe.
Los muros que azota el viento
no les permiten salir
ni al desgarrador lamento
del que en medio del tormento
miente para no sufrir.
En la noche más serena
un rumor que da sonrojo
parte el corazón que da pena:
¡Siempre cruje una cadena!
¡Siempre rechina un cerrojo!
Siempre está la pared muda:
y el antro en silencio eterno;
la puerta pesada y ruda
es negra como la duda
y horrible como el infierno.
Todo repugna y espanta;
todo da miedo y pavor
y se anuda la garganta
al llamarle casa santa
a la casa del dolor.
La calle está abandonada;
quien por ella cruza, reza,
y por triste y por odiada
es por el pueblo llamada
de la Perpetua Tristeza.
Hasta en nuestra alegre edad
como triste le da fama
su constante soledad,
y el pueblo en nuestra ciudad
de la Perpetua la llama.
En ella surge y domina
la inolvidable mansión
que hoy el saber ilumina...
¡Se tornó la inquisición
Escuela de Medicina!
El poeta que forjó estas líneas no era ningún judaizante, carecía de ascendencia judía, mucho menos era un masón, y ciertamente no era ningún marxista. No se le puede señalar como uno de los “cómplices” de “la gran conspiración judía masónica comunista” a la cual la desquiciada ultraderecha gusta de echarle la culpa de todo. Se trata de uno de los poetas más insignes de México, Juan de Dios Peza.
De cualquier modo, si los españoles adictos al Franquismo lo desean, alentados por los neo-Nazis extremistas de hoy como Pedro Varela y Joaquín Bochaca, pueden intentar llevar a cabo una restauración de algo similar a la Santa Inquisición (algo que el dictador absolutista Francisco Franco no intentó hacer jamás, lo cual demuestra que no estaba tan loco), con la reconstrucción de instrumentos confesionales como los que la Santa Inquisición utilizaba en sus mejores épocas, tales como el potro y el sarcófago de clavos, por citar unos cuantos (de preferencia de acero inoxidable para que no se deterioren como se han deteriorado los que hoy se encuentran en exhibición en los museos). Hitler tuvo algo similar que sin necesidad de recurrir a religión alguna obtenía los mismos resultados: la Gestapo. Todo con el fin de poder identificar “debidamente” a los modernos herejes (los españoles que no creen en las “verdades” que están siendo “reveladas” por tipos como Joaquín Bochaca así como por los adalidades de los partidos de la ultraderecha española), identificar para castigar en forma adecuada a todos los izquierdistas, socialistas, republicanos, demócratas, judaizantes, masones, Rotarios, y todos los demás que forman parte de la amplísima lista de “enemigos” (reales o imaginarios) de la extrema derecha española. Lo único que les haría falta ya sería la construcción de unos campos de exterminio como los que mandó construír Hitler en Europa. Porque, en resumidas cuentas, la única diferencia entre los hornos crematorios de Hitler y las hogueras de la Santa Inquisición es una diferencia de procedimientos, no de intenciones y objetivos.
Si México tiene su Calle de la Perpetua, ¿por qué no habrían de tener también los españoles de hoy la suya propia con la ayuda de la Falange que está ansiosa por revivir al Franquismo? Y no sólo una sino decenas o inclusive centenares de ellas. Naturalmente, faltaría sobreponerse a la resistencia de muchos otros españoles que jamás han creído en las supuestas “bondades” de la Santa Inquisición y los cuales no están dispuestos a permitir que algo semejante vuelva a mancillar el suelo español por la razón que sea.
En estos tiempos de libertad de culto en los que en algunos países, inclusive España, se respeta la decisión personal de adoptar la fé religiosa que por convicción espiritual propia se quiera adoptar, en estos tiempos de tolerancia y respeto hacia las creencias de otros, resulta fácil olvidar que este privilegio de los hombres libres no es algo que siempre se tuvo, es algo por lo que se tuvo que luchar y pagar un costo enorme a costa de grandes sacrificios, es una conquista del mundo civilizado por la cual muchos terminaron sus días quemados vivos en la hoguera acusados de “herejía”, una pena corporal que ni siquiera los romanos en los tiempos de Jesús aplicaron a los que se negasen a creer en Zeus y en Atena. Las muertes que dejó tras de sí la Santa Inquisición en Europa y el continente americano en los tiempos de la peor intolerancia religiosa que se pudo haber dado es algo que nunca se nos debe de olvidar, por más que haya quienes educados bajo el Franquismo ultraderechista hoy nos salen con que “la Inquisición era bien vista por el pueblo”.
Por razones obvias, este documento será cerrado con algunas imágenes que muestran la naturaleza de algunos de los más terribles suplicios creados por el hombre, promovidos irónicamente por castas sacerdotales que se dicen poseedoras de la verdad absoluta:
En estos tiempos de libertad de culto en los que en algunos países, inclusive España, se respeta la decisión personal de adoptar la fé religiosa que por convicción espiritual propia se quiera adoptar, en estos tiempos de tolerancia y respeto hacia las creencias de otros, resulta fácil olvidar que este privilegio de los hombres libres no es algo que siempre se tuvo, es algo por lo que se tuvo que luchar y pagar un costo enorme a costa de grandes sacrificios, es una conquista del mundo civilizado por la cual muchos terminaron sus días quemados vivos en la hoguera acusados de “herejía”, una pena corporal que ni siquiera los romanos en los tiempos de Jesús aplicaron a los que se negasen a creer en Zeus y en Atena. Las muertes que dejó tras de sí la Santa Inquisición en Europa y el continente americano en los tiempos de la peor intolerancia religiosa que se pudo haber dado es algo que nunca se nos debe de olvidar, por más que haya quienes educados bajo el Franquismo ultraderechista hoy nos salen con que “la Inquisición era bien vista por el pueblo”.
Por razones obvias, este documento será cerrado con algunas imágenes que muestran la naturaleza de algunos de los más terribles suplicios creados por el hombre, promovidos irónicamente por castas sacerdotales que se dicen poseedoras de la verdad absoluta:
3 Comments:
Hola, Spectator, ¿cómo estás?
He leído el texto con que comentas mi post sobre la Inquisición, y quisiera aclarar algunas cosas.
En lo personal, yo no he sido educado durante el franquismo. Cuando murió Franco yo tenía ocho años. La impresión que tenía de la Inquisición al acabar mi formación era similar a la que leo ahora en tus mensajes.
Mi juicio moral sobre la Inquisición no ha variado desde entonces. Me parece un horror, y me uno al papa Juan Pablo II en su petición de perdón.
Simplemente, creo que hay que ser rigurosos con el análisis de lo que pasó, sin exageraciones ni reducciones, y conocer el ambiente de la sociedad en la que se desarrolló, un ambiente de intolerancia y violencia social, que se manifestaba en la justicia ordinaria y en la calle. Eso no justifica en absoluto lo que ocurrió.
Pero no vale todo. Hay que buscar la verdad, sin exageraciones ni reducciones, y eso es lo que he tratado de hacer en la declaración que criticas.
Por cierto, me gustaría ver comentada con semejante indignación el asesinato de cientos de miles de hombres, mujeres y niños en La Vendette, Francia, en nombre de la liberté egalité y fraternité, por negarse a dejar su fe católica. de una sola tacada, cien veces más muertos que la Inquisición en sus tres siglos largos de historia, y con nenes de pecho incluidos.
Tampoco estaría mal oír comentar con la misma indignación la muerte y tortura despiadada de miles de católicos en Julio-Agosto de 1936 en España: en 40 días, al menos tres veces más muertos (contando sólo los documentados que murieron y fueron torturados explícitamente por ser católicos) que la Inquisición en tres siglos y medio de historia.
Lo mismo podría decir del genocidio armenio (por ser de fe cristiana, que dejó un 10% de la población armenia con vida), de las matanzas de Stalin, de las de los nazis, de las de Mao, de las recientes del África comunista e islámica, etc.
Los cristianos hemos pedido perdón por los desmanes de la Inquisición, con miles de muertos a sus espaldas (entre 4 y 5 mil en España). ¿La han pedido los comunistas y socialistas, con decenas de millones de muertos a sus espaldas? ¿Acaso han dejado de matar allí donde aún tiene ocasión, a los que no son ateos como ellos? A nuestros hermanos cristianos los están encarcelando hoy en China, y los están matando en la India los simpatizantes del principal partido de la oposición. No veo los telediarios cargados de humanista indignación ante estos hechos.
En relación al comentario puesto el 7 de octubre del 2009 por el comentarista Longinos:
Tal vez el comentarista está pasando por alto involuntariamente (Spectator quisiera creer que es así) el hecho de que la misión principal de Spectator ha sido y sigue siendo denunciar una peligrosa conspiración que nació hace más de medio siglo en la ciudad de Guadalajara, en México, de raigambre neo-fascista alabatoria del Nacional-Socialismo de Hitler, la cual sigue en marcha en estos momentos y cuyos efectos ya están teniendo repercusiones funestas para México que están documentadas en las otras bitácoras de Spectator. Esta gente que también alaba y defiende lo que hizo la dizque “Santa” Inquisición en el continente americano en los tiempos de la Colonia es gente que reza (o simula rezar) y asiste a misa todos los domingos proclamándose fervientemente católica al mismo tiempo que sus militantes conspiradores se esconden en la clandestinidad en donde junto con su antisemitismo exacerbado adoptan como suyas las tácticas de la infiltración, de la simulación, del engaño, de la traición y la mentira, porque para ellos su fin justifica sus medios. Las denuncias de Spectator se centran sobre algo que está sucediendo AHORA, HOY MISMO. Naturalmente que las matanazas de los católicos cometidas durante la Revolución Francesa son condenables en toda la extensión de la palabra, pero eso forma ya parte de los libros de Historia y Spectator no puede hacer absolutamente nada al respecto. Igualmente execrable es el genocidio armenio cometido por los turcos, pero con el pacto firmado recientemente entre Turquía y Armenia, y la realización de que ya no hay forma de repararle el mal hecho a tantos, esto parece que pronto pasará a formar parte de los libros de Historia como un mal recuerdo. Sería justo que la Unión Soviética pidiera disculpas por las matanzas cometidas por Stalin, pero la Unión Soviética ya no existe y no hay quien pueda pedir disculpas a nombre de ella. Pero los conspiradores de la ultraderecha mexicana que denuncia Spectator no son algo que forme parte de un mal recuerdo en la memoria nacional, no son algo del pasado, son algo sumamente activo HOY. Estos son precisamente los tipos que tratan de limpiar la memoria de la Santa Inquisición en México de la misma manera que Joaquín Bochaca en España trata de limpiarle y borrarle sus crímenes a Hitler. Y parafraseando a Longinos, no vemos a los telediarios de Hispanoamérica cargados de humanista indignación estar haciendo algo para exponer con sus propios recursos el avance de una conspiración que tiene todo el potencial de generar un nuevo genocidio en el tercer milenio. No olvidemos que Hitler también empezó con un grupo casi insignificante de seguidores. Y si bien se antoja difícil que la Revolución Francesa se vuelva a repetir como ocurrió en aquél entonces, o que la Unión Soviética vuelva a reconstituírse bajo otro tipo como Stalin, los tipos de la ultraderecha que se proclaman como fervientes devotos del judío Jesucristo tienen el potencial y ciertamente todas las ganas de crear HOY MISMO las condiciones propicias para que se repita lo mismo que sucedió en Europa bajo Hitler, eso que ocurrió en otros tiempos que quisiéramos olvidar. Y, se repite, son tipos dizque católicos que alaban generosamente a la Santa Inquisición y quisieran verla regresar. Quien lo dude, solo tiene que consultar la amplia bibliografia compilada y en algunos casos inventada por la Falange. O leer los libros revisionistas de Salvador Borrego y Joaquín Bochaca. Seguramente el Generalísimo Francisco Franco estaría exaltado de la emoción, si es que aún viviera, habiendo contribuído con su grano de arroz a este cuestionable legado.
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