lunes, 22 de diciembre de 2008

Los Niños de la Ultraderecha

Es la temporada navideña, son las fiestas decembrinas, y los niños que está de vacaciones escolares se preparan para celebrar alegremente las festividades. Es la época de poner el pavo (el guajolote, en el caso de México) en el horno a rostizar, y de hornear también un rico pastel y adornar los arbolitos con esferas y lucecitas.

En una casa en algún rincón en la ciudad de Guadalajara, unos niños se preparan alegres para festejar la temporada llevándose a sus bocas unas barras de delicioso chocolate Hershey que acaban de comprar en la tienda de abarrotes de la esquina. ¡Mmmmhhh, que deliciosos saben cuando empiezan a disolverse en sus boquitas! Justo en esos momentos, el padre de los niños llega iracundo y los obliga a escupir los chocolates Hershey. Jamás permitirá a sus hijos consumir ni barras de chocolate Hershey ni “kisses” de Hershey ni producto alguno fabricado por esa empresa internacional, por el solo hecho de que el fundador de la empresa, Milton Hershey, era un judío. La casa, como podemos suponer, está habitada por un ultraderechista de línea dura, todo un neo-fascista que se identifica a sí mismo eufemísticamente como un “nacionalista”; así es como les gusta llamarse a sí mismos los que quieren ser prohombres de la ultraderecha.

Efectivamente, los chocolatitos Hershey están sabrosos, y se antojan mucho sobre todo en estas temporadas navideñas, pero en la casa de un buen “nacionalista” jamás se consumirá dulce alguno que sea fabricado por una empresa fundada por un judío; el padre de familia no les va a dar un solo centavo de su dinero tan ultraderechísticamente ganado. Los niños empiezan a llorar y la madre de ellos para consolarlos les dice que mejor vayan a la mesa porque les tiene preparado un chocolate calientito recién hecho. Sus caritas se iluminan al percibir el olor del cacao y corren a la mesa, pero justo cuando van a dar el primer sorbo, el padre de ellos llega enfurecido para quitarles las tazas de chocolate de sus manitas y tirar el contenido por el drenaje. Tampoco probarán ese chocolate calientito ni hoy ni nunca, porque el chocolate fue preparado con Cocoa Hershey.

Una vez que les ha pasado a los niños el susto por la reprimenda del padre, se van a un rincón de la casa para alegrarse a sí mismos la ocasión cantando unos villancicos navideños que aprendieron en la escuela. Ciertamente, en esto no puede haber nada de malo. ¿Qué puede haber de malo en cantar villancicos navideños justo en la temporada navideña? En eso están, cantando Blanca Navidad cuando el padre de ellos llega iracundo, con los ojos inyectados de sangre, ordenándoles a sus hijos que se callen, haciéndoles saber que la canción Blanca Navidad (White Christmas) fue escrita por un judío, el judío Irving Berlín, y en la casa de todo “buen” ultraderechista jamás se cantará canción alguna escrita por un judío, ni siquiera Hava Nagila, pese a ser no una canción con tintes políticos sino un canto de alegría. Y como el padre de los niños es un palurdo que sólo conoce bien de cosas tales como la fantasía de “la gran conspiración judía masónica comunista” con la cual los Nazis “justificaron” su Nazismo pretendiendo darle visos de “legalidad” a su criminal odio antisemítico y no está seguro de cuáles otros villancicos pudieran haber sido escritos también por judíos, para estar a la segura les ordena terminantemente a sus hijos no cantar ni escuchar ningún villancico navideño por el resto de sus vidas, obligándolos a que se lo juren solemnemente. Para compensarlos, el padre les enseña y los pone a cantar el himno “nacionalista” Cara al Sol, el himno fascista por excelencia de la España franquista cuando la península ibérica estaba estancada en una especie de Edad Media a la zaga del resto de Europa, junto con otros himnos “nacionalistas” que los obliga a memorizar a la vez que los pone a marchar dentro de la casa con el brazo extendido hacia adelante para que así se vayan “disciplinando”, ejecutando el “paso de ganso” a la perfección.

Sin esperar a que llegue la Nochebuena, uno de los niños abre anticipadamente un regalo que recibió en el intercambio de regalos en la escuela, el cual contiene un musical con muchas canciones bonitas que han escuchado en la escuela y en sus cajitas musicales MP3. El padre decide darles una oportunidad para que le muestren las piezas, y en cuanto escucha la primera lanza un aullido que parece el de un animal herido. Se trata ni más ni menos que de una pieza del musical The Sound of Music (La Novicia Rebelde), el cual trata de un austriaco con alto rango militar que tras la anexión de Austria a la Alemania Nazi se rehusó a atender el llamado al servicio militar hecho por el Tercer Reich huyendo con toda su familia a Suiza. ¡Traición! ¡Traición! ¡Traición a Hitler! ¡Traición al Führer! Empeorando aún más las cosas está el hecho de que los compositores que elaboraron toda la música y las letras de la película (la cual batió todos los récords de taquilla al ser exhibida en las salas cinematográficas) son judíos: Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II. De no haber sido por esto, tal vez el padre los hubiera dejado escuchar la música de la película, una música que es altamente pegajosa. ¡Pero no! ¡Lo importante es ser nacionalista (nacionalsocialista), y eso es lo único que importa en la vida! Eso es lo que deben aprender sus hijos, y eso es lo que les enseñará, por las buenas o por las malas.

Después de varias horas, cansados de tanto estar marchando dentro de la casa cantando himnos “nacionalistas”, los niños encienden el televisor justo a tiempo para ponerse a ver una película que han estado anunciando mucho en la televisión y que ellos nunca han visto excepto en cortometrajes de la misma: E.T. El Extraterrestre. Apenas van en la parte inicial de la película en la que E.T. se pierde en el bosque cuando el padre de los niños llega como un dragón bramando furioso apagándoles el televisor, poniendo a llorar nuevamente con esta acción a sus hijos. Y él les explica el por qué les está prohibido ver esa película. Fue hecha por otro judío, Steven Spielberg, y en la casa de un ultraderechista jamás se permitirá contemplar película alguna que haya sido dirigida o producida por algún judío o medio-judío o cualquiera que tenga algún tatarabuelo judío perdido en su árbol genealógico. Eso es lo que todo buen “nacionalista” debe de hacer. Eso es lo que hacían en el seno de las familias Nazis en los tiempos de Hitler, y el “nacionalista” está obligado “nacionalísticamente” a perpetuar esas costumbres. Los niños deben aprender desde temprana edad que ellos no están en este mundo para buscar su propia felicidad; están aquí para servir y honrar todo lo que sea “nacionalismo”, entendido en el sentido neo-Nazi de la palabra.

Los niños, muy taciturnos, sentados en el sofá de la sala sin poder probar ningún chocolate, sin poder cantar ningún villancico navideño de la temporada, y sin poder encender el televisor siquiera, se levantan curiosos para ver quién está tocando la puerta, ya que están esperando a un compañerito de ellos. Los que tocan resultan ser miembros de una brigada de la Secretaría de Salud que está vacunando a todos los niños menores de 12 años para protegerlos de la terrible poliomielitis en virtud de que han estado apareciendo nuevos brotes de tan terrible enfermedad. En eso, sale el padre de los niños para recibirlos, y lo primero que les pregunta es si esa vacuna es la vacuna Sabin, y cuando le contestan afirmativamente les estrella la puerta en sus caras. Jamás permitirá que sus hijos sean vacunados con la vacuna Sabin contra la polio, por el solo hecho de que el Doctor Albert Bruce Sabin era un judío y por ése solo hecho. De no ser por ésto el padre de los niños no vacilaría un solo momento en autorizar de inmediato la aplicación de la vacuna que dicho sea de paso es gratuita. Pero para un ultraderechista que sea fiel a sus principios doctrinarios, es mejor estar muerto o ver morir a los hijos de la manera más espantosa posible que deberle favor alguno a un judío. Eso es lo “nacionalísticamente” correcto.

Repuestos de sus regaños y sus castigos, los niños se llenan de alegría cuando un compañerito de ellos en la escuela llega llevando a casa de ellos unos discos DVD con las primeras cuatro películas de Supermán. ¿Qué podría haber de malo en verlas, tratándose de un héroe altamente idealizado que es el epítome de los superhéroes de las historietas que luchan al lado de la Ley por el bien y la justicia, el paladín de todo lo que es bueno en el mundo, salvando a la Tierra luchando en contra de archi-villanos como Alex Luthor? Pero apenas han empezado a ver la primera película deslumbrados con sus efectos especiales cuando el padre de los niños hace acto de presencia iracundo y corre de la casa al compañerito de sus hijos aventándole a la calle los discos DVD de las películas de Supermán, para después regañar duramente a sus hijos haciéndoles saber que Supermán es un personaje creado por dos jóvenes judíos, Jerome “Jerry” Siegel y Joseph “Joe” Shuster (los cuales por cierto nunca recibieron la justa compensación por su creación, cuya franquicia los podría haber vuelto más ricos que Aladino con todo y su lámpara maravillosa), siendo esta la razón por la cual Supermán tiene varias similitudes con los judíos de la vida real. Tras el duro regaño, el padre de los niños obliga a sus sufridos hijos a jurarle que nunca verán en toda su vida una sola película de Supermán ni leerán jamás una sola de sus historietas, tras lo cual los disciplina por enésima ocasión... poniéndolos a marchar dentro de la casa cantando “himnos nacionalistas”.

A la mañana siguiente, es hora de abrir los regalos de Navidad, y los niños encuentran emocionados entre sus presentes navideños un muñequito que puede hablar e interactuar, el cual está modelado directamente sobre el genial actor cómico del cine mudo, Charles Chaplin. Al estar disfrutando enormemente jugando con el muñequito, pasa cerca de ellos su padre, el cual muy enojado les arrebata su muñequito Charles Chaplin para hacerlo pedazos. Para el padre de los niños esto es ya exasperante, por el hecho de que él siempre ha sabido que Charles Chaplin también es un judío. Al menos, eso es lo que él siempre ha creído, idiotizado hasta la médula con propaganda circulada desde los tiempos del Nazismo alemán en la cual se atribuía a Charles Chaplin orígenes judíos en represalia por haberle hecho una sátira a Hitler ridiculizándolo de una manera genialmente cómica, muy al estilo de Chaplin. Sin embargo, hasta la fecha, ninguna de las más “respetables” fuentes del neo-Nazismo tanto el abierto como el encubierto han presentado jamás prueba alguna de que Charles Chaplin haya sido judío. Lamentablemente, una vez que algún “nacionalista” con poca sesera haya sido convencido por la propaganda ultraderechista de que tal o cual personaje histórico es un judío aunque no lo sea, lo más probable es que nadie podrá sacarlo ya del engaño, y se irá a su tumba convencido de todo lo que se le ha enseñado en los manuales de idiotización, convencido de que todo lo que se le ha dicho en esos manuales es la verdad y nada más que la verdad.

Ya les ha dicho a sus hijos que de grandes, cuando crezcan y tengan edad para ello, los meterá a estudiar en una universidad privada propiedad de “nacionalistas” reconocidos y que al ingresar a esa universidad tendrán la oportunidad de ser seleccionados para formar parte de algo muy grande que aún no puede revelarles, y si demuestran ser merecedores de ello en esa universidad privada en vez de aprender la historia "oficial" aprenderán la historia “verdadera”, revisada, para que así aprendan a ser “hombrecitos”.

De este modo, al terminar la temporada navideña más gris y triste que niños de tan corta edad puedan tener, los niños ya le han jurado a su padre -aunque de muy mala gana- que jamás probarán en toda su vida ninguno de los chocolates Hershey incluidos los “kisses”, jamás verán ni una sola película de Supermán o de las sagas de la Guerra de las Galaxias y de las aventuras de Indiana Jones, ni se vacunarán en toda su vida contra la poliomelitis si la única opción es la vacuna del judío Sabin, porque en todo caso para un buen “nacionalista” es mejor ver terminar a sus hijos como paralíticos postrados de por vida en una silla de ruedas o conectados a un respirador artificial que deberle cosa alguna a ningún judío así se trate de la propia salud. Aunque los niños están demasiado chicos para “entender” el por qué su padre los obliga a todas estas cosas, ya se lo agradecerán cuando sean grandecitos y tengan a sus propios hijos con los cuales harán exactamente lo mismo, porque lo único que importa en la vida es ser un buen “nacionalista”. Es la misma disciplina que se le daba a los niños alemanes en los tiempos de la Alemania Nazi, “nacionalista” de principio a fin, preparándolos para el sacrificio supremo al que están obligados cuando tal cosa se lo pidan los líderes “nacionalistas”.

Todo sea por el “privilegio” y la experiencia única e inolvidable de ser hijos de un ultraderechista “de a deveras”. Igual que cuando en los tiempos de Hitler.

¿Alguien se apunta?